Alejandro Eugenio Videla nació en 1951. Por entonces, el capitán Jorge Rafael Videla y su esposa, Alicia Raquel Hartridge, tenían ya dos hijos. Alejandro fue el tercero de una seguidilla de siete hijos, pero vino al mundo con una discapacidad severa que transformó la vida familiar, obligó al capitán a solicitar un destino en los Estados Unidos y, finalmente, vinculó al futuro jefe de la dictadura a una historia donde la caridad, el crimen, el dolor y la impiedad se entrelazaron.
«El Ejército me destinó en 1956 a los Estados Unidos para que pudiera tratar la enfermedad de mi hijo. Fue un problema genético. Pero allí me deshauciaron. Nos dijeron que las cepas del cerebro ya no se desarrollarían y que había que internarlo en un lugar donde lo atendieran», dijo Videla en una entrevista con el periodista Guido Braslavsky en 1999 (realizada para el libro El dictador de María Seoane y Vicente Muleiro). Lo cierto es que antes de viajar a los Estados Unidos— para asumir como auxiliar del general Julio Lagos al frente de la delegación Argentina ante la Junta Interamericana de Defensa (JID) en el mismo comienzo de la Guerra Fría y las batallas anticomunistas de la posguerra— Videla recibió la caridad de las monjas de la Congregación de Hermanas de las Misiones Extranjeras, Renée Léonie Duquet y Alice Domon.
La Congregación se había radicado en Córdoba en 1939. Pero la hermana Léonie— nacida en Charquemont, Francia, en 1916—, había recalado en la Argentina en 1949. Unos años más tarde, en 1955, desplegaba tareas de caridad junto al primo hermano de la mujer de Videla, el padre Ismael Calcagno, a cargo de la Casa de Catequesis de Morón. En esa obra piadosa Léonie estaba acompañada por otras hermanas, como Gabrielle Echevarne y, en menor medida por Alice Domon. Más tarde, en Hurlingham se uniría a ellas la hermana Yvonne Pierron que será decisiva para recordar los detalles de lo ocurrido.
La fe católica parecía unir sin fisuras, por entonces, a Videla con esas monjas piadosas. Videla integraba en esos años el Movimiento Familiar Cristiano del obispado de Morón. Calcagno reveló en las entrevistas para el libro citado, realizadas en la casa parroquial «Sagrada Familia» de Haedo, en 1997: «Tanto Léonie como Domon fueron mis secretarias y auxiliares en la casa de Catequesis. Videla las conocía bien.» En esa casa de Morón, Léonie, Alice y Gabrielle trabajaban intensamente con los niños discapacitados. Los mayores detalles de ese vínculo los dio Pierron: «El hijo de Videla, Alejandro, andaba en los campamentos con ellos. Les enseñaban a leer con el método Blequer. Los chicos aprendían muy despacito, pero aprendían. El padre Calcagno y Léonie buscaron la manera que ese grupo de unos treinta chicos varones y mujeres de todas las edades se sintieran útiles. La Casa de la Caridad también atendía a niños desamparados como los cuatro hijos de la prima de Videla, Julia. Concurrían por la mañana a la casa de las hermanas Léonie y Gabrielle. Se les daba de comer, se los bañaba.»
El vínculo más fuerte entre los Videla y las monjas— según los testimonios recogidos— ocurrió entonces entre 1953 y 1956, cuando los Videla partieron a los Estados Unidos. Fue un vínculo de necesidad y caridad. Los caminos de ambos, sin embargo, se bifurcaron. Léonie y Alice realizaron— recordó Pierron— «una opción por los pobres, los necesitados…Y él no, él fue militar, optó por los poderosos a sangre y fuego.» Pierron— que trabaja en una colonia de Misiones en su tarea social— sentencia en un español desnaturalizado cuando recuerda el perfil cerradamente conservador, aún en el ejercicio de la fe de Videla: «El era todo Dieu y Patrie, Dieu y Patrie…»
No es posible saber si los Videla recordaron a las religiosas cuando debieron, con dolor y desesperación, internar a su hijo en la colonia Montes de Oca en Torres en 1964. Alejandro murió en 1971. Tal vez Videla no volvió a recordar ese vínculo con las religiosas hasta el mediodía caluroso del 13 o 14 de diciembre de 1977 cuando el entonces secretario general de la Presidencia entró con ánimo grave a su despacho para darle la noticia del secuestro de las religiosas. Videla tuvo tiempo de pedir informes: Léonie y Alice habían sido secuestradas por un grupo de tareas de la Esma, junto con la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villafor y Esther Ballestrino de Careaga y otros familiares de desaparecidos que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz, lugar donde se habían infiltrado el teniente Alfredo Astiz, con el falso nombre de «Gustavo Niño». A Léonie Duquet la secuestraron en Ramos Mejía. Unos días después, ante la presión internacional, el régimen anunció que las monjas habían sido secuestradas por un comando montonero. Y luego hubo silencio y terror. Debajo de esa pesada losa, ubicada en la ESMA, las religiosas fueron torturadas, luego cargadas en un vuelo de la muerte el 18 de diciembre de ese año y tiradas vivas al mar. Entre el 20 y 21 de diciembre de 1977, el mar depositó en las playas de Santa Teresita varios cadáveres que fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. Tres décadas después, gracias al Equipo de Antropología Forense (EEAA) se identificaron varios cuerpos, entre ellos el de Léonie. ¿Videla pudo haberla salvado? La negación de piedad fue la regla de un régimen dictatorial que no quiso la obediencia de los opositores sino su exterminio.