Por Alfredo T. Garcia *
Ante una crítica aparecida en Cash del 28 de agosto de 2005 (“Un destino marcado”, por Pablo Levin) sobre la forma cooperativa y el inexorable aburguesamiento de los trabajadores al cual conduce, se demostrará que tal proposición es absolutamente errada. Este yerro conceptual puede surgir, entre otras falencias, de la falta de preocupación por distinguir aquellas organizaciones genuinamente cooperativas, de aquellas formas societarias que bajo el paraguas de la forma de cooperativas de trabajo han llevado a groseras formas de explotación de los trabajadores, amparadas en regulaciones laxas y controles débiles o inexistentes. Hace más de veinte años el Movimiento Cooperativo viene bregando por la sanción de una Ley de Cooperativas de Trabajo que reconozca la naturaleza especial del acto cooperativo de trabajo y otorgue seguridad jurídica a las relaciones que se entablan entre las cooperativas de trabajo y sus asociados.
La esencia cooperativa se diferencia diametralmente de la lógica capitalista. Mientras en esta última prima el peso del capital para formar la voluntad societaria, en la cooperativa la misma se forma por el voto igualitario de los asociados, un socio un voto, independientemente del capital aportado por cada uno de ellos. Bajo ese precepto la organización cooperativa es un ejemplo concreto de propiedad colectiva de los medios de producción. La propiedad colectiva está estrechamente asociada con una forma de gestión específica que garantiza la conducción democrática de la cooperativa a través de preceptos que permiten concretar operativamente estos ideales, y que se encuentran definidos en los valores y principios de la cooperación.
La aplicación de los valores de ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad, junto con los siete principios de asociación voluntaria y abierta, control democrático por los socios (un socio un voto), participación económica de los socios (contribuyen en forma equitativa a la formación del capital), autonomía e independencia, educación, capacitación y formación, cooperación entre cooperativas y preocupación por la comunidad, permiten diferenciar con certeza a las cooperativas genuinas de aquellas que no lo son.
Es cierto que las cooperativas actúan en una sociedad capitalista y ello las presiona hacia una acumulación compulsiva, pero no menos cierto es que la propia dinámica del desarrollo científico y tecnológico lo exige para mantener la calidad de sus productos y servicios. Desde el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos se entiende que la forma más adecuada de enfrentar este desafío es fomentar la propiedad comunitaria, dedicando la mayor parte de los excedentes, si no todos, a ampliar el capital de las cooperativas y no el de sus asociados. Con el mismo sentido, se rechaza la incorporación de capital privado, puesto que ello desvirtúa la esencia cooperativa, aunque algunas cooperativas en la última década, en especial europeas, han echado mano a este recurso.
Bajo estos preceptos, el trabajador que se asocia a una cooperativa no se convierte en capitalista, ya que su actividad principal sigue siendo la venta de su fuerza de trabajo, pues el capital social por él aportado es exiguo respecto del capital total de la organización, y participará democráticamente de la misma en tanto y en cuanto ofrezca su trabajo.
En el caso de las empresas recuperadas, la organización cooperativa ofrece un modelo de gestión concreto, testeado en experiencias exitosas a lo largo de todo el mundo, aunque, como sucede en toda organización cooperativa, para convertirse en una experiencia exitosa exige una férrea voluntad de sus asociados, para respetar los valores y principios, en especial los de democracia y asociación voluntaria y abierta.
Por la diferenciación sustancial respecto de la organización capitalista, las cooperativas disputan la hegemonía de la sociedad burguesa. No es una anécdota que en todos estos años de gobiernos surgidos del voto ciudadano, se mantenga la prohibición para que las cooperativas de servicios públicos sean propietarias de sistemas de televisión por cable. Tampoco es ingenua la decisión –fomentada desde la ideología neoliberal– de considerar a las cooperativas como sujetos del impuesto a las ganancias, cuando las mismas son, por definición, entidades sin fines de lucro.
Por todo lo expresado, podemos considerar a las cooperativas como verdaderas escuelas de socialismo, que permiten ir acumulando experiencia, voluntad social y subjetividad, ya sea para crear islas de economía solidaria dentro del injusto régimen capitalista, ya sea para enfrentar a dicho régimen, fomentando un cambio que deberá partir de la voluntad de las mayorías que desean otra forma de organizar la producción y la vida de toda la sociedad.
* Director Cefim – IMFC.
Pagina 12