La reciente admisión de China como observador en la Comunidad Andina, integrada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, volvió a sacudir el tablero diplomático de la región. Lejos de tratarse de un gesto simbólico, el movimiento representa un nuevo avance de la potencia asiática en su estrategia de inserción en América Latina.
El periodista y analista Néstor Restivo, especialista en China y director de la revista Dangdai, interpreta la situación desde un tono crítico. “El presidente de Estados Unidos se imagina su ‘patio trasero’ exento de molestos orientales”, señala, recordando que “a Trump, y también pasó con Biden, China les quita el sueño y la ven ‘maligna’, término con que la mentan incluso documentos oficiales de Washington”.
China-Argentina: Una relación que se consolidó en dos décadas
Desde 2004, China se convirtió en uno de los principales socios comerciales, financieros y tecnológicos de la Argentina, en el marco de una Asociación Estratégica Integral que abarca desde el comercio agroindustrial hasta la cooperación científica. La magnitud del vínculo resulta difícil de subestimar: China es hoy el primer destino de las exportaciones argentinas y un actor clave en la provisión de financiamiento, inversiones en infraestructura y transferencia tecnológica.
Tensiones políticas y realismo económico
Restivo recuerda que “dos décadas de Asociación Estratégica con Argentina, con raíces en muchas áreas no solo económicas, no se van a desarmar por más ensoñación que haya en el Salón Oval, el Pentágono o la ‘gusanera’ de La Florida”. Según el periodista, si bien el gobierno de Javier Milei ha mostrado afinidad ideológica con Washington, la interdependencia económica con Pekín limita la posibilidad de una ruptura real. “Si un gobierno acompaña –y en la Casa Rosada hay uno que lo hace con fruición– la presión de EE. UU. puede ensuciar, aletargar, complicar el vínculo sino-argentino”, advierte, pero no romperlo.
Mendoza también lo sufre
Claro que ese alineamiento argentino no solo trae consecuencias en el comercio con China. Mendoza hoy sufre en primera persona el enfriamiento de las relaciones de Argentina con Brasil y con China y la decisión del gigante asiático de profundizar los vínculos comerciales, financieros y políticos con el hemisferio suramericano.
La decisión de Brasil de levantar los aranceles a la importación de ajo chino de tres de las principales ajeras chinas significa (como ya contó Sitio Andino) un fuerte golpe a la producción de ajo de Mendoza, cuyo principal mercado es precisamente el gigante suramericano.
El comercio exterior: un punto de equilibrio
Las sugerencias de Estados Unidos de alejarse de China en el terreno comercial tienen una capacidad de daño limitada. El complejo agroexportador argentino depende en gran medida del mercado asiático, que absorbe una porción creciente de las exportaciones nacionales de soja, carne y granos. “Es difícil pensar que el agronegocio de las pampas se resigne a perder ese mercado”, apunta Restivo, recordando que cinco de los diez principales destinos de exportación son asiáticos: China, India, Vietnam, Arabia Saudita y Malasia.
El propio sector agroindustrial argentino compite directamente con los farmers de Iowa o Texas, perjudicados por la guerra comercial entre Estados Unidos y China. En este contexto, el vínculo comercial con Pekín no solo resulta conveniente, sino también estratégico: la demanda asiática es un sostén fundamental del superávit comercial argentino y un pilar para las economías regionales.
El frente financiero y la disputa por el yuan
Más compleja resulta la situación en el plano financiero. Desde hace años, los bancos centrales de Argentina y China mantienen un swap de monedas por 18.000 millones de dólares, de los cuales unos 5.000 millones fueron utilizados para realizar importaciones en yuanes durante 2023. Este mecanismo ha funcionado como una fuente de liquidez y respaldo de reservas frente a la volatilidad del mercado cambiario.
Funcionarios estadounidenses han sugerido que Argentina debería abandonar ese acuerdo como condición para recibir asistencia financiera, lo que Restivo considera parte de una ofensiva política. “Washington quiere una Argentina alejada lo más posible del yuan ante el desafío desdolarizador que supone el bloque BRICS”, sostiene. No obstante, Pekín no ha expresado objeciones a que Buenos Aires mantenga simultáneamente acuerdos con Estados Unidos y con otras potencias, lo que contrasta con la rigidez geopolítica de Washington.
Inversiones y presiones estratégicas
El ámbito más delicado de la relación bilateral se encuentra en las inversiones estratégicas, particularmente en los sectores de energía, minería, infraestructura y telecomunicaciones. Restivo afirma que “las presiones del Norte son explícitas desde el Departamento de Estado, el Tesoro o el Comando Sur”. Diversos proyectos emblemáticos –como la cuarta central nuclear Atucha III, las represas de Santa Cruz, la estación satelital de Neuquén o el radiotelescopio CART en San Juan– han enfrentado obstáculos políticos o administrativos vinculados a la influencia estadounidense.
Tierra del Fuego, nuevo eje de disputa
Mientras tanto, Estados Unidos impulsa sus propios proyectos en el sur argentino, entre ellos una base logística en Tierra del Fuego, que ha despertado inquietudes por su cercanía a las Islas Malvinas y la Antártida. Este tipo de decisiones, subraya Restivo, demuestran cómo la política exterior argentina se encuentra atrapada entre dos fuerzas globales que buscan asegurarse su presencia en el Cono Sur.
Un tablero en transformación
En la práctica, la influencia china en América Latina se ha construido con constancia y visión estratégica. A diferencia de la actitud reactiva de Washington, Pekín ha ofrecido financiamiento, infraestructura y acceso a mercados, lo que la convierte en un socio atractivo para países en desarrollo. En palabras de Restivo, “China trabaja para eso y, si la agenda entre Estados nacionales se enfrió con Milei, todas las semanas recorren provincias y municipios empresarios, funcionarios y académicos chinos”.
Entre la historia y el futuro geopolítico
Restivo reflexiona que romper o incluso debilitar esa relación sería un error histórico. Más allá de las afinidades ideológicas, el vínculo con China es una de las pocas fuentes estables de financiamiento y demanda externa con que cuenta el país. Las presiones de Washington para limitarlo podrían traducirse en menor inversión, pérdida de mercados y aislamiento económico en un contexto global de competencia tecnológica y energética.
Lo cierto es que la política exterior argentina, que en este gobierno ha roto toda la historia y tradición, deja en riesgo a nuestro país para que Oriente y Occidente se lo jueguen en una partida de póker.
Fuente: www.sitioandino.com.ar
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