Dicha acción calza a la perfección con lo que ocurre hoy en la política argentina: por conmocionante que parezca lo que acontece hora a hora, todo es simplemente mise en place previa a la elaboración de un menú que va a ser una verdadera bomba. Uno, claro, de cocción sorprendentemente veloz.
La guerra en gestación entre las «Provincias Unidas del Sur» y el poder central debido a la detracción de fondos coparticipables de la provincia de Chubut siguió en las últimas horas el curso lamentablemente previsible: ni el gobernador del PRO Ignacio Torres ni Javier Milei dieron marcha atrás, aunque la posición del primero pareció algo socavada por las dudas de varios mandatarios a acompañarlo en serio en la quijotada del boicot petrolero a toda la Argentina a partir de mañana.
El presidente, por su lado, decidió cantar vale cuatro. Así fue que ordenó, a través del decreto 192/2024, la eliminación del Fondo para el Fortalecimiento de la Provincia de Buenos Aires, nada menos que 873.000 millones de pesos, una medida que tiene el potencial de desquiciar las finanzas del principal distrito del país. Jugar con el precario equilibrio social de la Provincia es un peligro de incendio para Axel Kicillof, pero también para el propio Milei. El detalle es que el Presidente no la ve y parece jugar a un 2001 autoinfligido.
Dicho fondo, hay que recordar, fue establecido por Alberto Fernández en 2020 sobre la base de un recorte a los fondos que la Nación le giraba a la Ciudad de Buenos Aires, no sin controversia. Con todo, Jorge Macri no se beneficiará de una restitución de esos recursos, que serán devorados por el agujero negro del Caputazo.
De ese modo, Milei da otro paso para cumplir su promesa de «fundir» a sus enemigos provinciales y para sumar la aspiradora al set de máquinas que usa para engendrar una Argentina pinochetista, es decir la motosierra y la licuadora. Sin embargo, aun si, como hipótesis de trabajo, se supusiera que le asisten la razón y el derecho, cabría preguntarse cómo se organiza la administración de provincias sometidas cada mañana a la lectura del Boletín Oficial para ver qué hachazo nuevo se le ocurre.
Silvio Rodríguez habla en una canción extraordinaria de «la vida nueva», a la que califica como «un dios en edad de jugar». Eso vive hoy la Argentina, una era que no es la de un dios, pero sí la de un presidente que, en vez de gobernar, juega como un niño. Y es enorme la capacidad de daño que una criatura juguetona puede provocar si dispone de tanto poder. |