Por Marta Dillon
Desde Mar del Plata
“Por el derecho a un aborto legal, seguro y gratuito”, decían los pañuelos verdes; y lo cierto es que no hubo un solo centímetro en los muchos metros cuadrados que ocupó la marcha de cierre del XX Encuentro Nacional de Mujeres –más de ocho compactas cuadras de manifestantes– sin ese distintivo que unificó las voces más diversas. La disidencia a esta consigna, que quisieron meter como una cuña grupos de mujeres católicas evidentemente organizadas –sus argumentos se calcaban de taller en taller– en las conclusiones de cada debate, desapareció literalmente cuando la marea verde empezó a avanzar por el centro de Mar del Plata. Y aunque el coro de voces gritó también su repudio a la visita de George Bush a esta ciudad, se hizo agitando los mismos pañuelos, para que no haya “ni una muerta más por abortos clandestinos”, como decía la bandera detrás de la que todas se encolumnaron.
Sólo sobre el final de la marcha, después de haber bordeado el centro de la ciudad en un recorrido que no todas entendieron por lo periférico, se produjo un encuentro paralelo, que parecía inminente desde el principio y que cruzó los primeros escarceos por la tarde (ver aparte). En las escalinatas de la Catedral, justo en el momento en que empezaba a escucharse el carnavalito que dice que si el “Papa fuera mujer, el aborto sería legal”, unas ciento cincuenta personas, la mayoría varones adolescentes, empezaban a rezar el Padrenuestro casi como si quisieran pronunciar un conjuro, un exorcismo. Los turistas –que también llegaron de a miles en el último fin de semana largo– soltaban carcajadas sonoras, aunque era imposible saber si se dirigían a la Iglesia o a los extraños modos en que las mujeres del Encuentro ataban sobre su cuerpo los pañuelos verdes. El fraseo de las oraciones empezó a perderse a medida que llegaban más y más mujeres; las más jóvenes se arrodillaron, aerosoles en mano, a los pies de las dos filas de policías federales que custodiaban a los feligreses para pintar consignas, también históricas, “Iglesia, vos sos la dictadura”, entre otras más directas.
Pero no hubo más incidentes que los verbales. Lo mismo sucedió cuando la manifestación, en la que se calcula que participaron más de 30 mil mujeres, pasó por la puerta del Hotel Hermitage donde la Guardia de Infantería había redoblado el cerco. Petardos, algunos papeles encendidos, y una sola voz que acusaba a Bush de terrorista, parecía que lograrían desarmar la tranquilidad con la que se había marchado desde hacía diez cuadras. Tampoco pasó a mayores, del interior de la corriente de mujeres salieron quienes se ocuparon de evitar provocaciones. Pero fue una oportunidad para cantar otro de los grandes éxitos de la marcha, una que le daba un destino escatológico para la “cajita feliz” –icono de McDonald’s, icono a su vez de los Estados Unidos– y que se “vayan los yanquis de mi país”.
Una ciudad difícil
La recorrida de las mujeres por las calles de la ciudad, a pesar de que evitó los puntos más conflictivos hasta el final, como la Catedral, y evitó pasar por la puerta de cualquier otra iglesia, sirvió para hacer visible no sólo el reclamo unánime a favor de la despenalización del aborto –y más, para que sea gratuito– sino también la potencia del Encuentro. Que si bien se pudo medir a la hora de la apertura, esto fue posible sólo para quienes estaban allí. El Polideportivo, desbordante de mujeres de edades, condiciones, orígenes y formaciones diversas, queda tan alejado del centro de la ciudad que sólo es posible llegar en algún tipo de transporte. Y esto sí fue un contraste con los Encuentros de Mendoza –en 2004– y Rosario –2003–, donde la apertura y el cierre se instalaron en los lugares más emblemáticos de la ciudad, mostrando la potencia de esta reunión anual de mujeres aun a quienes no querían verlo.
Para las asistentes históricas a los ENM, también la distribución de los talleres, en escuelas que distaban al menos 20 cuadras una de otra, también dificultó la comunicación. Sobre todo porque los pases libres para viajar en colectivo no eran tan libres. O no los reconocían los conductores o muchas mujeres eran invitadas a bajar cuando algún inspector pedía boletos.
Y el mar, hay que decirlo, era un hechizo para muchas participantes. De las miles que llegaron de barrios populares, después de haber juntado el dinero en peñas, rifas y todo tipo de actividades, muchas no habían visto nunca la playa. Era lógico que hacia allí fugaran a las horas del almuerzo, con sus chicos, que esta vez se multiplicaron en cada una de las escuelas donde se acomodaban las delegaciones de los distintos barrios. Esas experiencias, de todos modos, desde la ansiedad por el mar como la dificultad para viajar sin los niños a cuestas fueron puestas en común y esto, seguramente, es de la cosas más valiosas que suceden en los ENM.
¿Cómo podría estar tan cohesionado el reclamo por el derecho al aborto, la educación sexual y la libertad de Romina Tejerina si la mayoría no reconociera en su cuerpo y en sus historias las razones de ese reclamo? Porque los talleres fueron diversos, no en todos se habló de aborto. Pero a la hora marchar, no hubo dudas, todas querían su pañuelo verde.
Contra la violencia
Cuando se pedía la “cárcel ya para los violadores” y la “libertad para Romina” –la joven condenada por matar a su hija, producto de una violación, en el momento del parto–, las ocho cuadras de marcha parecían una especie de animal de una sola voz. La historia de la chica jujeña se repitió en distintos talleres y sirvió para reflexionar sobre la violencia, no sólo la espectacular y claramente visible como la de los golpes y el abuso, si no esa subterránea, que se teje en miradas de condena como las que describía Romina: “que usaba la pollera muy corta”, “que le gustaba andar con varones”, “que salía mucho a bailar”.
En los talleres de sexualidad, por ejemplo, el tema atravesó el debate cuando se habló de la iniciación sexual: “No sé si forzada, pero sí presionada”, se escuchó más de una vez, en referencia a la primera vez. “Porque ellos te convencen, te dicen que no los podés dejar así o que si de verdad lo amás tenés que hacerlo”, dijo una adolescente de La Matanza.
Y por supuesto, apareció en los talleres que habían debatido en torno de la familia, uno de los reductos de las militantes católicas más organizadas, ya que éste parece ser un tema que preocupa a este sector. “Hay cosas naturales, lugares para el hombre y la mujer, ¿a qué le llaman patriarcado, a que un hombre y una mujer se amen toda la vida y críen a sus hijos?”, resonó en un aula de la Escuela N° 5, mientras algunas mandíbulas caían al piso. Es que para muchas de las asistentes, algunas discusiones están saldadas desde hace rato, como esa que hace referencia a “lo natural”. “Que ser mujer sea igual a madre, nutriente, sensible, y hombre sinónimo de fuerte, racional, poderoso, no es natural, es una construcción social que se necesita desestructurar porque nos condena a todos”, contestó a desgano una mujer de Rosario. “¿Y entonces por qué luchamos por las mujeres y no por los hombres?” Después de veinte años de Encuentros en los que se supone que se reflexiona sobre estas cosas, es necesaria mucha paciencia para poder seguir adelante.
El derecho al aborto
El Encuentro Nacional de Mujeres, desde hace dos años, el momento en que miles de ellas se muestran, en amplísima mayoría, reclamando la posibilidad del aborto como un derecho para poder decidir sobre sus propios cuerpos. Y por eso también, en el mismo lapso de tiempo, los sectores fundamentalistas de la Iglesia Católica se preparan para dar la pulseada, convirtiendo los talleres que debaten sobre la anticoncepción y el aborto en verdaderos campos de batalla. Aunque la única manera que encuentran de imponerse es tratar de incluir su oposición por minoría pero sin dar cuenta de ese detalle. “Si las conclusiones se sacan por consenso y no lo hay, tienen que figurar las dos; y como no se vota, no sé para qué van a contar”, decía una joven ofuscada que no quería dar su nombre y aseguraba que no era católica, si no “militante por la vida”.
La otra estrategia que también fue fácil advertir el año pasado en Mendoza, es judicializar la discusión. Si el año pasado consiguieron que se labraran actas para denunciar lo que consideraban agresiones y exclusiones en los talleres, ahora fueron por más. María Petraccaro, coordinadora de uno de los talleres de Anticoncepción y Aborto, fue una de las amenazadas con juicios por apología del delito, por haber permitido que se hablara del uso correcto del misoprostol, una droga popular que puede producir abortos en las ocho primeras semanas de gestación. Aunque tampoco se privaron de denunciar diversas cosas (ver aparte) con relación a los talleres, antes de que los mismos hayan empezado a sesionar.
Lo cierto es que la fuerza del Encuentro para reclamar el derecho a un aborto legal, seguro y gratuito es capaz de inundar las calles de una ciudad como Mar del Plata, que se despereza en el segundo día de un fin de semana largo. Más de 30 mil mujeres, de distintas partes del país y de la más diversa condición social, son un caudal de voz único que quiere hacerse oír. Y que midió, esta vez, las posibilidades para la próxima marcha por el derecho a la posibilidad del aborto: el 25 de noviembre, el Día Internacional que denuncia la violencia contra las mujeres.