Se reunieron anteayer, en el cierre de la primera jornada del Quilmes Rock

Attaque 77 y Las Pelotas, impecables; Catupecu Machu, sobresaliente; Divididos, atronador. ¿Y Sumo? Bueno, la reunión de la banda que en los 80 lideró el fallecido Luca Prodan aportó la sorpresa que todo festival de rock debe poseer y el último y más intenso pico emotivo de la jornada inaugural del Quilmes Rock.

Anteayer, casi 50 mil personas fueron al estadio de River para ser testigos de un acto monumental: la consagración de los consagrados. Tres bandas nacidas hacia fines de los 80 llegaron al estadio de Núñez luego de un largo peregrinar (los shows de Las Pelotas como teloneros de los Stones no cuentan), y junto a Catupecu brillaron en el marco que se merecen: un sonido pulcro e impactante; un gran escenario con una puesta de luces en la que prima el buen gusto y un público que acompañó en gran número a las bandas que sigue desde hace años… y a la que soñó ver algún día. ¿Algún aspecto negativo? Sí: desde el campo costó ver a los músicos, al menos a los que medimos menos de un metro ochenta.

Temprano, a las 17.10, los norteamericanos Bad Religion inauguraron el festival con un largo set, seguidos por Attaque 77. El cuarteto liderado por Ciro Pertusi empleó la misma táctica que luego mostraría Las Pelotas: intercalar clásicos de su repertorio, como «Perfección» y «Canción inútil» con un tema de su nuevo disco, Karmagedon : «Buenos Aires en llamas». En el caso de Daffunchio, Sokol y compañía la apuesta por la novedad fue triple: «Basta» -tema que da nombre a su flamante álbum-, «Como un buey» y «Siento», más las inevitables, que fueron «Orugas», «Esperando el milagro», «Bombachitas» y «Hawai».

Sin baches ni sobresaltos, todo sucedía en perfecta armonía tanto abajo como arriba del escenario. Arriba, los músicos se lucían y abajo, el público también: tras el show de Attaque 77, su gente se replegó para dejarle el lugar más próximo del escenario a los fans de Las Pelotas y así sucesivamente hasta el final. Casi sin banderas ni elementos futboleros, la fiesta pasó por acompañar a los músicos, bailar, cantar, «poguear» y entregar un puñado de esos instantes celebratorios que quedarán para toda la vida: «Shine», con Las Pelotas; «Plan B: anhelo de satisfacción» y «¡Dale!», con Catupecu; «El 38» y «Ala delta», con Divididos y, claro, los tres temas de la reunión de Sumo.

La pasarela de casi noventa metros que une el escenario con el campo prácticamente no fue utilizada por Attaque 77, pero Alejandro Sokol sí le sacó provecho. Se paseó por cada rincón de la estructura en los temas que lo tuvieron como vocalista y sorprendió al frente de una guitarra acústica cuando el que cantaba era Daffunchio. Luego, con Catupecu, Fernando Ruiz Díaz la utilizó en algunos pasajes. El líder del quinteto -junto a él, el baterista Herrlein y el tecladista Macabre estuvieron como invitados Pichu Serniotti, guitarrista de Cabezones y Zeta Bosio en el bajo- optó por la sobriedad, dejó su ya clásica verborragia de lado e impactó a propios y extraños al protagonizar un pasaje clásico de la banda: el dueto de batería y bajo. Fernando tomó el bajo de su hermano Gabriel, pero no lo suplantó: la imagen de Gabi Ruiz Díaz se proyectó en las pantallas laterales y terció en un momento instrumental tan contundente como sensible.

Hacia el final de su set, Catupecu logró, como dijo su cantante, que «Persiana americana», de Soda Stereo, sonara por segunda vez en River. Luego Divididos cumplió con su historia de aplanadora del rock y logró por momentos algo impensado: ensordecer al público como si estuvieran tocando en un local pequeño.

Algunos lo sabíamos; la mayoría lo intuía: la noche no terminaba con Divididos. Tras «Rasputín», amenazaron con tocar un tema de Sumo, «Next Week» y luego el baterista del trío se fue. Llegaron Sokol y Daffunchio, Pettinato y Superman Troglio y, con el mismo caos de dos décadas atrás, improvisaron tres clásicos de los días de Luca: «Crua chan», «Divididos por la felicidad» y «Debedé» (con Gillespi). ¿Caótico? «Siempre fue así», dijo un Mollo sonriente. La gente, agradecida, acababa de vivir la experiencia que sólo conocía por el mito enorme en torno a Sumo.

Sebastián Espósito

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