CRONICA DEL 24 DE MARZO DE 1976

Como en un cuento de Borges, en la madrugada de ese día Isabel Perón fue al encuentro de su destino. Poco antes preguntó al grupo de personas que la rodeaba: – ¿ Y a donde voy a ir? – Adonde van los presidentes argentinos a descansar…a la residencia de Olivos. – le contestó Deolindo Felipe Bittel.

Esa había sido una de las pocas oportunidades en que se la vió asumir los temores que en los dramáticos momentos vividos hasta ese 24 de marzo de 1976, debían estar mellando su espíritu. Respondió con aquella pregunta a la invitación de retirarse a descansar que sus colaboradores le formularan, luego de las largas reuniones de las últimas cuarenta y ocho horas.

María Estela Martínez Cartas Viuda de Perón había nacido en La Rioja – una ciudad al borde de Los Andes fundada en 1591 -el 4 de febrero de 1931. Perteneció a un hogar de clase media formado por María Josefa Cartas y Carmelo Martínez, funcionario del Banco Hipotecario. Sus estudios principales los realizó en Buenos Aires y en el Conservatorio del Teatro Cervantes canalizó su vocación por la danza, mientras tomaba lecciones de piano y francés. Aunque mucho se ha escrito sobre ella, son muy pocos los elementos que en forma fehaciente puedan completar una biografía. En lo formal se destaca su decisión de integrar una compañía de teatro, a los veintitrés años, y con ella inicia una gira por países latinoamericanos. Algunos contratiempos propios de la vida transhumante de este tipo de agrupaciones, la retienen más de lo previsto en el exterior. Por esos tiempos, Juan Domingo Perón gastaba sus días de exilio en Panamá, después del Golpe de Estado que lo derrocara en septiembre de 1955. Testimonios de viejos peronistas señalan que Isabel, seudónimo que adoptara para su carrera artística, se ofreció al general argentino como secretaria. En ese entonces Perón encaraba su campaña epistolar, por medio de la que se comunicaba con el movimiento popular que en la Argentina mantenía el fuego sagrado del justicialismo. Aparentemente, esto dio origen a una doble solución: la tranquilidad de Isabel, que pudo acomodarse a un domicilio eludiendo las urgencias económicas que implicaba su hospedaje en un hotel y las necesidades de una ayudante de parte del General. Nace así un vínculo estrecho entre dos personas, cuya trayectoria posterior influiría sobre la vida de varias generaciones de argentinos.

A partir de entonces, Isabel resignó sus aspiraciones artísticas para acompañar al exiliado en un largo periplo que comprende Caracas, Santo Domingo y Madrid, empujados por la cambiante fortuna de los vaivenes políticos del sub-continente.

Finalmente, en 1961 contraen enlace en Madrid, legalizando la relación que los unía.

Aquí se registra un dato interesante: Perón elige para la ceremonia – muy privada – la misma fecha en la que contrajera enlace con su primera mujer, su recordada «Potota» (Ver los tres casamientos de Perón en «Tres bodas y un funeral»). Isabel se transformó en la tercer esposa del líder argentino.

A fines de 1964 Perón intenta un retorno a su patria, acompañado por Isabelita y una gran cantidad de integrantes de su cohorte de colaboradores, pero su avión es detenido en Brasil. El gobierno argentino, a cargo en ese momento del radical Umberto Illia había pedido un favor especial a las autoridades cariocas y éstas fletaron al ex presidente con sus acompañantes, en el mismo avión, de nuevo a Madrid.(Ver cartas de Perón sobre este episodio)

Aparentemente entonces nace una nueva estrategia del ex presidente argentino:transformar a su esposa en una suerte de delegada y emisaria para contactarse con sus seguidores. Así, en 1965 la envía a la Argentina para establecer contactos en vista de las divisiones del peronismo que algunos caudillos propugnaban. De este viaje de Isabelita – exitoso en sus resultados según las instrucciones de Perón – nace una relación inquietante: José Lopez Rega inicia su aproximación al entorno del ex-presidente, logrando constituirse con el tiempo, en uno de los hombres mas influyente y sobre el que pesa la leyenda de ser el factotum de la creación de las fuerzas paramilitares de las AAA. Sobre el particular, aunque falta documentación probatoria, se asegura que no habría sido nada más que un peón de intereses internacionales – en lucha contra el comunismo – y brazo ejecutor de un cerco que tuvo como rehén al mismo Juan Domingo Perón durante gran parte de su vida.

En 1971 Isabel Perón repite el mismo trayecto Madrid-Buenos Aires y el 17 de noviembre del año siguiente participa del regreso de Perón al país, después de más de diecisiete años de exilio.Isabel y Juan Domingo Perón El 12 de octubre de 1973, integrando la fórmula presidencial con su esposo, asume como vicepresidente. El 28 de junio de 1974, pocas horas antes de la muerte de Juan Domingo Perón, asume interinamente el cargo de Presidente de la República Argentina. El desenlace fatal de la enfermedad del General la confirma definitivamente en el cargo.

Pero ¿Quién es realmente esta mujer? ¿Qué cualidades tenía para ejercer el cargo electivo mas importante del país? ¿Cuales circunstancias la impulsaron?

Aquí, algunos testimonios de dirigentes políticos del peronismo, aportan elementos que pueden ayudar a responder estos interrogantes.

Testimonio de Deolindo Felipe Bittel. En 1976 era Gobernador de la Provincia del Chaco y pocos días antes del golpe asumió el cargo de Vicepresidente 1º a cargo de la Presidencia del Partido Justicialista. Posteriormente, en 1983 – en la recuperación de la democracia – integró la fórmula peronista (PJ) Luder-Bittel, que perdió las elecciones en las que triunfó el radical Raúl Alfonsín. Desde esa fecha, hasta su fallecimiento en 1997, se desempeñó como senador por su provincia, intendente de la ciudad de Resistencia y, los últimos años, nuevamente senador:»Yo a la señora Isabel la conocí en Santo Domingo, cuando en el año 1959 viajamos con el doctor López Bustos. Cuando fuímos, en el país existía la idea de que se trataba de una bailarina, una especie de Blanquita Amaro, que zapateaba… esa era la imagen que los diarios transmitían. Cuando llegamos, el General nos mandó a buscar con su edecán, que era un coronel del Ejército dominicano. En ese momento ella sale del chalet y Perón nos la presenta. Yo esperaba encontrarme con una mujer exuberante y en cambio tenía allí alguien bajita, delgadita… Y yo que soy, no sé, un extrovertido, que no tengo reservas, en un tono extrañado y sorprendido le pregunto:

– ¿Usted es Isabel?
– Si – me contesta – Y… ¿Cómo me encuentra?¿Mejor o peor de lo que usted se imaginaba?

La mujer que tenía ante mí era normal. Confieso que yo tenía una idea totalmente distinta… no se si era exclusivamente mia…pero allí comprendí que ésa era la imagen que se pretendió trasladar a la opinión pública».

Testimonio de Miguel Unamuno. En 1976 era Ministro de Trabajo. Después de del regreso del peronismo al poder con Carlos Menem fue nombrado Embajador. Actualmente (año 2000) se desempeña como Director General del Archivo de la Nación. «Isabel era una mujer muy particular… tenía una personalidad que yo me animaría a caracterizar…una personalidad poco permeable.Me imagino que producto de los ataques que permanentemente se ejercían con ella y contra su investidura. Además, su condición femenina también operaba negativamente en el juicio de aquellos años. Pero era una persona que quizás no tuviese mucha ductilidad política, pero tenía una gran dignidad en el manejo de la cosa pública… Quizás el gran cargo que se le podía hacer, era que no tenía la experiencia que se requería para el desempeño de la más alta magistratura del país y sobre todo para el manejo de un movimiento de la vastedad, la singularidad y la complejidad que es el peronismo. Pero yo tengo un recuedo grato en líneas generales. Siempre fuimos tratados (por ella) con excepcional respeto. Muchas de las cosas que se han dicho creo que son mentiras, absolutas mentiras. No obstante que yo no era un hombre de su intimidad, siempre me dió la impresión que era una mujer con sus limitaciones, tal vez con su falta de experiencia en el manejo político como he señalado, pero con un sentido de la responsabilidad que le tocaba en su doble condición de Presidente y heredera de un apellido ilustre. Quizás en otros tiempos y circunstancias más normales, hubiese hecho una gestión que culminara con éxito y no como terminó… pero creo que en definitiva no merece que algunos sectores la juzguen con la ligereza que lo han hecho…»

Testimonio de José A. Deheza. En 1976 era Ministro de Defensa. Actualmente (año 2000) está retirado de toda actividad. Escribió varios libros en defensa del gobierno de Isabel Perón. Está casado con una hija del ex presidente «de facto» y cabeza de la Revolución Libertadora que derrocó a Perón, general Lonardi.»Isabel era una persona, que como ella misma lo declaró, no estaba preparada para ser estadista. Pero era una mujer de mucho sentido común. Era muy despierta, era muy ágil, y tenía un conocimiento perfecto de cada hombre que actuaba en el peronismo, porque al lado de Perón los vio desfilar a todos por Puerta de Hierro o por Santo Domingo o por donde fuera. De manera que uno le explicaba un problema y ella decía sí o no. Yo tuve un apoyo muy grande de parte de ella… en la reubicación de la Justicia, en las leyes antisubversivas y demás y entendía perfectamente bien cual era la situación. De manera que si hacemos una comparación con algunos presidentes que hemos tenido, yo creo que sale gananciosa ella. Era una persona ágil que tenía un razonamiento claro. Sabía cuál era el punto neurálgico de cada uno de los problemas.»

Testimonio de Nilda Garré. En 1976 era Diputada Nacional e integraba el núcleo de jóvenes simpatizantes de los Montoneros. Durante el gobierno peronista que asumió en 1989 ejerció su profesión de abogada y fue titular de una oficina de Registro del Automotor. En el segundo período menemista fue electa nuevamente diputada nacional. En la actualidad (año 2000), ejerce el mismo cargo electivo, aunque ahora en representación de una agrupación de centro izquierda que integra el radicalismo.»Ella es una mujer en la que yo creo que hay que analizar los temas emocionales. En un político debería analizarse únicamente temas de poder… en Isabel, lo temas emocionales. En algunos momentos era una persona totalmente descontrolada. Era muy soberbia o muy mística, pero creo que sí tenía conciencia de sus limitaciones.»

Testimonio de Juan Labaké. En 1976 era Diputado Nacional. Durante el gobierno menemista fue nombrado Embajador. Ejerce actualmente (año 2000) su profesión de abogado.»A mí me comprenden las generales de la ley para dar una semblanza de Isabel. Estoy muy comprometido espiritualmente con ella porque he sido su abogado defensor. Solamente me limitaría a decir que yo lamento lo que ha tenido que sufrir esta mujer y lamento que la vida no la hubiera preparado anímicamente, espiritualmente, políticamente incluso para soportar esa carga tan pesada que la ha hecho sufrir tanto».

Testimonio de Pedro D´Attoli. En 1976 era Jefe de la Secretaría Privada de Isabel Perón y fue uno de los integrantes más jóvenes de su equipo. Nunca más actuó en política, aunque siguió vinculado con los hombres del peronismo; particularmente con el menemismo. Actualmente (Año 2000) está al frente de su estudio jurídico ejerciendo su profesión de abogado penalista.»Constituíamos un equipo de abogados jóvenes a quienes la señora consultaba. En especial las consultas las recibía Julio González y éste las trasladaba al equipo. Yo puedo decir que, como viví y compartí momentos con Isabel en razón de mi cargo, la decisión final la tomaba ella. Tenía un gran temperamento, un gran caracter y había asimilado las enseñanzas de Perón. Quiero que quede claro que no hablo par defenderla, sino que cuento la verdad de como ví yo a Isabel. Y de esto tengo pleno conocimiento porque vivíamos continuamente en Casa de Gobierno y Olivos, compartiendo sus momentos, muy cerca. Eramos el entorno, Pero también tenía un físico que mostraba una salud muy endeble, shockeada por todos los problemas que teníamos».

En la Sala de Situación de la Casa de Gobierno, en Buenos Aires, la presidente de la Nación Isabel Perón, dió por terminada la reunión. Eran aproximadamente las 00:10 de la madrugada del 24 de marzo de 1976. Mientras Deolindo Felipe Bittel le separaba el sillón, Isabel escuchó que la senadora por Santa Fe, Yamile Barbora de Nassif, se ofrecía para acompañarla hasta la explanada de la calle Bernardino Rivadavia.

– Gracias Yamile – contestó ella – no voy a usar el automóvil, voy a viajar en helicóptero hasta Olivos… de manera que ahora subo al helipuerto…-

A partir de ese momento los protagonistas de aquellas reuniones claves para la historia argentina comenzaron a retirarse, atendiendo cada uno de ellos diversos asuntos.

– No hay golpe – dijo Deolindo Felipe Bittel a los periodistas al salir de la Casa de Gobierno rumbo al restaurante El Toboso, donde cenaría con amigos. Roberto Ares, Ministro de Interior, volvió a su casa para meterse rápidamente en la cama. Miguel Unamuno, Ministro de Trabajo, y Lorenzo Miguel, Secretario de la Unión Obrera Metalúrgica y de las 62 Organizaciones Sindicales Peronistas, se dirigieron al Ministerio de Trabajo donde pensaban informar a los dirigentes gremiales que esperaban novedades.

José Deheza, Ministro de Defensa, inició una reunión en un salón contiguo al despacho presidencial con los diputados Juan Labaké y Rodolfo Arce, para comentarles detalles de su entrevista con los Comandantes militares.

Algunos diputados mantenían una nerviosa vigilia en el Palacio Legislativo.

En un domicilio de un barrio de la ciudad, Villa Urquiza, un grupo de jóvenes festejaba un cumpleaños. Pertenecían todos a una agrupación nacionalista. Estaban allí, entre otros, Roberto Galimberti, Carlos «Chacho» Alvarez y Alberto Iribarne. Discutían la expulsión de Carlos Grosso, otro militante, con el que se manifestaban en desacuerdo. En una confitería de la calle Córdoba, en el centro de la ciudad, un joven parroquiano, Ernesto Tenembaum, se alarmó cuando una columna de tanques pasó con gran estrépito en dirección al área de la Casa de Gobierno.

¿Cuál era la situación hasta ese momento en los distintos grupos de poder? ¿Cómo se llegaba a las puertas de una nueva frustración democrática en la Argentina?

En lo económico, el fracaso del Pacto Social que impulsara el Ministro de Economía José Ber Gelbard como consecuencia de las presiones generads por variables externas – como la crisis mundial del petróleo de los años 70 – abrió las puertas a una serie de experiencias inconexas encabezadas como ministros de economía, alternativamente, por Alfredo Gomez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonnani, Antonio Cafieroy Emilio Mondelli.Las dos centrales que participaron en la firma del Pacto, esto es, la Confederación General Económica (CGE)y la Confederación General del Trabajo, abiertamente se manifestaban ahora en contra de las medidas tomadas por el gobierno de Isabel Perón. Julio Broner, manejando la CGE, había movilizado a los empresarios pequeños. La CGT de Casildo Herreras cuestionaba insistentemente la integración del gabinete de la Presidente, presionando por participar en la toma de decisiones. se potenciaba al máximo las diferencias que siempre se manifestaron entre Isabel Perón y la dirigencia sindical. Solamente Lorenzo Miguel al frente de las 62 Organizaciones, se esforzaba por contener los embates de la central obrera. Fiel a su origen peronista, aunque se había puesto a la cabeza del movimiento que expulsó a José López Rega, en la disyuntiva el dirigente metalúrgico optó por apoyar a la mujer de su jefe político y amigo, el fallecido Juan Domingo Perón.

– Mirá Miguel – le confesó cierta vez a Unamuno – de la traición no se vuelve… y yo no quiero quedar incurso en el delito de traición.

Un sector del gobierno quería romper la trenza cegetista interviniendo la central obrera.

– El decreto ya estaba preparado – dice José Deheza.

Cuando se tuvo conocimiento que Casildo Herreras abandonaría el país, muchos tomaron conciencia de la inminencia del golpe.

– Se intentó detenerlo – recuerda Miguel Unamuno – pero yo me opuse y lo conversé con el Ministro Ares. Le planteé que me parecía un absurdo total porque el hecho en sí mismo iba a constituir un dato del golpe y esa orden de captura, si se libró cayó en el vacío.

Lo cierto es que después, desde Montevideo, Casildo Herreras, Secretario General de la CGT, inauguraba un sorprendente tiempo político con una expresión muy gráfica para una evaluación humana:

– Yo me borré – declaró desde la capital Uruguaya.

Según el Diario Clarín del 24 de marzo de 1976 , que informó sobre el particular, tampoco pudieron ser hallados otros dirigentes. Herreras estaba afuera acompañado de Abelardo Arce, Francisco Carranza, José Carranza, Pedro Eugenio Alvarez y otros.

El Congreso también soportaba la escisión que protagonizaban los «verticalistas» por un lado y los «anti-verticalistas» en la vereda de enfrente. En esta última corriente se anotaron los integrantes del autodenominado Grupo de Trabajo de la Cámara de Diputados, integrada por Carlos Palacio Deheza, Luis Sobrino Aranda, Nilda Garré, Eduardo Farías, Dante Migliozzi, Carlos Imbaud, Jesús Porto, Enrique Osella Muñoz, Julio Bárbaro, Raúl Bacjman, Julio Mera Figueroa, Juan Racchini, Luis Rubeo y otros. Con esta escisión, el oficialismo pierde la mayorìa propia en Diputados pasando de ciento veinticinco a noventa y siete sobre un total de doscientos cuarenta y tres integrantes. En el Senado, sobre un total de sesenta y nueve, cuarenta y cuatro respondían al FREJULI (Diario Clarín, 11 de diciembre de 1975).

En un testimonio brindado por Nilda Garré para estas crónicas, podemos acceder al pensamiento de algunos miembros de aquel Congreso:

-«Yo recuerdo una discusión final de esos días con Rubeo y Racchini donde ellos me dicen que este va a ser un golpe donde se va a respetar…claro, ya todo el mundo hablaba del golpe…»-

-¿Entonces, había peronistas que tomaban posiciones a favor del golpe? –

– ¿Y qué le parece…? Racchini y Rubeo… le doy dos nombres… Yo me acuerdo de una frase muy cínica que me tira Racchini cuando yo le pregunté por qué podían asegurar que en este golpe se iba a respetar. «Porque somos socios, por eso te lo puedo garantizar, somos socios, no te engañes…» Ah, si es así, les contesté, si son socios de esto, no tenemos más que hablar…»

El verticalismo y el an-tiverticalismo se enfrentaban también en el seno del Partido Justicialista. el 6 de marzo, en el Teatro Cervantes se llevó a cabo el Congreso partidario. Allí, con el verticalismo a su favor, son elegidas las nuevas autoridades. Isabel Perón resulta presidenta del Consejo; Deolindo Felipe Bittel, vicepresidente 1º; y Lázaro Roca, secretario general. El apoyo prinicpal provenía de Eloy Camus, Carlos Menem, Nicasio Sanchez Toranzo, Lorenzo Miguel, Herminio Iglesias, Nestor Carrasco, Lesio Romero, Rogelio Papagno y otros. En la posición enfrentada se registraban Federico Robledo, Genaro Báez, Enrique Osella Muñoz y Julio Romero (Diario Clarín, 7 de marzo de 1976) En el discurso, la señora de Perón advirtió que se iba a transformar en «la mujer del látigo», lo que dió pie a chascarrillos diversos en los «comics» de los diarios.

Se pretendía con este gambito del cambio de autoridades partidarias, reestablecer los puentes rotos con los demás partidos políticos. Es así que, en forma inmediata, Bittel se entrevista con Ricardo Balbín, presidente de la Unión Cívica Radical, principal partido de la oposición.

– «La señora de Perón me encomienda la tarea de hablar con don Ricardo Balbín. Ya se había resuelto que él utilizara la radio y la televisión; fué el mensaje donde dijo que no tenía la solución pero que esta existía-

– ¿Cuándo y en qué lugar fué eso?

– Fué la semana anterior al golpe, en el departamento del dirigente Luis León, en la calle Libertador y Oro. Lo primero que Balbín me dijo fue: «temo que sea demasiado tarde». Porque de entrada hablamos sobre qué se podía hacer para evitar el golpe del que hablaban ya hasta los mudos. Una de las cosas que convinimos entonces fue formar una Comisión Bicameral que acordara la sanción de las leyes necesarias, que reclamaban los militares» ( Testimonio de Deolindo Felipe Bittel ).

Ricardo Balbín habló al país el 16 de marzo pero su discurso no refleja una firme oposición al golpe. Por el contrario, reconoce que él no tiene la solución. ( Diario Clarín, 17 de marzo de 1976) Esto, proviniendo de un político representante de un partido que se caracterizó siempre por una prédica permanente en favor de la democracia, sonaba casi como un tiro de gracia.

Las leyes que los militares reclamaban se referían a la lucha antisubversiva (Ver proyectos de leyes antisubversivas del gobierno de Isabel Perón) y concretamente tenían relación con el conflicto de poderes entre el Judicial y el Ejecutivo en lo atinente a la opción de salir del país de detenidos acusados de subversivos, como lo establece el art. 23 de la Constitución en vigencia entonces. En este sentido el Poder Ejecutivo sostenia la misma posición que el Ejército. En cuanto a la Comisión Bicameral que habían acordado Bittel y Balbín, nunca se constituyó. Aquí cabe recordar la frase de Perón que sostenía que para que algo transitara hacia una via muerta, debía propugnarse la creación de una Comisión. Ironía del viejo caudillo que se refería a la lentitud de estas instituciones en el Congreso.

El golpe era anunciado ya por los medios de difusión. El Diario La Razón, como en una cuenta regresiva, diariamente titulaba haciendo referencia al mismo. Otros diarios empleaban títulos «catástrofe» en todas sus ediciones. El General Reynaldo Bignone contó alguna vez que, en elmes de febrero, es decir, pocos días antes del golpe, le preguntaban a su esposa en los lugares a los que concurría de compras, si es cierto que él sería Ministro de Bienestar Social. Efectivamente: el día 23 de ese mes, en el Comando General se le había confiado la misión de estudiar la situación de esa cartera.

Alberto Deheza cuenta que el 19 de marzo, habiéndole ofrecido el cargo de subsecretario de Defensa al coronel Daniel Alberto Correa, éste le rechaza alegando que ya no tenía sentido, dado que el golpe se produciría a la semana siguiente.
Y un dato casi hilarante: en esos días llega a Buenos Aires un equipo de la televisión española con instrucciones, dicen, de filmar en colores el golpe militar argentino.

Deolindo Felipe Bittel cuenta:

– «El viernes 19, un coronel amigo que trabajaba en Inteligencia (se trataba del entonces coronel Armando Hornos), me hizo saber que el lunes 22, a la hora cero, se inciaba la cuenta regresiva para el golpe. Previo llamado telefónico, me corrí hasta la Casa de Gobierno y me entrevisté con el doctor Julio González, secretario de la Presidencia. Le comunico la novedad y él me habla de geopolítica, de los cubanos en Angola, de que a Estados Unidos no le interesa. A los pocos minutos llega Alberto Deheza, Ministro de Defensa, y coincide plenamente con González. Para ellos el golpe es imposible. Julio González se preocupó en conocer el grado y la fuerza del informante, datos que no le proporcioné por la seguridad de mi amigo».

De todas maneras, ignorar la realidad por desconocimiento o como estrategia, fue moneda corriente. El mismo dirigente que disponía de información cocinada en los hornos del Ejército, hacía declaraciones ese fin de semana en la ciudad de Resistencia (Chaco) y los diarios titularon: BITTEL NO CREE EN LA QUIEBRA DEL ACTUAL PROCESO (Diario Clarín, 21 de marzo de 1976). Fué convencido por los argumentos de Julio González o no le dió crédito al informante.

El sábado 20, en el Diario Clarín apareció un suelto en la página 6. Con el sugestivo título de CALABRO SE DESPIDIO DE LA PRENSA, el matutino daba cuenta que el entonces poderoso gobernador de la principal provincia Argentina, Buenos Aires, concurrió a despedirse de los periodistas de la Casa de Gobierno, a quienes auguró «mucho éxito en el futuro». Nadie explicó sin embargo los motivos del «inesperado saludo» y, como dándole otra vuelta de tuerca a lo que ya tenía todos los visos de una charada, un asesor suyo explicó que el mandatario provincial no estaba pensando en renunciar. En realidad, el señor Victorio Calabró sabía – y desde hacía mucho tiempo – la ocasión en la que los militares desencadenarían el golpe. Es más: aparentemente la información de Calabró iba muhco más allá. Un testigo calificado aseguró haber visto en la Casa de Gobierno de La Plata un «listado de personas para ser desaparecidas» provistas por el Servicio de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, exhibida a un grupo de diputados por el mismo gobernador.

Isabel Perón se acomodó en la butaca del helicóptero mientras escuchó el zumbido característicos de los rotores del aparato. Miró a través de su ventanilla y pudo distinguir en la semipenumbra la masa oscura de edificio del Ministerio de Economía, mas allá de la terraza de la Casa de Gobierno. Vió algunas ventanas iluminadas enmarcando siluetas negras, que se las imaginó acodadas en los balcones de mármol del Palacio.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo mullido de su asiento. Sintió una leve presión en un brazo.

– ¿Se encuentra bien? – escuchó que le preguntaba su secretario, el doctor Julio González.

– Muy cansada…- le respondió sin abrir los ojos.

En ese momento sintió que el helicóptero se elevaba. No supo por qué pensaba en el tramo de escaleras que, después del ascensor, la condujeron al helipuerto. Al levantar una pierna tras otra, buscando los peldaños, toda la fatiga de las últimas horas le cayó encima. Siempre le molestaron las incomodidades de la Casa Rosada. Quien la visitaba por primera vez quedaba impresionado con la precariedad de sus instalaciones, que constrataban con la magestad de su fachada exterior.

Algún dia – se dijo – alguien debería darle funcionalidad y decoro a ese lugar (Ver Refecciones en Casa de Gobierno).

Mientras Isabel Perón trataba de relajarse, la nave cobraba altura y con un gracioso giro buscó su ruta. A la Presidente la acompañaban su secretario, el doctor Julio González, su edecán militar y Rafael Luissi, Jefe de su custodia. Los pilotos eran militares.

Cuando José Alberto Deheza se incorporó a la reunión de esa noche del 23 de marzo, el reloj señalaba las 22:20. Rodeaban a la Presidente los ministros Emilio Mondelli, de Economía; Emilio Saffore de Justicia; Sebastián Arrighi de Educación; Domingo Demarco, de Bienestar Social; Miguel Unamuno, de Trabajo; los gobernadores Carlos Juarez de Santiago del Estero y Deolindo Felipe Bittel del Chaco, un par de intendentes del conurbano bonaerense y algunos gremialistas. De entre estos últimos se destacaban Lorenzo Miguel y Carlos Smith. También se encontraban el presidente provisional del Senado, Dr. Italo Luder y algunos diputados.

Eran estos asistentes los mismos que habían concurrido a la reunión citada por Isabel la noche anterior y donde, por sugerencia de Luder, se resolvió que Deheza entrevistara a los Comandantes, para exigir de ellos una definición en relación al golpe. Sólo faltaba Ares – Ministro de Interior – que se incorporaría más tarde.

– Yo había manifestado en la reunión aquella que deberíamos citarlos – recuerda Deheza – pero primó la opinión impulsada por Luder que fuera yo quien conversara con ellos. En ese momento se temía el rechazo de los tres Comandantes, con lo que estaría conformado el golpe.

Deheza saludó a la Presidente y ésta lo invitó a tener una reunión en privado para que el Ministro de Defensa le informara, antes de transmitir las novedades al gabinete.

En un despacho contiguo a la sala de reunión, Isabel recibió un informe detallado de la gestión de su Ministro de Defensa ante los militares.

– Informé a la señora de Perón en forma objetiva, sin comentarios de ninguna clase, pues no quería que una apreciación subjetiva pudiera distorsionar la posición adoptada por las Fuerzas Armadas – dijo Deheza en su testimonio para este trabajo.

Como conclusión se genera este diálogo:

– Vea Señora, nosotros dependemos de la voluntad de ellos, porque no disponemos de fuerza para evitar el golpe de Estado – dice el Ministro.
– ¿Y quién de los tres Comandantes es el más accesible? – pregunta Isabel.
– Videla.
– Citemos ahora a esta reunión al General Videla.
– Me temo que se niegue a venir – contesta Deheza – y en ese caso ya estaríamos en presencia del golpe.

Como se aprecia, otra vez el temor paraliza las decisiones en un juego muy parecido a la actitud del avestruz: ocultar la cabeza en la arena para no ver la realidad.

– Entonces – concluye Isabel – yo creo que esta noche el golpe nos dá el Almirante Massera.

¿Esta observación no indica que Isabel manejaba la misma información que Bittel? Sino ¿por qué la mención explícita a esta noche? Y abundando en esta línea, hay que tener en cuenta las instrucciones que recibe Deheza de la Presidente, según este testimonio:

– En la reunión de gabinete usted explique en forma vaga, sin dar detalles.

Dice Deheza que interpretó que con esa orden Isabel quería evitar la alarma. Deheza reflexiona:

– Era muy razonable, porque no sabíamos qué reacción habría, sobre todo de los gremialistas, que se oponían al gobierno y que estaban allí presente, como los representantes de Luz y Fuerza.

Si Isabel estaba convencida que el golpe sería esa noche, ¿por qué ocultó información a sus aliados? Si temía una reacción sindical ¿no estaba protegiendo los planes golpistas?

Eran las 10:50 de la mañana del día 23 de marzo de 1976, cuando los tres Comandantes ascendían desde el garage del edificio del Ministerio de Defensa, en Paseo Colón 255, rumbo al despacho del Ministro.

Momentos antes, José Alberto Deheza se paseaba en él llevando en una mano las instrucciones que el General Jorge Rafael Videla había hecho llegar a los distintos comandantes, en los cuarteles del Ejército en el interior del país, para el dia «D». Obviamente, esto se refería la estrategia para la toma del poder.

Se detuvo frente al ventanal y contempló el tránsito de la avenida de doble mano que se dirigía a los límites norte y sur de la ciudad de Buenos Aires. Hacia el horizonte distinguió las aguas del Río de la Plata y casi frente a él, el edificio del Comando en Jefe del Ejército rodeado de césped sobre el que se inclinaban los soldados encargados del mantenimiento del parque.

A la izquierda, en una plazoleta estaba la estatua a Cristobal Colón, junto frente a la Casa de Gobierno. A esta última, Deheza no la podía ver porque estaba, a ciento cincuenta metros, en la misma linea de edificación que el Ministerio de Defensa.

El ministro debía cumplir ese día con instrucciones recibidas durante la reunión de gabinete, ampliada con dirigentes justicialistas, llevada a cabo el 22 – el día anterior – en la Casa de Gobierno. Las instruciones eran bien claras: debía requerir a los militares que se pronunciasen respecto a si habría o no golpe de estado.

– El gobierno era consciente – testimonia Deheza – que había perdido toda autoridad ane la inminencia del golpe que se pregonaba.

Aquí corresponde reflexionar sobre el grado de ingenuidad conque esas gestiones se llevaban a cabo. Sólo pensar en el desairado papel de un ministro, que va a preguntar a sus subordinados si se van a sublevar o no, munido de una orden que ya circulaba por los cuarteles con las instrucciones para el momento del golpe – firmada por uno de los comandantes – era de suyo una acabada manifestación de impotencia. Desde hacía noventa días los militares producían hechos que, uno tras otro, denunciaban una clara voluntad golpista.

El 24 de diciembre de 1975, en un infrecuente mensaje de un militar al país, el general Jorge Rafael Videla declamaba. «El Ejército Argentino, con el justo derecho que le confiere la cuota de sangre generosamente derramada por sus hijos héroes y mártires, reclama con angustia, pero tambièn con firmeza una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción debe ser adecuadamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica deben dejar de ser medios utilizados por grupos de aventureros para lograr sus fines. Asi, no cejaremos hasta el triunfo final y absoluto que será, a despecho de insjutificadas impaciencias o intolerables resignaciones, el triunfo del país».

Los medios de difusión, simultáneamente, adjudicabana a Videla el establecimiento de un plazo de 90 días para el gobierno.

En los primeros días de enero, los Comandantes hicieron llegar a la Presidente un listado de sugerencias. Como remate, el último párrafo define: «Si pese a los esfuerzos puestos en la implementación de estas medidas, no se logran los resultados deseados, se considera que la Presidente de la Nación, debe facilitar a las Instituciones de la República, la apertura de una nueva instancia polìtica, que pueda evitar males mayores». Este documento tiene una importancia capital en el devenir de los hechos y ciertas especulaciones lo sindican como de responsabilidad de fuentes extranjeras – Logia P2-Henry Kissingger – la redacción del mismo y la posterior tutela del golpe.

– Los Comandantes esperan señor Ministro…- le anunció su secretario al doctor Deheza. El Ministro consultó su reloj: eran exactamente las 11 horas dela mañana.

– Hágalos pasar – respondió.

Entraron entonces el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Massera y el brigadier Rafael Agosti. Saludaron al Ministro e inmeditamente tomaron ubicación alrededor de la mesa de trabajo.

Inició las conversaciones Deheza enumerando las medidas tomadas recientemente por el gobierno, de acuerdo al pliego de sugerencias que los Comandantes le llevaron a la Presidente.

Entre ellas se señalaban como destacadas, la asunción de nuevas autoridades en le partido justicialista, encabezadas ahora por Bittel; la homogenización del gabinete con la incorporación del Ministro de Economía Emilio Mondelli y Miguel Unamuno en la cartera de Trabajo; instruciones precisas al jefe de Inteligencia del Estado – general Otto Paladino – para que sean investigados los actos de corrupción, etc. Deheza escuchó desalentado las palabras de Videla.

– Consideramos sin sentido la apertura de una instancia política distinta.
– Pero esto se dejó planteado en el último párrafo – atinó a decir Deheza, aludiendo al documento entregado a Isabel.
– Ya no hay margen para una salida institucional – insistió Videla, para agregar:
– Doctor, el país se encuentra en una grave crisis que lo tiene paralizado. Usted nos pide que disipemos la posibilidad de un golpe, pero debemos admitir, para llegar a una solución, que aquí juegan múltiples factores.

En estos términos transcurrieron dos horas de reunión y tres más, después de las siete de la tarde.

Deheza llegó a proponer el adelantamiento de las elecciones y la designación consensuada con las Fuerzas Armadas de un «candidato». Alertó también sobre los peligros de un golpe para la salud de la República y finalmente preguntó:

– Señores ¿ustedes tienen previsto, sí o nó, el golpe para la próximas horas, como lo anuncian los diarios ? – Deheza no aclaró al contar esto, si al recordar después esta pregunta tan ingenua, no sintió el calor del rubor en su rostro.

– ¡¡¡Esa es la pregunta del millón!!!- escuchó que se burlaba Massera con una sonora carcajada.
– Doctor – quiso mitigar Videla el mal trago por el que acababa de pasar el Ministro – quisiera que usted exponga sus argumentos mañana a las doce en el comando, ante los Jefes de Cuerpo.-

Eran las 22 y 10 cuando los Comandantes se retiraron del despacho del Ministerio de Defensa.

Mientras Deheza tansitaba los ciento cincuenta metros que separaban su Ministerio de la Casa de Gobierno, pensaba en aquella revelación que le hicieran los Comandantes:

– En julio del año pasado, le ofrecimos a la señora Presidenta toda la colaboración de las Fuerzas Armadas para respaldar su gobierno, bajo ciertas condiciones…
– ¿Con quien hablaron? – preguntó Deheza.
– Con el señor Anibal Demarco – dijo Massera – pero nunca nadie nos contestó nada…
– ¿Es cierto Ministro Demarco – pregunto esa noche Deheza junto a la Presidenta.
– Sí, es cierto..- escuchó que contestaba Demarco.
-¿Y por qué no le transmitió esto a la Señora ? – insistió.
– Consideré que era una propuesta descabellada – sostuvo el Ministro de Bienestar Social ante el asombro general.

Aníbal Demarco había sido en ese tiempo presidente de Loterías y Casino y reemplazaba en el Ministerio de Bienestar Social a Carlos Emery. De esa reunión del 23 de marzo Deolindo Felipe Bittel recordó:

– «Llegó Demarco y tirando el diario La Razón hacia el Ministro del Interior Ares, que justo estaba frente a él, el dijo: «A ver cuando van a tomar medidas con la prensa sensacionalista…»
El diario decía en título a toda página: «ES INMINENTE EL FINAL.TODO ESTA DICHO»
– «Me acuerdo – contó Bittel – que eran las veintidos y cincuenta, porque minutos antes había llegado don Roberto Ares para contarnos que estuvo cenando con el Jefe de la Policía Federal, el general Albano Harguindeguy. «¿Qué le dijo..?», le preguntamos todos. «Que sigamos conversando – dijo Ares – que aquí no pasa nada».

– «Antes que llegar Ares – cuenta Deheza – yo concluí mi informe en la forma que me lo pidió la Presidenta. Puse especial énfasis en que lo único que traía de positivo era la continuación de las tratativas al día siguiente (Deheza había tomado al pie de la letra la invitación de circunstancia de Videla) por invitación del Jefe del Ejército. Entonces el doctor Augusto saffores me pregunta: «Señor Ministro ¿Usted cree en realidad que mañana seguirán esas trativas ?». «No tengo el comando de una división de tanques para aseguraralo, le contesté sin otro comentario».-

Mientras esto ocurría en la reunión presidida por Isabel Perón, un discreto informante le dice a Deheza que fuerzas de la Marina estaban rodeando el Ministerio de Educación. Deheza le informa de la misma manea a Arrighi y el titutlar de ese ministerio se levanta para llamar por teléfono. Cinco minutos después vuelve con la respuesta:
– Me comuniqué con mi Ministerio – le dice por lo bajo a Deheza – y me atendió un oficial de Marina…»
– «Entonces es cierto…- se alarma Deheza.
– No – completa Arrighi – porque dice que sólo se trata de una medida preventiva ante una amenaza de Montoneros».

Sin dudas aquellos eran caballeros confiados.

Pocos minutos después comienzan a abandonar todos la reunión. Sintetizando: en ella escucharon al Ministro de Defensa que les dijo que al día siguiente continuaría hablando con los Comandantes; pior otra parte, el Jefe de Policía – Albano Harguindeguy – los había tranquilizado por intermedio de Ares: «Sigan conversando… no pasa nada», fue el mensaje.

– No hay golpe – declaró Bittel a los periodistas al salir de la Casa de Gobierno, y todas las radios reprodujeron sus declaraciones a partir de ese momento.

Un fotógrafo tomaba fotos desde la vereda del Banco de la Nación – frente a la Casa de Gobierno de Buenos Aires – y en ese momento vió el helicóptero. Hizo foco en él y gatilló varias veces utilizando un teleobjetivo. La ruta que el aparato tomaba no coincidía con la ruta a Olivos.

Rafael Luissi, jefe de la custodia personal de Isabel Perón advirtió con preocupación que el helicóptero tomaba un rumbo que no era habitual para el traslado de la Presidenta a la residencia de Olivos.
Trató de serenarse y contempló con detenimiento, desde su ventanilla, el paisaje que la penumbra de la medianoche pintaba abajo, entre las sombras y los pequeños círculos de luz de las lámparas del alumbrado.
El aparato evolucionó sobre la Casa de Gobierno cuando levantó vuelo, como si el piloto estuviera eligiendo el rumbo.
Luego de un giro, enfiló hacia el Río de la Plata.
Luissi vió como sobrevolaban en ese momento el puerto de Buenos Aires, internándose en el estuario.
Podía apreciar abajo algunos destellos provocados por el movimiento del agua.
Ya no tuvo ninguna duda. Se levantó inmediatamente de su asiento.

– Señora – dijo a la Presidenta – algo pasa…el rumbo que hemos tomado… no vamos hacia Olivos.
Isabel miró a su edecán militar y le ordenó:
– Averigüe qué pasa.-
El edecán se dirigió inmeditamente hacia los asientos de los pilotos.

Isabel había manifestado ante sus ministros en alguna oportunidad, que consideraba el vuelo en helicóptero hasta Olivos, como más seguro que su traslado en automóvil.
Si bien los pocos kilómetros que separaban la Casa de Gobierno de la residencial presidencial de Olivos, podían ser transitados en pocos minutos por la avenida que hacia el norte las unía directamente, Isabel simpre temía que pudiera producirse alguna emboscada en el camino.
Frente a la misma Casa de Gobierno, la avenida Paseo Colón se transformaba en Leandro N. Alem, constituyendo una ancha via de varios carriles que, a través de su prolongación, figueroa Alcorta y luego Libertador, despejaba el tránsito de la ciudad de Buenos Aires hacia la zona norte. Pasando la avenida General Paz – que divide la Capital Federal con la Provincia – tas pocos kilómetros se encuentra Olivos. Del nombre de la localidad, asume también su identificación la residencia presidencial que, rodeada de parques y jardines y limitada por muros con garitas de custodia, se levanta con un estructura de tipo colonial.
Normalmente cumple las funciones de residencia permanente de los Presidentes argentinos, aunque éstos también tienen sus aposentos privados en la Casa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En sus desplazamiento a ese lugar, Isabel Perón disponía de una fuerte custodia de motociclistas. Desde su automóvil podía podía contemplar los magníficos departamentos que se alineaban ordenadamente, en majestuosas residencias de varios pisos, a lo largo de la avenida. El ingreso a los bosque de Palermo, antes de dejar la Capital Federal, le provocaba siempre a Isabel un leve sobresalto.
Es ésta una de las zonas mas bellas de la capital argentina, donde centenarios árboles bordean el camino y grandes espejos de agua le otorgan al paisaje una frescura incomparable.
Allí, el habitante porteño podía descansar de sus fatigas semanales, desarrollando actividades aeróbicas.
De noche, sin embargo, este paraíso podría transformarse en una trampa, a favor de las sombras de los árboles y arbustos.
Isabel vivía la obsesión de un ataque terrorista o el desenlace de una aventura militar.
Por eso prefería desplazarse en el helicóptero.

El edecán militar se inclinó hacia la Presidenta:
– Señora – dijo – me informan los, pilotos que encontraron una falla mecánica sin importancia, pero es necesario una escala en Aeroparque.-
La Presidenta, sentada con el torso erguido, en una de sus características poses de alerta, clavó sus ojos directamente en los del militar. Este mantuvo la mirada y luego, ante el silencio de ella, con una leve inclinación de cabeza, se retiró a su asiento.
Ahora estaba segura que algo ocurría.

No sabía por qué. Nunca supo por qué, pero siempre que algo iba a ocurrir, sentía en su piel extrañas vibraciones. Así le ocurrió en Panamá el 23 de diciembre de 1955, en el Hotel Washington. Allí, ese día, conoció a Juan Domingo Perón. Lo mismo sintió tres años después cuando la turba enardecida salía a la calle en Caracas, después el derrocamiento de Perez Gimenez. Recuerda una tarde de enero, corriendo con un grupo de argentinos hacia la embajada de la República Dominicana, mientras a su lado pasaban hordas de desarrapados que se dedicaban al pillaje. Desde el precario refugio de la casona de la embajada, vió después como entraban en las casas vecinas y se retiraban en medio de gritos e insultos, arrastrando cuanto hubieran hallado a su paso. Puedo admirar entonces, otra vez, la presencia de ánimo de Perón: entretuvo con historias de su vida al grupo de asilados.
También recueda otro accidentado viaje aéreo, durante el que experimentó lo mismo que ahora sentía. Fue cuando iniciaron con el general, desde Ciudad Trujillo, el viaje a España. Entonces, uno de los motores del viejo avión de Varig se plantó sobre el océano. ¡Cuánto tiempo había pasado desde aquellos días de enero de 1960!

El helicóptero se posó suavemente en el sector militar del aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires. El Jefe de la Base Aérea invitó a Isabel a su despacho. Una vez allí, el mismo oficial le notifica:

– Señora: en nombre de las Fuerzas Armadas le comunico que está usted detenida..-

Casi diecisiete años después, en febrero de 1993, Isabel Perón rompe en Buenos Aires un prolongado silencio y, entre otras cosas, dice que a ella «nadie le había avisado del golpe del 24 de marzo». Es poco creíble: recuérdese los testimonios de Bittel, los informes del señor Otto Paladino, las palabras del ministro Alberto Deheza y la crónica del Diario Clarín del 24 de marzo de 1976.

En la Casa de Gobierno, José Alberto Deheza conversaba con los diputados Juan Labaké y Rodolfo Arce, cuando fue notificado que el helicóptero que transportaba a Isabel Perón, no había llegado a Olivos. Inmediatamente intentó una comunicación con el general Videla, pero su ayudante de campo le dijo que se encontraba en la Central de Operaciones. Simultáneamente, un grupo de soldados al mando de un oficial de la marina, irrumpió en la sala anunciando a los gritos, que quedaban todos detenidos. Entre insultos ordenarn la formación de dos filas.

– Aquí los empleados – señaló un oficial con una mano, mientras en la otra sostenía la metralleta – y enfrente los funcionarios y políticos.

Mientras todos tomaban posición, Rodolfo Arce, diputado nacional allí presente, quedó petrificado en su lugar. Dueño de un notable sentido del humor, Arce, al escuchar a Deheza pocos momentos antes, le había dicho:

– Negocie, doctor…negocie. Es mejor tener el 1 por ciento del todo que el cien por ciento de nada.-

Las risas de ese momento habían pasado. Ahora el grueso cuerpo del diputado estaba solo, en medio de las dos filas formadas por la orden del militar.

– ¿Y usted que hace? – le preguntó el oficial.
Rápido, Arce le respondió:
-Yo no soy empleado, ni funcionario ni político… soy médico y vine porque me llamaron de urgencia. Me quiere decir ¿donde me pongo?-concluyó.
– Váyase- le ordenó el marino.
Voluminoso y pachorriento en forma habitual, salió sin embargo inusualmente veloz y solo volvió la vista cuando se encontró respirando el aire libre de Plaza de Mayo.

Al Diputado Labaké, tras ser identificado, también se le permitió retirarse. En esos momentos se estaban termiando de imprimir los diarios. Clarín, un matutino de gran tiraje, tituló la edición del 24 de marzo:ANUNCIAN LA DECISION CASTRENSE A LA PRESIDENTE. Consignaba que «según fuentes fidedignas, los Comandantes Generales había expuesto a Deheza la decisión irreversible de las Fuerzas Armadas de hacerse cargo del gobierno». Destaca que Deolindo Felipe Bittel dijo a los periodistas «todo va bien», al salir a la 0.30 hs. de la reunión. Por otra parte, Lorenzo Miguel – según el mismo diario – expresó que «vamos a seguir conversando mañana, todo anda bien, no hay golpe ni ultimatum, volveremos a reunirnos mañana». Clarín completa el informe señalando que un comunicado de la Secretaría de Prensa daba cuenta de las reuniones del día, destacando que la Jefe de Estado había «recibido información sobre la situación institucional».

En el Ministerio de Trabajo no quedó nadie al tomarse conocimiento del golpe. Cuarenta y ocho horas después, Miguel Unamuno fue detenido en su domicilio del barrio de Flores. Deolindo Felipe Bittel intentó volver a su provincia, pero mientras esperaba un avión de línea en aeroparque – acompañado de amigos – fue apresado por personal civil de las fuerzas de seguridad.
Comenzó así, en todo el país, una cacería humana que había sido planificada varios meses antes, con la meticulosidad de una operación de guerra.
Algunos años después, Juan Lábake, escribió un libro sobre estos hechos titulado «Carta a los no peronistas». Decía en un párrafo: «El 24 de marzo de 1976, a la hora en que la mayoría de los argentinos dormían, a nosotros nos derrocaba un golpe militar. No fue un derrocamiento glorioso ni romántico. Ni siquiera emocionante. No hubo heroísmo en ninguno de los bandos. Ni resistencia alguna».

La democracia fue eliminada de la manera mas cruel: con una machetazo que pretendía destruir un nudo gordiano. Debieron transcurrir siete años, en una lenta, bíblica, marcha en el desierto. Luego, nada fue igual para Argentina.

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