En momentos en que los ojos del mundo están posados sobre Bolivia por la reciente decisión de sus autoridades de nacionalizar los hidrocarburos, Morales y Kirchner exhibieron allí como trofeo un acuerdo en materia energética por el cual se incrementará el precio del gas que la Argentina le compra al país del altiplano, que a partir de julio y hasta diciembre próximo subirá en un 56 por ciento: pasará de 3,20 a 5 dólares el millón de BTU (unidad térmica británica). Ese precio no se trasladará a las tarifas de los usuarios y será vuelto a revisar por los equipos técnicos de ambos países a fin de año, para establecer una nueva tarifa.
Además, aunque inicialmente el convenio mantiene el límite de 7,7 millones de metros cúbicos diarios de provisión fijado en 2004, también prevé una ampliación durante los próximos 20 años para alimentar el futuro Gasoducto del Nordeste (GNEA), y estipula una inversión con créditos argentinos en territorio boliviano para la instalación de una planta de industrialización de gas.
Por lejos, fue ese entendimiento el de mayor relevancia tanto fáctica como simbólica para la región, pues al mismo tiempo que le otorga cierta previsibilidad al consumo argentino de ese fluido, implica un menor riesgo de que la Argentina deje de suministrarlo a Chile, y sienta las bases de la negociación que Brasil tiene que cerrar con Bolivia por este tema en el corto plazo.
«Logramos un acuerdo que va a significar inversiones y que va a garantizar la ecuación energética en la región», dijo Kirchner, al hablar ante la multitud que lo escuchaba en el predio de un polideportivo que ambos presidentes inauguraron al término de los actos.
El primer paso
«Estamos dando el primer paso, por un lado para la construcción del Gasoducto del Nordeste Argentino, para que se pueda industrializar el gas en Bolivia, y aún más importante, para que podamos hacer con todos los pueblos de América el gasoducto del Sur, que va desde el Orinoco, llega hasta Uruguay y recorre toda Latinoamérica», agregó.
Morales, a su turno, también ponderó el acuerdo. «Es un alivio económico para mi país», dijo el mandatario boliviano. «Estamos dispuestos a aumentar los volúmenes de exportación a la Argentina», agregó.
Ambos presidentes llegaron al conurbano a las 12. Se habían encontrado en la Casa Rosada dos horas antes y, tras los saludos de rigor y una conversación en el despacho presidencial, compartieron un paseo en el helicóptero oficial hasta Hurlingham. Los acompañó la primera dama, Cristina Fernández, mientras que las comitivas de ministros de ambos países se desplazaron por tierra.
Los esperaba allí una importante movilización humana: fueron recibidos con gritos y aplausos por los grupos de vecinos de la zona, muchos de ellos con carteles partidarios que llevaban el nombre del intendente Luis Acuña, asociado al del gobernador Felipe Solá y al del propio Kirchner, y por una importante afluencia de la comunidad de residentes bolivianos en el país.
Kirchner no perdió allí oportunidad de reforzar la sintonía política que lo une a Morales. «La recepción que le hacemos a nuestro querido compañero y hermano presidente de Bolivia marca con una clara participación popular cuál es la visión de los pueblos de Latinoamérica», dijo.
«Creemos en el Mercosur, en todas las organizaciones y formas de organización que se están dando en América; en generar un foro de pueblos que construyan la voz de esta región, de esta parte del mundo», agregó.
A su turno, Morales elogió a Kirchner por, según dijo, «haber permitido a los bolivianos que vivan en la Argentina». De todos modos, le recordó la importancia de regularizar a los residentes que aún permanecen en condición de ilegales. «El boliviano es honesto y trabajador. Estamos preocupados porque escuchamos de problemas de esclavitud», dijo.
Los acuerdos migratorios suscriptos abarcan desde un convenio para endurecer el control para la migración de menores y estimular la participación de los inmigrantes en las elecciones, hasta la construcción de un nuevo puente que unirá Salvador Mazza y Yacuiba, y la apertura de una Casa de Bolivia en el barrio porteño de Once. Existe ya un plan de regularización de inmigrantes.
Kirchner reconoció la situación de explotación que viven algunos residentes por parte de lo que denominó «empresarios inescrupulosos que quieren usar el trabajo digno». «No tenga dudas de que vamos a perseguir a fondo a los talleres clandestinos. Queremos que las cosas sean cristalinas», le prometió a su par boliviano.
Por Lucas Colonna
De la Redacción de LA NACION