CAP 1: SIRIA, AMORES Y TRAICIONES

Por Christian Sanz y Fernando Paolella «Durante el día simulamos que peleamos, para poder luego a la noche robar juntos» Franz Von Papen El domingo 8 de julio de 1988, cuando el aún émulo de Facundo Quiroga Carlos Saúl Menem aplastaba a la cafieradora en las elecciones internas del justicialismo, catapultándose como candidato a presidente para el año siguiente, el resto del mundo comenzaba un inexorable giro hacia la unipolaridad de la nueva derecha. El trinomio conformado por Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Karol Wojtyla sentaban las bases para la futura globalización, mientras que la URSS de Mikhail Gorbachov asistía al empantanamiento de su perestroika en las montañas afganas.

Frente a este escenario internacional, el caudillo de Anillaco recorría la Argentina a lomo de equino, portando poncho de gaucho federal y grandes patillas. Se apeaba del caballo para tomar mate con los pueblerinos, lanzando al vacío frases como «síganme, no los voy a defraudar», «recuperaremos las Malvinas a sangre y fuego», y tratando a quienes lo escuchaban como «hermanos y hermanas». Esto producía escozor tanto en la oposición radical como en los empresarios extranjeros, pues consideraban al ganador de la contienda preelectoral como una encarnación de la barbarie sarmientiana. Pues parecía entresacado de las páginas de Facundo, una suerte de anacronismo político que levantaría al subsuelo de la patria sublevado. Pero escasamente un año después, unos y otros se equivocarían de plano, y los resultados de esta mascarada se lamentarían hasta el día de hoy.
Pues el trasfondo de este cuento símil Las Mil y una Noches, es bastante heavy. «Después de depositar flores en la tumba de su maestro (Vicente Saadi) y de rezar frente a la Virgen del Valle, mientras esperaba el momento de cruzarse sobre el pecho la banda presidencial, Menem viajó a Siria. Váyase a saber qué no prometió allí. Según escribió Gabriela Cerruti en el libro ‘El Jefe’, participaba en Yabrud en una fiesta celebrada en la casa que había sido de su padre cuando, tras descubrir ‘las genealogías vertical y horizontalmente, descubriendo primos y sobrinos, Menem invitó a todos a vivir en la Argentina’. Y ya en Damasco, le habría prometido al presidente Hafez Al Assad que abriría el mercado argentino a los capitales árabes ‘de cualquier color, de cualquier procedencia’. Para materializar este ofrecimiento, Menem le propuso a Assad mantener una línea directa y reservada a través de su cuñada Amalia Beatriz Yoma, más conocido como Amira (princesa), la que, le recordó, hablaba ‘perfectamente el árabe y es una militante del partido (Baas)’, además de ser ‘mi persona de mayor confianza: usted la llama a ella y es como si hablara conmigo’. Siempre según Cerruti, Assad le habría pedido entonces a Menem que nombrara a ‘Ibrahim Al Ibrahim, miembro del servicio de inteligencia sirio y por entonces marido de Amira, como director de la aduana de Ezeiza’. Así fue como apenas once días después de haber llegado a Buenos Aires, Ibrahim se naturalizó argentino.
Al Assad y Menem se reunieron en Damasco tres veces, y el presidente electo de los argentinos participó en la capital siria de dos fiestas en las que además de Amira e Ibrahim estuvo Monzer Al Kassar. Otras fuentes se refirieron a presuntos acuerdos entre Menem y Al Kassar en materia de asistencia argentina al desarrollo de los proyectos nucleares de Siria y al interés de ese país en el misil Cóndor, que estaba construyendo la Fuerza Área argentina», puntualiza Juan José Salinas en su libro Amia, el atentado. Quiénes son los autores y porqué no están presos. (Planeta, 1997).
Un testigo directo de tales reuniones, fue el ex embajador argentino en Santiago de Chile, Oscar Spinosa Melo, alias Sardinita, quien más tarde relataría espantado cómo Menem le prometía espantado al dictador sirio, el oro y el moro. Y es que el ex mandatario riojano había asegurado al presidente Hafez al Assad -entre otras cosas- proveerle un reactor nuclear. Y no sólo no se lo proveyó, sino que también anuló los contratos que el gobierno de Raúl Alfonsín había hecho, en el mismo sentido, con Irán. Esto sucedió cuando Menem era precandidato del Partido Justicialista a la Presidencia y aún debía enfrentar en internas a Antonio Cafiero, en 1988. Entonces emprendió viaje a Siria en compañía de Emir Yoma, sus secretarios privados, Miguel Ángel Vico y Ramón Hernández, Luis Santos Casale, Paco Mayorga y el propio Spinosa Melo, entre otros «amigos».
«Cuando Menem prometió energía nuclear a los sirios, yo me quedé sin palabras, fue una locura», admitió Sardinita a los autores de este libro.

Drogas en Siria

El periodista Jacobo Timerman denunció en 1989 que el viaje de Menem a Siria no había obedecido a razones familiares y/o de placer, como se había informado públicamente. En un artículo destacó que si bien en Grecia y Francia -los otros dos países que había visitado- Menem no había mantenido entrevistas oficiales, en Siria se había reunido con el presidente Hafez Al Assad. En el mismo sentido, el ex director de La Opinión recordó que si bien «Siria no produce petróleo y la economía libanesa está destruida, los dos países sobreviven con la producción de drogas del Valle de la Bekaa que controla Al Assad». Recién en las postrimerías del gobierno de Carlos Menem, se sabrían de primera mano los entretelones de aquel viaje. Los reveló Spinosa Melo al ser entrevistado por la periodista Susana Viau.
La visita, recordó el ex embajador, no era oficial, pero tan pronto Menem pisó Damasco, se oficializó. Los sirios no «querían perderse la posibilidad de una mejor relación» con Argentina y de «ver qué podían obtener del paisano exitoso», narró.
Spinosa Melo dijo que, para su disgusto, Menem aceptó alojarse en el hotel Sham Palace, de propiedad del gobierno sirio. «Menem no tenía ni remota idea del mundo árabe», ni hablaba su idioma, por lo que todas las audiencias que tuvo en Siria «fueron en español y con intérprete, por eso es que yo me enteré de todo» dijo el ex embajador, quien recordó que, fuera de él, entre los acompañantes de Menem «el único que hablaba algún idioma aparte del castellano era Mayorga».
Apenas se instaló en el hotel, Menem quiso ir a visitar Yabrud, el pueblo de su padre, so pretexto de reunirse con una tía. Spinosa Melo recuerda que «ahí estaba un personaje en el que reparé porque se escapaba de las fotos, pero que no identifiqué (por su nombre) hasta tiempo después: Monzer al Kassar, que estuvo esos días en Yabrud y es nacido en Yabrud».
Durante los cuatro días que Menem y sus amigos estuvieron alojados en el hotel Sham Palace de Damasco -recordó el ex diplomático- Menem salió de la capital siria dos veces, y en ambas él lo acompañó. El segundo viaje fue a ver al vicepresidente Abdul Halim Haddam «a su casa de fin de semana, en un lugar como de veraneo, en la montaña, donde residen los funcionarios del Gobierno y los ricos».
Esta visita, dijo Spinosa Melo, le resultó «peligrosa» puesto que era sabido que el vicepresidente Haddam se encargaba de dos «temas fundamentales». Uno, explicó, era la relación con Israel, y el otro que «monitoreaba los cultivos de amapola en el valle de la Bekaa». El ex diplomático recordó que «el vicepresidente segundo era nada menos que el hermano de Assad», en alusión a Rifat, «socio de Al Kassar».
Haddam recibió a Menem y a sus amigos «rodeado de una seguridad impresionante» y el resto de los acompañantes del presidente electo por los argentinos quedaron en una habitación contigua al salón donde fueron invitados a pasar Menem y Spinoza Melo. En esta sala, precisó, «además de Haddam y el intérprete había otro funcionario», recordó Sardinita.
Menem le aseguró a Haddam que estaba convencido de que iba a triunfar (en las elecciones presidenciales) y le explicó que necesitaba apoyo de su «madre patria» puesto que la situación financiera del Partido Justicialista era muy mala y agregó que, por su lado, estaba «dispuesto a ayudar a Siria en la lucha que sostenía en defensa de su integridad territorial», es decir en el reclamo de la devolución de las alturas del Golán por parte de Israel.
«Haddam le preguntó entonces si, de llegar a ser Presidente, estaría dispuesto a cooperar con Siria en el terreno científico, particularmente en el campo de la energía nuclear. Menem le contestó que sí porque Argentina tenía una situación de privilegio entre los estados latinoamericanos, ya que era el país que había alcanzado el mayor grado de desarrollo en ese terreno. Haddam agregó que él quería no sólo asesoramiento técnico, sino que para Siria era de vital importancia tener un reactor. A eso, Menem respondió, ante mi estupor, que no iba a haber problemas en facilitarle alguno de los reactores de los que el país disponía. Yo no sabía si la Argentina tenía o no reactores nucleares disponibles, pero sí sabía cómo podía caer una cosa semejante en Estados Unidos e Israel», narró Spinosa.

Energía negativa

La promesa de proveerle un reactor a Siria por parte de Menem no fue meramente genérica. Le dijo al vicepresidente sirio que «llegado el caso, podía facilitarles técnicos e inclusive mencionó a un ex director de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA), el almirante Quillalt, que me parece que había estado trabajando con Irán», siguió relatando Spinosa. Efectivamente, el gobierno de Raúl Alfonsín había suscripto sendos contratos con el gobierno de Irán, firmados el 3 y el 4 de octubre de 1988, por casi 10 y 15 millones de dólares, por los cuales se acordó que Investigaciones Aplicadas Sociedad del Estado (Invap SE) con sede en Bariloche proveería a Irán de todo lo necesario para erigir una planta de conversión y purificación de uranio, así como la exportación, llave en mano, de una planta para fabricar combustible a partir de uranio natural, ambos emprendimientos, según el acuerdo, con fines exclusivamente pacíficos.
«Yo ni siquiera podía patearlo (a Menem) por debajo de la mesa porque no había mesa de por medio. Cuando salimos de la entrevista, yo estaba helado. Era obvio que (los sirios) no querían energía nuclear para iluminar Damasco».
Spinosa dice que recriminó a Menem con acritud: «¿Te das cuenta de que no vas a poder cumplir esta promesa? ¿No te das cuenta de las implicancias?». Acto seguido, le aconsejó que, por las dudas de que lo sucedido pudiera trascender, la primera visita que hiciera como Presidente argentino fuera a Israel.
Menem minimizó el episodio y lo liquidó con un «de alguna manera lo vamos a arreglar». Después, a último momento, cuando él y su séquito se disponían a abandonar Damasco, el presidente Assad les concedió una entrevista grupal. Las entrevistas con el dictador sirio suelen ser «agotadoras, y no sólo por la duración, sino porque es un hombre al que le gusta hacer enormes disgresiones para luego extraer una moraleja, y en sus largos parlamentos suele abrir distintos paréntesis», sostiene Miguel Ángel Moratinos, mediador de la Unión Europea entre árabes e israelíes.
«Tu estás con él procurando introducir una idea pero no puedes interrumpirlo, porque cuando vas a hacerlo él ya empezó otra frase. Juega contigo, supongo que a propósito».
Spinosa no es tan locuaz al relatar la entrevista de Menem y su corte con el presidente sirio como sí lo es al recordar la que tuvieron con el vicepresidente Haddam. En ese sentido, le confesó oportunamente a la periodista Susana Viau: «¿Qué quiere que le diga?, (Menem) emitió opiniones temerarias… claro que estaba rodeado de gente que tampoco sabía mucho…».
Según la periodista Gabriela Cerrutti, ese encuentro «fue la bendición para que se concretaran los negocios, asociaciones y movidas que venían manejándose de manera subterránea en Buenos Aires desde que Al Kassar llegó para sentar sus reales y se encontró con un grupo de dirigentes que rodeaban a un hombre que quería ser Presidente, con vinculaciones con los militares y la policía, pistas de aterrizaje privadas en las provincias y vocación por los negocios non sanctos. Desde los Saadi a Mario Caserta, desde Alberto Samid a Alfredo Yabrán, desde Juan Carlos Rousselot hasta los hombres de la Marina y de la Fuerza Aérea, los militares carapintadas y Jorge Antonio».
Spinosa finalmente aseguró en la citada entrevista que «conociendo los procedimientos que acostumbra utilizar Assad, yo tengo la sospecha de que el atentado que destruyó la AMIA podría ser consecuencia de promesas incumplidas».
Ya presidente electo, y tras visitar la tumba de su «padrino» Vicente Leonidas Saadi en Catamarca, Menem volvió a Siria.
Estaba exultante. En Damasco, Menem y Monzer al Kassar, se reunieron con Emir y Amira Yoma junto al marido de ésta, Ibrahim al Ibrahim. El quinteto participó de dos fiestas en las que Menem agasajó a Al Kassar y viceversa. De una de ellas Zulema Yoma mostró un video en el programa periodístico Hora Clave para demostrar que Menem y Al Kassar se conocían muy pero muy bien.
Es dable recordar que ambos son primos políticos: la entonces secretaria de Munir Menem, Amira Akil, es prima carnal de los Menem y esposa de un primo de los hermanos Al Kassar.
En los años siguientes, Monzer recibiría en su casa de Damasco -varias veces en los años ’90- a Amira Yoma y a Zulemita Menem, a quién conocía desde niña, cuando vivió con su madre en la misma calle de Damasco, «a puerta por medio», como Al Kassar gusta recordar.
Al asumir la Presidencia, Menem se proponía cumplir su promesa de proveerle un reactor nuclear a Damasco y en ese sentido, en mayo de 1990, anunció públicamente que el contrato, por valor de 100 millones de dólares «estaba prácticamente cerrado». Pero en 1991, bajo la presión norteamericana -que en Buenos Aires concentraba el astuto embajador Terence Todman-, Argentina canceló el proyecto, por lo que Al Assad debió comprar de urgencia en noviembre de ese mismo año un pobre reactor chino de 30 kilovatios.
Las embajadas de Estados Unidos e Israel lograron -con el argumento de que la tecnología nuclear era, por definición, dual y siempre podía reconvertirse para fabricar armas nucleares- que Menem anulara unilateralmente en diciembre de 1991 los convenios que Argentina tenía con Irán para proveerlo de un reactor nuclear. Sin embargo, el gobierno argentino mantuvo la anulación de estos contratos en secreto.
Poco después, Siria anunció la firma de un acuerdo de cooperación estratégica con Irán que incluyó la integración de comités de trabajo conjuntos para el desarrollo de armas nucleares.

Buenos muchachos

En marzo de 1992 se produjo el atentado a la Embajada de Israel y la Cancillería argentina tardó tres años en admitir que a fines del año anterior el Gobierno había anulado esos contratos.
El domingo 14 de mayo de 1989, Carlos Menem -entonces amigo del dictador Al Assad- se imponía en las presidenciales frente a su contrincante radical Eduardo Angeloz, aquel que vociferaba en los discursos de campaña «se puede, se puede». Dos semanas después, el 29 de mayo, una oleada de saqueos a comercios y supermercados ponía al país al borde del temido estallido social y Raúl Alfonsín se autoeyectaba del sillón de Rivadavia.
Así, antes de lo previsto, el sábado 8 de julio, Menem asumía la primera magistratura del Estado argentino y hubo júbilo en Damasco y en Yabrud. Entre el público sonriente que se agolpaba en el Salón Blanco de la Casa Rosada sobresalía un hombretón que observaba todo con ojo de halcón. Cuando miraba al nuevo presidente, que parecía exultante con su recién estrenada banda celeste y blanca, parecía pensar si realmente éste cumpliría lo pactado con la tierra de sus ancestros. Era Monzer Al Kassar, megatraficante de armas y drogas y embajador virtual del dictador Al Assad.
A poco de asumir, el 30 de agosto de 1989, Menem creó en la estructura aduanera de Ezeiza, un cargo con dueño fijo. Cuatro días después Eduardo Duhalde, en ejercicio de la Presidencia debido a un viaje al exterior de su titular, nombró a Ibrahim Al Ibrahim en el cargo CTA 02 Planta Permanente de la Aduana de Ezeiza. Duhalde explicará después que lo hizo «porque era el esposo de Amira»; sin embargo, los cónyuges estaban separados desde mayo.
Marcos Basile y Roberto Rodríguez, empleados de Migraciones que declararon oportunamente ante la justicia, definieron así el rol de Ibrahim en Ezeiza: «Era un delegado de la Presidencia que tenía la función de agilizar los trámites a cumplir. El comisario Forns, amigo del presidente Menem, nos llamó para presentarnos a Ibrahim y decirnos que había que permitirle libre desplazamiento por toda la Aduana».
En ese momento, la luna de miel con los sirios marchaba viento en popa. Y aprovechando este excelente momento, Al Kassar tuvo la genial idea de nacionalizarse argentino y establecer sus reales acá. Monzer obtuvo la residencia permanente en Argentina el 7 de febrero de 1990, tres semanas después de entrar al país. Al día siguiente, en tiempo récord, el director del Registro Nacional de las Personas, López Cuitiño -muy urgido por Amira Yoma- le extendió el DNI 92.855.618. Poco después Monzer compró una casa en el barrio Alto Alberdi de Córdoba, donde se «internó» con Amira Yoma (secretaria de Audiencias de la Casa Rosada), con la que mantenía un tórrido romance. Así lo reconoció sin inmutarse el entonces marido oficial de la cuñada presidencial y mandamás de Ezeiza, Ibrahim al Cuadrado. Apenas el juez federal Jorge Luis Ballesteros comenzó a investigar el tema, se encontró con las responsabilidades del entonces secretario de Población del Ministerio del Interior, Germán Moldes (quien luego sería fiscal de la causa AMIA), de Aurelio Zazá Martínez y también, en última instancia, de la PFA.
Pero un trueno proveniente del exterior, más concretamente de Oriente Medio, alteraría este estado de cosas. El 2 de agosto de ese año, Saddam Hussein anexó militarmente a Kuwait y provocó la condena del Consejo de Seguridad de la ONU. Pasaron los meses y, como Irak hacía caso omiso del pedido del organismo internacional de retirarse, George Bush comenzó a organizar una coalición militar internacional para desalojar por la fuerza al advenedizo de Bagdad.
En noviembre de 1989 había caído del Muro de Berlín, dando comienzo a la nueva era del fin de la historia y la muerte de las ideologías. Bush padre, que había sucedido en el trono estadounidense al cowboy Reagan, comenzó a padecer el complejo imperial de «Octavio Augusto» y EEUU se travistió en la Nueva Roma.
El plazo otorgado a Bagdad vencía en la madrugada del 17 de enero de 1991, fuera del mismo se desataría el infierno de fuego sobre la mítica ciudad de las Mil y una Noches. Entonces, una tonelada de bombas y misiles, con engañosa precisión quirúrgica, pulverizaron blancos en el territorio iraquí mientras comenzaba la primera guerra del mundo unipolar. Notando todo esto, un evidente cambio de tornas en el tablero de ajedrez internacional, Al Assad metió su nariz en el conflicto mediante un generoso aporte: «La Coalición reunió a algunos extraños compañeros de juergas y nada raro como la participación de Siria, considerando su anterior política prosoviética y anti-norteamericana. El presidente sirio Assad envió a Arabia Saudita un contingente de 19.000 hombres entre septiembre y noviembre de 1990. El núcleo de este contingente estaba formado por un regimiento de fuerzas especiales y la 9° División de Acorazada, equipada con unos 200 carros T-62 y T-55. Estaban recién salidos del combate en el Líbano y todos eran soldados profesionales muy instruidos. También se enviaron a los Emiratos Árabes Unidos entre 500 y 600 paracaidistas», según afirma Tim Ripley en Los ejércitos de tierra en la Guerra del Golfo de 1991.
Mientras tanto, Carlos Menem, azuzado por su entonces ministro de Relaciones Exteriores Domingo Felipe Cavallo y por el embajador estadounidense Terence Todman, decidió meter también la pezuña en el tembladeral iraquí. Menem se empecinó en mandar barcos de guerra a participar en el bloque del Golfo Pérsico (ciscándose en la Constitución, que reservaba esas atribuciones al Congreso) con el declarado propósito de consumar las «relaciones carnales» con la única superpotencia. Tal actitud provocó rechinar de dientes en muchos dirigentes árabes. «No hacía falta enviar barcos, con unas declaraciones alcanzaba», razonaron por ejemplo los dirigentes de la colectividad sirio-argentina nucleados en el Centro Islámico, quienes rechazaron la pretensión del presidente argentino de oficiar de intermediario entre Siria e Israel: ‘Assad negocia con Israel a través de emisarios en secreto. Los sirios no queremos que otros entren en el juego’. Para sus paisanos sirios, Menem era un entrometido.
De más está decir que Assad trinó cuando se enteró, mientras que su ladero en Argentina Al Kassar comenzaba a rumiar sobre el cambio de tornas de su primo lejano. No obstante, el 31 de diciembre de 1991 obtenía la ansiada nacionalidad argentina. Pero éste no se quedó gozando de las bondades de su patria adoptiva, sino que se movió bastante. Según el periodista residente en España Norberto Bermúdez, entre 1990 y 1991 estuvo asociado en la «Operación Nadia»; la exportación de 7.181 toneladas de armamentos hacia Croacia, burlando el embargo de las Naciones Unidas con certificados de destino falsos, confeccionados por el agonizante gobierno filosoviético de Yemen del Sur que años atrás lo había nombrado «agregado comercial». Esta operación incluyó a fines de 1992 la entrada a la Argentina de 200 kilos de exógeno español que tenían a Bosnia como destino final. Todo certificado por Siria.
Entre enero y febrero de 1992, buques que llevaban una partida de cañones argentinos de 76 y 120 mm hacia el puerto croata de Split, atravesaron el Atlántico sin novedad, según un informe del mensuario londinense Defense & Foreing Aggairs Strategic Policy. Faltaba bastante para que estallara el escándalo de la venta de armas argentinas (al parecer en pésimas condiciones de uso) a Croacia y a un Ecuador en guerra con Perú por la Amazonia. En este caso con el agravante de que Argentina era garante de los acuerdos de paz entre ambas naciones.
Pero en esta ensalada de nombres sirios, pronto haría su aparecer otro sujeto que en esta historia no sería para nada un convidado de piedra: Alfredo Yabrán, un oscuro empresario vinculado a importantes políticos en negocios de droga y lavado de dinero y que aparecería «suicidado» el 20 de mayo de 1998.

Christian Sanz y Fernando Paolella

* Extracto del primer capítulo del libro AMIA, la gran mentira oficial que saldrá a la venta en las próximas semanas.

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