Dejaron los piquetes para construir sus propias casas

El MTL inauguró más de 300 viviendas Dejaron de cortar las calles, aprendieron un oficio, se pusieron el gorro de albañil e hicieron realidad el sueño de la casa propia. Es un grupo de piqueteros enfrentados con el gobierno nacional, el Movimiento Territorial Liberación (MTL), que hace cuatro años consiguió un crédito millonario y levantó con sus propias manos un complejo habitacional para 326 familias en Parque Patricios.

Ayer, cada una de esas familias obtuvo la llave de su nueva casa y cerró así una historia de años de hacinamiento y miseria en la villa 21, también conocida como Zabaleta.

La historia comenzó así: en medio de la crisis económica de 2001 y luego de traumáticos desalojos que dejaron en algunos de los protagonistas marcas de balas de goma, Carlos Chile, el líder del MTL, formó con su agrupación una cooperativa que compró mediante un crédito del Instituto de Vivienda (IVC) del gobierno porteño un predio de 14.400 metros cuadrados a 1.600.000 pesos. Allí funcionó durante años una fábrica de pinturas de la firma Bunge & Born. El abandono posterior al cierre llevó a que hasta la calle Monteagudo, que pasa por entre medio de las dos manzanas del terreno, estuviera inhabilitada para la circulación durante 40 años.

El nuevo complejo, lejos de parecerse a Fuerte Apache, como vaticinaron algunos vecinos cuando la obra se puso en marcha, es de lo mejor del barrio y encierra una curiosa paradoja: fue realizado por el estudio de arquitectos Pfeifer-Zurdo, los mismos que construyeron, por ejemplo, el shopping Alto Palermo, todo un emblema de las construcciones de la década del 90.

Con una estética bien cuidada y materiales de primera calidad, el predio está compuesto por edificios de sólo dos pisos, con plazas internas y locales comerciales. «La idea fue que prevaleciera un espacio abierto al barrio, para que los vecinos no teman y se integren», sintetizó Juan Pfeifer en diálogo con LA NACION, mientras aplaudía al jefe de gobierno porteño, Jorge Telerman, durante el acto de inauguración.

Con reclamos

De todas maneras, algunos reclamos de los vecinos se hicieron sentir. Nilda y Marta Díaz son dos hermanas que tienen una rotisería a una cuadra. «Tenemos miedo porque no sabemos quiénes son los que van a venir a vivir acá. Hace dos sábados cortamos la calle como protesta y pedimos información, pero nadie nos dijo nada», resumió Marta.

María Alcira Moncayo, dueña de un almacén cercano, contó que al principio no le gustó la idea de que los habitantes de la villa 21 se trasladaran al lado de su casa, pero que una vez que vio la construcción se arrepintió de sus críticas. «No sabíamos lo que iban a hacer. Ahora los felicito y espero que lo cuiden», dijo, mientras miraba de reojo a Emilia Inés Albret, una mujer de 36 años, con 9 hijos y único sostén de familia que este fin de semana dejará la villa después de 17 años para mudarse a su nueva casa. A ella le tocó el más grande de los departamentos, con 4 ambientes. Las demás unidades tienen uno y dos dormitorios, todos con las mismas características: son luminosos, con balcón, lavadero y pisos de cerámica.

Por cada unidad los flamantes dueños pagan una cuota mensual de entre 175 y 380 pesos durante 30 años. ¿De dónde sale esa plata? Se retroalimenta del mismo trabajo. Los militantes del MTL fueron los constructores, y por ese trabajo, que ahora continúa en otra obra en Lugano, ganan entre 1100 y 1500 pesos. Emilia, en cambio, vive de los 400 pesos quincenales que obtiene como ayudante de cocina para el almuerzo de los obreros.

«Esto rompe con la idea de que los barrios populares tienen que ser feos», defendió Telerman el proyecto que comenzó en la gestión de Aníbal Ibarra. Con el clásico pañuelo rojo y negro de la agrupación piquetera anudado al cuello, y rápido de reflejos en medio de la campaña, prometió la «inmediata» construcción de un barrio similar y completó su entusiasmo con una frase final: «Estas son las casas donde a mí me gustaría vivir. Invítenme».

La terminación de la obra, prevista para julio pasado, se demoró siete meses. Pero eso no los doblegó y los piqueteros van por más. La organización ya emplea a 700 trabajadores en la construcción de otro complejo de 10 torres en Lugano.

«El piquete es un método legítimo, pero en el marco de la pelea. No vamos a abandonar, ahora que los tenemos, los puestos de trabajo que conseguimos», reflexionó Chile, orgulloso de haber pasado de piquetero a albañil; de albañil a dueño.

Por Mariana Verón
De la Redacción de LA NACION

loading...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *