Dos años antes había dejado su Francia natal y desde la ciudad chilena de Valdivia se adentró en tierra mapuche y convenció a sus caciques de que lo proclamasen Rey de un territorio que incluía territorio chileno, la Patagonia Argentina, Tierra del Fuego y, ya que estamos, las Islas Malvinas. Un logro notable para un europeo que no hablaba bien español y menos aún la lengua de los mapuches.
No sólo se proclamó Rey, sino que les dio Constitución, bandera, himno y moneda. Con estos logros viajó a Valparaíso para informar al gobierno chileno la formación del nuevo país. Obviamente el gobierno del presidente Montt, no solo no reconoció a Tounens como Rey de una nueva nación, sino que lo puso preso bajo los cargos de perturbación del orden público, lo declaró insano y sin más, lo expulsó del país.
Envalentonado por lo que Orélie consideraba un éxito, decidió no cejar en sus intentos y volvió a sus reinos, esta vez con una nave llena de pertrechos. Quiso ponerse en contacto con sus súbditos, pero estos no estaban tan permeables a la prédica del francés, y después de algún entredicho el Rey consideró oportuno volver a Buenos Aires, de donde fue una vez más expulsado.
Un detalle como este no iba a frenar al aventurero francés quien, en tres oportunidades más volvió a sus dominios y la misma cantidad de veces debió retornar a Francia a pesar de haber logrado establecer vínculos con Juan Calfucurá quien años más tarde dejó un relato de las costumbres del francés que, para los mismos aborígenes, estaba medio tocado.
Puede ser que Tounens haya perdido parte de su equilibrio mental pero no de su tesón porque reclamó el derecho a su reino en un tribunal de Francia. Sus connacionales (mejor dicho ex connacionales) tampoco encontraron razones para justificar su reclamo. Hasta su muerte en 1878, Orélie Antoine siguió ostentando el título de Rey de aquellas apartadas regiones del mundo.
Quizás esta historia hubiese acabado con el paso al olvido del autoproclamado rey, como una empresa quimérica y quijotesca, a no ser porque otro francés, Achille Laviarde, un señor voluminoso que lucía barba y bigote al estilo del finado Napoleón III, afirmó ser el heredero de Orélie, asumiendo la magistratura de una nación que jamás conoció.
Aquiles I, y sus descendientes continúan ostentando dicho título y está tan orgullosos del mismo que durante el conflicto del Atlántico Sur, uno de ellos invadió por unas horas un islote inglés en el canal de la Mancha en retaliación por la indebida usurpación de las Malvinas que los reyes de la Patagonia, reclaman como propias.
¿Por qué tanta perseverancia por un reino imaginario? ¿Por qué esta insistencia? Atrás de estos movimientos sin sentido, uno puede sospechar que hay una poderosa razón, y las cuatro razones más movilizadoras son: vanidad, venganza, rédito económico y mujeres. Como en este caso no hay un tema de polleras (o si existe lo desconozco), nos quedan las otras tres motivaciones. Tampoco creo que los empuje el odio ni la venganza, así que nos quedan dos razones posibles.
El reino de Araucanía y Patagonia tiene dos fuentes de ingreso: vende vanidad y especula con monedas que emite como cualquier país soberano.
¿Cómo vende vanidad? A través de títulos nobiliarios. ¿Usted quiere ser duque? Se contacta con el monarca y por una módica suma (en realidad desconozco que tan módica puede ser porque la vanidad es muy movilizadora), puede acceder al título de Duque de Cholechoel, o conde del Nahuel Huapi, de acuerdo a sus ambiciones y su bolsillo.
Como los títulos nobiliarios pasaron de moda, el reino de Araucanía y Patagonia emite moneda de oro y plata. A su valor en metálico se agrega el exotismo numismático de tener una moneda de un país que no existe más que en la imaginación de algunos, que es lo suficientemente persuasiva como para persistir por más de 150 años.
EL MUNDO DE LOS INTREPIDOS
Este reino sureño nos puede dar varias lecciones de economía. Confirma, una vez más, que el mundo es de los intrépidos. Un procurador francés pasa dos años entre los aborígenes sudamericanos, los seduce, se convierte en su líder (bueno, al menos gritó a los cuatro vientos que lo era), y funda un reinado que, mejor o peor, subsiste hasta la fecha.
No es necesario ser un experto, ni años de estudio. Es más, ni siquiera se necesita un dominio del idioma para lograr seducir al interlocutor, sino perseverancia, mostrar convicción, tener metas concretas… y un poco de ese nosequé, propio de los seductores.
Otra lección que nos da Orélie es que muchas cosas comienzan con voluntarismo lírico y terminan en ambiciones crematísticas. Para que un negocio persista no sólo debe haber determinación sino una motivación económica.
Y por último, un considerando. La moneda de $ 80 de la Araucanía se vende a $ 12.500. Es decir, un peso araucano es equivalente a 156,25 pesos argentinos.
Groseramente 1 $ = 1Ñ, son una virtuosa convertibilidad, que nos hace suponer que este reino sin cobrar impuestos a sus súbditos, tiene las cuentas más balanceadas que el país que usurpó las tierras de Orélie.
Quizás, a la luz de estos datos deberíamos hacer un poco de historia contra fáctica y considerar qué hubiese sido de nuestro país de tener una administración ordenada como la de estos monarcas araucanos.
Fuente:laprensa