Yo estoy muy satisfecha con mis madres lesbianas”

Luna tiene 12 años, es dominicana y vive en Argentina desde hace cuatro años. Desde que tenía uno de edad, vive con su madre y su pareja lesbiana. “Siendo mujeres, te acompañan y te entienden mejor”, explica la chica.

Por Carlos Rodríguez
Las dos son lesbianas y feministas militantes, además de ser dominicanas explícitas por sus formas, su cabello, su color de piel, su hermoso e inconfundible acento centroamericano. Por si tuvieran pocos motivos para ser discriminadas, se reivindican como ateas y hasta afirman que todavía creen “en la revolución”. Yuderkys Espinosa (38) y Ochy Curiel (42) han recorrido un largo camino, primero en su República Dominicana natal y ahora en la Argentina, donde quieren quedarse a vivir para seguir criando a Luna (12), la hija biológica de una de ellas que desde que tenía un año de vida creció en un hogar “atípico”, como si la elección sexual fuera un gesto impropio y extravagante, en lugar de una decisión que se toma “con la cabeza, con el cuerpo y con el alma”. Luna, que concurre a una escuela porteña y está próxima a iniciar el secundario, todavía no se anima a contarles a sus compañeros que aunque tiene un padre biológico con el que se sigue viendo en las vacaciones, su formación fue obra de un vínculo familiar en el cual convive “con dos madres lesbianas”. Al justificar sus temores, asegura que “los chicos, sobre todos los varones, son muy machistas y siempre hacen comentarios discriminatorios sobre gays o lesbianas”.
“Es muy difícil, para nosotras, encontrar material didáctico, libros de lectura, discos, programas de televisión que se alejen del estereotipo de la chica cuyo futuro pasa únicamente por casarse y tener hijos. La heterosexualidad se marca desde la cuna y los ‘diferentes’ son señalados y discriminados. Eso ocurre en Dominicana, donde la Iglesia Católica tiene una presencia abrumadora, y también en Argentina, donde en apariencia hay más libertad y más posibilidades de desarrollarse”, asegura Yuderkys, la mamá de Luna, durante una entrevista con Página/12. La niña, habituada a las reuniones entre intelectuales y militantes feministas donde se hablan cuestiones que parecen exceder el mundo infantil, recuerda que vivió en Dominicana hasta los 9 años y que en ese tiempo “no le daba mucha bola” –ella habla como si hubiera nacido en Buenos Aires– a los comentarios de su entorno sobre su grupo familiar.
En cambio, se refiere con propiedad a los acontecimientos que vivió a poco de su llegada a la Argentina, el 7 de julio de 2001. “Me pareció muy raro lo que pasó en diciembre de ese año (se refiere a los sucesos que terminaron con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa), porque en República Dominicana la gente nunca se moviliza para reclamar porque son pobres o porque no tienen trabajo. Y mucho menos para pedirle a un gobierno que se vaya.” Luna llegó a Buenos Aires con su madre, quien viajó con una beca para estudiar en la Fundación Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En la escuela, Luna habla con sus profesores “de temas políticos, de cine, de periodismo y también escucho a mis compañeros cuando se ríen o critican a cualquier hombre que sea un poco amanerado al hablar. Todos se quieren diferenciar de los gays y por eso tengo miedo al rechazo”.
Ella dice que está “muy satisfecha” de sus “dos madres lesbianas” porque entiende que, “siendo mujeres, te pueden entender mejor, te acompañan mucho más”, aunque ella aclara que tiene una “buena relación” con su papá. Las tres mujeres dejan sentado, en distintos momentos de la charla, que la vida que eligieron “no es fácil, aunque nosotras, por la formación que tenemos, por la relación que tenemos, pudimos sobrellevarla bastante bien. Igual no nos resulta fácil y para otras mujeres, con menos posibilidades que nosotras, es mucho peor”.
En diciembre de 2001, Ochy se fue una temporada a México, luego de una separación de la pareja, que ahora volvió a reencontrarse en Buenos Aires bajo un mismo techo, aunque siguen sin retomar su relación amorosa. “Vivimos juntas porque nos llevamos bien y para seguir estando con Luna, de la que nunca me separé, ni siquiera cuando estuve en México. Nos reunimos en Porto Alegre y siempre estuvimos en contacto, como pasa con cualquier matrimonio heterosexual que se divorcia, pero que sigue manteniendo un vínculo con los hijos en común. Nosotros tenemos un vínculo familiar muy fuerte que se traduce en términos de responsabilidad social, pero porque nos unen los sentimientos, no sólo la obligación”, subraya Ochy. La mamá de Luna recuerda que la niña “vivió sólo un año conmigo y con el padre, y desde entonces siempre la criamos con Ochy”.
La relación entre la dos mujeres pasa sobre todo “por la militancia feminista y lesbiana, y por el compromiso político”. La solidez de esa postura fue lo que les permitió superar “las presiones que sufrimos en República Dominicana, donde la Iglesia Católica es muy fuerte y no existen grupos importantes de gays o de lesbianas que, como sí ocurre en la Argentina, te pueden dar contención y apoyo”, destaca Ochy. “Allá no hay grupos, al menos no hay grupos visibles y nosotras, desde un primer momento, nos negamos a mantener nuestra relación lesbiana como algo oculto, como algo de debía esconderse” entre cuatro paredes.
Las dos mujeres comenzaron a salir en los medios de comunicación. A partir de esa decisión de mostrarse encontraron “puertas que se abren y puertas que se cierran, entre amigos y vecinos, pero lo más difícil, como siempre, fue romper las barreras con nuestras propias familias”, explica Ochy. A su lado, Yuderkys sostiene que fue Luna, que era entonces una beba, la que permitió romper el hielo que se había cerrado en torno de la relación con sus respectivas familias. “Tanto mi madre como la madre de Ochy siempre la aceptaron como una nieta y eso nos permitió algún acercamiento desde los afectos”, aunque se mantuvieran las diferencias abiertas frente a una relación que generaba prejuicios y rechazos.
“Nunca ocultamos nuestra relación de pareja, ni siquiera en la escuela a la que iba Luna. A las reuniones con las maestras, iba yo o iba ella, y de a poco tuvieron que aceptar esa situación. Además de la cuestión sexual surgieron otros problemas, porque para colmo yo soy atea, de manera que Luna se había convertido en un problema porque era la única que no participaba de los ritos religiosos que eran obligatorios”, recuerda Yuderkys. A la distancia se ríe con ganas de situaciones que años atrás se habían convertido “en una presión por momentos insoportable”. En esos años “las cartas de ida y vuelta, entre nosotras y las maestras, eran permanentes y por momentos todo era insostenible”.
En esa constante confrontación “con todo el mundo”, la pareja de lesbianas se constituyó en un referente para muchos grupos que reunían a las ocultas minorías sexuales dominicanas. “Nuestra casa se convirtió en un lugar de encuentro de intelectuales y artistas, en un espacio cultural abierto por donde pasaron dirigentes de muchos países. Y ese fue el mundo en el que fue creciendo Luna, que de alguna manera perdió la posibilidad de desarrollarse como una niña común y corriente. Eso es algo que nos pesa porque pensamos que le robó algunas cosas propias de la niñez.” Luna cursó en Dominicana hasta el tercer grado y ahora está finalizando la primaria en una escuela porteña.
Yuderkys está conforme con la actualidad de su hija en una escuela de Buenos Aires. “Aunque ustedes afirman, y seguramente con razón, que las escuelas públicas no funcionan bien, de todas maneras ofrecen muchas más cosas que las que podemos tener nosotros en Dominicana. Acá encontramos una variedad de opciones que allá no tenemos y que son muy buenas para Luna, que tiene inquietudes artísticas que acá está empezando a desarrollar.” Luna dice que quiere ser actriz. Mientras tanto, pinta, dibuja y canta “muy bien”, asegura Ochy, que se dedica a la música, en forma profesional. Define su género como “trova contemporánea”, como “una fusión del blues, el jazz y el pop”.
Yuderkys, que para Flacso realiza investigaciones sobre género y educación, también incursiona ahora en la música. Ambas están ensayando con un grupo de 16 mujeres, todas lesbianas, que interpretan temas musicales “reivindicando nuestra condición sexual”. Las coloridas sesiones se realizan a metros del Congreso. La mamá de Luna está haciendo ahora un trabajo sobre el racismo en la Argentina. “Ustedes no reconocen que son racistas, pero los son. A las dominicanas, por ejemplo, nos clasifican como prostitutas y se sorprenden cuando les decimos que venimos acá para hacer investigaciones o para participar en movimientos culturales.” Dice que mientras en Dominicana “el racismo se expresa contra los haitianos”, en Argentina “ese lugar lo ocupan los bolivianos o los paraguayos”.
Cuenta una anécdota para demostrar cómo funciona el sentimiento racista entre los argentinos: “Yo vivo en Palermo y a poco de haberme mudado una mañana bajé al almacén, recién levantada de la cama, con mis pelos (rizados) todo levantados, como si no me hubiera peinado. El dueño del comercio me dijo enojado: ‘¿Cómo, tu patrona no te hizo peinar antes de salir a la calle?’. El hombre pensaba que por el color de mi piel yo tenía que ser la mucama. Esa es la generalización del racismo. No les cabe la posibilidad de que pueda haber dos dominicanas intelectuales”.
Luna, que hace preguntas fundadas y precisas sobre cómo se escribe y se edita un diario, dice que le cuesta confesarles a sus compañeritos porteños que vive “con dos madres lesbianas”. Justifica su decisión “en los comentarios que escucho sobre gays y lesbianas, tanto en el colegio, entre mis compañeros, como en la televisión. “Todos se esfuerzan, sobre todo los varones, en alejarse de cualquier posibilidad de ser gay. Por eso no les quiero hablar de algunos aspectos de mi vida personal porque tengo miedo a ser rechazada. Yo me siento querida por mis compañeros y es bueno.”

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