Alerta, Argentina

Rio Grande 26/02/2024.- Más allá del bochinche de la política nacional, buscado como elemento distractivo por el oficialismo, pero tan continuo que termina por devenir blanco, lo relevante de las últimas semanas pasó por el impacto doloroso de un ajuste necesario, pero aplicado de un modo carente de las más mínimas sensibilidad humana y de razonabilidad política.

En ese marco llaman la atención las justificaciones de Javier Milei de la licuación de prestaciones de jubilados que imagina ricos y las de ministros, como Luis «Toto» Caputo, que invitan a «la clase media y la clase baja» a bancar un sacrificio que miden en años. ¿Pretenden alentar o se divierten irritando? Encima, la escala final sería la dolarización, la que, en caso de encontrar condiciones políticas y sociales de concreción, supondría una lápida en más de un sentido.

El momento cobró vértigo sobre el final de la semana pasada al estallar la guerra entre el Gobierno nacional y las provincias. Una guerra que se vio venir y que dice mucho sobre el modo en que el propio Presidente, enamorado de la adulación y de la caza de aplausos focáceos en sus acuarios privados, sabotea su propio futuro.

¿Hasta dónde descenderá la Argentina en esa carrera loca hacia la nada?


Escudos humanos

Si se discuten cuestiones como la preexistencia de las provincias respecto del Estado, el comercio sin aduanas dentro del territorio argentino, el reparto de los fondos como si no hubiesen pasado cosas en 1852, 1853 y 1860 es porque lo que entró en crisis es el concepto mismo de nación.

Milei lo hizo y no era difícil imaginarlo. Una semana antes de su asunción, Letra P habló de un «Proceso de Desorganización Nacional» en ciernes. Incluso antes, desPertar había advertido sobre la conveniencia de atender lo que pasaría en las provincias, por considerarlas eslabones débiles de una cadena propensa a romperse en medio del ajuste draconiano. Un mes atrás, este newsletter se preguntó –retóricamente, claro– si el rol histórico de la ultraderecha que supimos conseguir no era más de demolición que de construcción. «Disolución del pacto fundante de la nacionalidad y recreación del viejo –y en verdad nunca resuelto– conflicto entre poder central y estados provinciales», decía.

El propio Milei había anticipado su preferencia por que «estalle todo», pero la realidad desborda cualquier previsión de modos espeluznantes. Lo que se intuía era una suelta de cuasimonedas en medio del Caputazotema largamente anticipado por los periodistas de Letra P y que, como se sabe, es de inminente puntapié inicial en La Rioja. Lo que resultaba difícil de imaginar era que un gobernador –Ignacio Torres– juntara a sus pares patagónicos en un ente bautizado «Provincias Unidas del Sur» para plantear una guerra comercial y un boicot hidrocarburífero a todo el país como represalias contra el cumplimiento de la amenaza presidencial de «fundir» a sus enemigos.

Se sabe que hay una deuda de Chubut con la Nación, una fórmula de actualización conforme al CER, una imposibilidad de pagarla en un contexto de megainflación, un pedido provincial de refinanciación, una cláusula que permite su cobro directo como descuento de coparticipación y un deseo oficial de aprovechar la situación para escarmentar al resto de las provincias. Lo que no sabemos en qué tienen en la cabeza los líderes involucrados en la puja ya que no reparan en los costos sociales de esa disputa agónica. Uno nos funde, mientras que el otro nos quiere devolver a la iluminación a aceite. Nos convierten en escudos humanos.

El ajuste con «motosierra y licuadora» ya fue calificado repetidas veces por desPertar como desmesurado e inequitativo al extremo de la crueldadel corte de la ayuda alimentaria y la suspensión de la entrega de medicamentos a pacientes oncológicos y víctimas de otras enfermedades graves no se disimulan por la filtración en Intrusos de una pelea con lágrima, moco y baba. Un ajuste insostenible y contraproducente, podríamos agregar como adjetivos. También se dijo que la Nación es una entelequia poblacional y que los argentinos de carne y hueso sufren en los territorios.

Ciego y sordo, Milei no deja de vaciar a Guillermo Francos :¿qué rol le dejan cumplir, qué diálogo con quién le habilitan y con qué instrumentos? Mientras, encara los días previos al discurso que debe pronunciar el viernes –que se presume escandaloso– para inaugurar el año legislativo con planes para cerrar Télam y cambiar la fórmula de movilidad jubilatoria, una que le es útil para licuar escandalosamente a nuestros viejos cuando la inflación sube, pero que les permitiría recuperar lo perdido cuando esta, como espera el Gobierno, comience a bajar. La oposición se embaderará en la defensa de estos –ojalá que así sea–, pero Presidente no quiere a permitir semejante afrenta. Según él, los jubilados son ricos y tienen resto y tiempo para sufrir y esperar.


A la derecha del Fondo

No es un simple dato de color que nada menos que el Fondo Monetario Internacional (FMI) haya advertido, a propósito de la visita al país de su subdirectora gerente, Gita Gopinath, que «dados los costos a corto plazo de la estabilización, es esencial realizar esfuerzos sostenidos para apoyar a los segmentos vulnerables de la población y preservar el valor real de la asistencia social y las pensiones, así como para garantizar que la carga del ajuste no recaiga desproporcionadamente sobre las familias trabajadoras. Trabajar de manera pragmática para generar apoyo social y político también es fundamental para garantizar la durabilidad y eficacia de las reformas». Traducido: basta de licuadora para jubilaciones y planes sociales, lo que equivale a descalificar casi la mitad del ajuste de Milei. Los estallidos de Chile en 2019 y de Colombia en 2021, entre otros, fueron demasiado fuertes como para ser ignorados, salvo que aquí, insistamos, gobierna un hombre que cree positivo que, justamente, «explote todo».
Ni bien Gopinath dejó la Argentina, lo que estalló fue la Patagonia, algo que no debe haberla sorprendido. Lo que vio la llevó a reforzar su mensaje en entrevistas con La Nación y con Clarín.
El argumento sobre las consecuencias de la guerra declarada por Milei y Caputo contra casi todos los argentinos podría aplicarse ahora a lo que, si no apareciera solución, las «Provincias Unidas del Sur» se proponen poner en marcha este mismo miércoles. El único consuelo es que, violaciones a la ley aparte, el boicot petrolero y gasífero sería insostenible para las propias arcas de las provincias que lo blanden por quedar privadas de regalías. Por otra parte, ¿cómo sobrevivirían sin flujo de materia prima y paralización consecuente de la refinación y la elaboración de combustibles?

La alternativa a esos razonamientos, claro, es que todos se hayan vuelto rematadamente locos.

¿Cómo seguiría esta guerra si alguien no pisara el freno? ¿Con la ruptura de la Argentina? Por ahora todos aceleran y flirtean irresponsablemente con el abismo.

Así como las advertencias del Fondo deberían escucharse –sobre todo por provenir de un organismo tildado con razón de ser socialmente insensible y políticamente torpe–, también habría que repasar algunos episodios no tan lejanos.

En julio de 1991, el entonces gobernador de Río Negro Horacio Massaccesi se llevó 15 millones de dólares de una delegación local del Banco Central, lo que le valió, 14 años después, una condena a tres años de prisión en suspenso y una inhabilitación a perpetuidad para ejercer cargos públicos.

En noviembre de 2001, el entonces gobernador bonaerense Carlos Ruckauf amenazó con embargar a la Nación para hacerse con deudas por coparticipación y hasta con invocar el Pacto de San José de Flores de 1859 para volver a cobrar impuestos aduaneros.

1991 y 2001, respectivamente la secuela de dos hiperinflaciones y de la que ha sido, hasta ahora, la peor crisis nacional. Otra vez: ¿a dónde nos llevan?

Sorprende el modo en que la dirigencia, incluso la libertaria, que presume de no tener pasado, se devalúa a los ojos de la sociedad. Cabe otra pregunta: cuando esto pase, porque todo pasa, ¿hacia qué horizontes navegará este barco a la deriva que es la Argentina si la frustración y el resentimiento populares no dejan de crecer?


Todos los vientos del mundo

Si con su hiperajuste cruel el presidente de ultraderecha altera de modo imprudente el ánimo social e hipoteca su único escudo narrativo –la popularidad que mantiene, según sondeos, en un 45% aún importante–, con la guerra que apura contra sus enemigos los gobernadores acelera ese proceso y también socava la posibilidad de hacerse de un cerco institucional de estabilidad.

Por un lado, tiene más para perder que para ganar al atizar el sentimiento antiporteño en provincias donde gobiernan hombres también legitimados por el voto y por el momento tan populares como él. Milei suele invocar el mandato que recibió del 55,7% de la ciudadanía, pero esos mandatarios tienen mandatos igual de legítimos. Además, ¿qué legitimidad invocará cuando su nivel de respaldo ya no sea el 45% actual, sino el 30% de su núcleo duro o, eventualmente, menos que eso? Porque nada es para siempre.

Si el jefe de Estado serrucha el piso sobre el que se apoyan sus pies pequeños, también hacha las paredes en las que podría apoyarse en las horas bajas que indefectiblemente van a venir.

Torres se ha rodeado de una alianza casi total y transpartidaria de gobernadores, salvo el tucumano Osvaldo Jaldo, a quien el éxito o el fracaso convertirán en un genio o en un loco. No solo eso, sino que el desplante del chubutense desnudó la impotencia de Mauricio Macri tanto para contenerlo como para influir para aplacar a Milei. Dado el estado alterado de los ánimos, ¿cómo podría aterrizar en la presidencia de PRO sin pararse enfrente de La Libertad Avanza (LLA), cómo podría llevar a su partido a la proyectada «fusión» y cómo podría convencer al socio que desea rodear de la importancia de su concurso? En otras palabras, ¿qué diferencia hace Macri en esta política crispada que tanto ayudó a generar, una que mostró en el país, lo mismo que en tantos otros, ahora y hace un siglo, la docilidad con la que la derecha supuestamente liberal-conservadora acepta reptar hacia la ultra?

Sin embargo, para el Presidente, lo de Macri es mal de muchos… Más allá de los afanes de Patricia Bullrich, sin el PRO –o con el PRO más roto que ayer–, sin el radicalismo, el cordobesismo y otros provincialismos en pie de guerra, Milei quedaría escandalosamente lejos del tercio del Congreso que podría servirle como minoría de bloqueo ante un hipotético escenario de juicio político, para el que tanto sobrarían justificaciones como faltarían condiciones en el actual estado de la opinión pública. No nos mintamos: dicha eventualidad es parte de numerosas conversaciones en la rosca política, asordinada únicamente por la total falta de contexto para su planteamiento.

Queda por analizar el frente judicial. Por ahora, la Corte Suprema se ha escondido, pero de ella van a depender decisiones clave en torno al DNU 70/2023, la guerra con Chubut y con la Patagonia en general, la cancelación de subsidios a las provincias, la dolarización, el uso de la motosierra sobre el Presupuesto –incluso el del propio Poder Judicial– y otras cuestiones sensibles. Si el alto tribunal le fallara en contra, algo que el sentido común supone inevitable en varias de esas cuestiones, ¿cuál sería la reacción del León? También en esta hendija anida un peligro de un punto muerto institucional.


Lo que faltaba romper

Milei no sólo conspira contra sí mismo por abajo –ajustando a la sociedad– y por el costado –dinamitando posibles alianzas políticas–. También lo hace desde arriba, perforando su techo internacional, sin encontrar la protección de una conducción diplomática deficiente.

Si el FMI le advierte y es desoído; si Joe Biden envía al país a Antony Blinken pero él, de inmediato, se arroja –literalmente– en brazos de Donald Trump, el enemigo jurado del demócrata; si insulta a Luiz Inácio Lula da Silva, si ataca a Gustavo Petro, si ofende a Gabriel Boric

¿Qué red de respaldo internacional y regional tiende Milei a su alrededor? ¿La de la ultraderecha golpista de Estados Unidos, que este año sabrá si vuelve al poder o se queda de nuevo afuera? ¿La del militarismo también golpista del inhabilitado Jair Bolsonaro, cuya marcha de ayer en San Pablo difundió en X como un militante digital adolescente? ¿La del extremismo colonialista de Israel que tanto admira? ¿La del posfascismo de Italia? ¿La del supremacismo ultraconservador de Hungría, deplorado por las democracias europeas?

Nuestros amigos nos definen.

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