Por Raúl Kollmann
Al otro lado del teléfono la voz sonó contundente: “¿A la Argentina? Nooo, de ninguna manera”. Esta fue la respuesta que Simon Wiesenthal, fallecido ayer a los 96 años, le dio a Página/12 hace más de una década. El famoso cazador de nazis se negaba a venir al país porque consideraba que aún había en la Argentina hijos o parientes de jerarcas nazis dispuestos a vengarse de él por su tarea de llevar a los estrados judiciales a los criminales de guerra. Wiesenthal estuvo convencido de que la Argentina fue el mayor puerto de llegada de asesinos del Tercer Reich y era un crítico intransigente de lo que consideraba una clara complicidad de Juan Domingo Perón en aquella “ruta de las ratas”. Participó directa o indirectamente en casos que tuvieron como escenario la Argentina y terminaron con condenas, como los de Adolf Eichmann, Erich Priebke, Joseph Schwamberger o Dinko Sakic, mientras que en otros casos puso toda la presión y obligó al tenebroso médico Joseph Mengele a huir del país y hasta le quedó la cuenta pendiente de encontrar a otro genocida, presuntamente escondido en la Argentina, Heinrich “Gestapo” Muller, al que nunca pudo detectar.
Wiesenthal fue el primero en descubrir el camino que llevó a los jerarcas nazis a la Argentina. Se basaba en los siguientes elementos:
– Argentina tenía una comunidad alemana grande formada a principios de los años ‘30 y con fuerte presencia de militantes del nacionalismo que se fueron de Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. En Buenos Aires funcionó la sucursal oficial más grande del mundo del partido nazi y en 1938 festejaron en el Luna Park la anexión de Austria. O sea que, tras la guerra, los jerarcas tenían cobertura asegurada.
– Tal como después lo demostraron investigadores como Beatriz Gurevich, Uki Goñi y Jorge Camarasa, el propio Perón dio vía libre a uno de sus más cercanos consejeros, Rudolf Freude, para que armara una comisión que funcionó en la Casa Rosada, Migraciones y seis embajadas de la Argentina en Europa, que permitió entrar a la Argentina a numerosos criminales de guerra alemanes, croatas, franceses, belgas y holandeses.
– Wiesenthal también sostuvo siempre que hubo un acuerdo para que empresas alemanas de primera línea pasaran a ser administradas por hombres de Perón.
– El cazador de nazis sostuvo que hombres de la Cruz Roja y un obispo católico, Alois Hudal, fueron los apoyos que encontraron los jerarcas en su camino de Alemania a Italia, hasta subirse a los barcos con destino a Buenos Aires, donde ya la asistencia pasaba a estar a cargo de la gente de Freude.
Fue luego de un prolijo trabajo de investigación que Wiesenthal llegó a esas conclusiones. Durante los primeros años fue juntando elementos que provenían esencialmente de avisos fúnebres de familiares de los jerarcas nazis, de viajes de sus esposas e hijos y de datos que le fueron llegando a su Centro de Documentación en Viena.
Adolf Eichmann era una de las presas mayores de la caza. Fue el encargado de la Sección de Asuntos Judíos, que consistía obviamente en exterminarlos. Sus órdenes se cumplían en toda Europa y consistían en detenciones masivas, traslados a los campos de concentración, reclusiones en guetos, abortos provocados y, finalmente, la aniquilación. Wiesenthal le siguió el rastro a través de su esposa, Vera, que falsificó una muerte del genocida. Sin embargo, luego Vera y sus siete hijos desaparecieron, Wiesenthal investigó a la madre de la mujer y finalmente pudo determinar que estaban en la Argentina. Estos datos puestos en manos de la inteligencia israelí, más una traición de otro nazi, permitieron ubicarlo y llevarlo clandestinamente a Israel luego de una operación realizada en San Fernando. Eichmann fue condenado a la horca en Jerusalén.Su otro gran objetivo fue el siniestro médico Joseph Mengele, quien utilizó a gitanos, judíos y homosexuales en pruebas pseudocientíficas que terminaban en la muerte. Mengele llegó a tener un documento de identidad a su verdadero nombre en Argentina y Wiesenthal insistió una y mil veces en que debía ser detenido y juzgado. La presión del cazador de nazis lo obligó a mudarse a Paraguay donde vivió bajo la protección del dictador Alfredo Stroessner, y tras las nuevas presiones terminó viviendo a las escondidas entre Argentina, Paraguay y Brasil donde finalmente murió.
En Viena, Wiesenthal exigió la detención de otros jerarcas que estaban en Argentina, como Walter Kutchmann o Joseph Schwamberger. El primero era uno de los jerarcas más buscados, entre otras cosas porque en Polonia obligó a cavar sus propias tumbas y ejecutó a 20 profesores universitarios, junto a sus esposas e hijos. Kutchmann vivió en la Argentina con el nombre de Pedro Olmo y trabajaba en la Ferretería Alemana. En 1975, Wiesenthal lo denunció públicamente, dio su alias y su dirección en Buenos Aires. Kutchmann dio la cara, pero después se escondió y tuvieron que pasar diez años para que lo volvieran a detener. Mientras esperaba la extradición, murió.
El caso de Schwamberger fue parecido. Se lo acusaba de más de mil asesinatos en los guetos y campos de trabajo de Polonia. Wiesenthal lo denunció en 1972, señalando su dirección en La Plata, pero el hombre se evaporó durante doce años, hasta que se lo volvió a detener en Huerta Grande, Córdoba. Pasaron todavía cinco años más para que se concretara la extradición. En Alemania fue condenado a cadena perpetua.
En los últimos años, el propio Simon Wiesenthal y la representación del Centro Simon Wiesenthal en la Argentina, que encabeza Sergio Widder, participaron de investigaciones y batallas judiciales que llevaron a la Justicia a Erich Priebke, uno de los responsables de la matanza de las Fosas Ardeatinas en Roma, condenado a cadena perpetua, y Dinko Sakic, criminal croata que recibió una pena de 20 años de prisión por ser jefe del campo de concentración de Janosevac.
Los ejemplos de intervención de Wiesenthal en casos de nazis que vivían en la Argentina incluyeron al principal criminal croata, al creador del programa de eutanasia nazi, a jefes de las SS en Holanda, Francia y Bélgica. Estaba convencido de que Heinrich Müller, superior jerárquico de Eichmann, también vivió en la Argentina, pero la búsqueda abarcó todo el norte del país y la frontera con Paraguay y Brasil. Gestapo Müller, luego de fraguar su muerte y una tumba vacía en Berlín, se evaporó.
La cifra de jerarcas llegados al país, según Wiesenthal, orillaba los 300 y recién en 2003 dio por clausurada la búsqueda. En ese momento evaluó que si había algún criminal de guerra aún con vida sería demasiado viejo como para juzgarlo. En ese momento, también Página/12 entabló un breve diálogo telefónico con él. “A la Argentina, noooooo. Ahora ya estoy yo demasiado viejo”, dijo categórico.
El hombre que encarnó la justicia
Simon Wiesenthal murió ayer luego de haber participado en la captura de más de mil criminales nazis, algunos de los cuales habían encontrado refugio en Argentina, como Adolf Eichmann, Walter Kutchmann y Joseph Schwamberger.