En la primera fase, pese a que 2002 fue uno de los años más difíciles de la historia, se sentaron las bases del modelo con tipo de cambio competitivo que apuntaló la producción local y generó superávit gemelos.
En la siguiente fase el nivel de actividad superó el récord de la convertibilidad, el desempleo rozó el dígito, la suba de precios era acotada, la pobreza descendió y la restructuración de la deuda pública despejó un pesado lastre.
Luego, la política económica siguió estimulando la demanda incluso en detrimento de la inversión, lo que terminó generando inflación. En 2009 golpeó la crisis internacional pero se pudo volver a crecer rápidamente.
La foto actual es más alentadora que con la que se inició la década, aunque las bases para un crecimiento duradero no están totalmente asentadas. No obstante, todavía existe margen de maniobra y el mundo sigue jugando a favor.
Es importante detenerse en los desafíos que se plantean para el siguiente período ya que los mismos coinciden en gran medida con las cuentas pendientes que deja la década que está finalizando.
El principal es la deuda social. Con una economía que casi se duplicó en los últimos veinte años, la pobreza alcanza todavía a tres de cada diez argentinos.
Para mejorar los indicadores socio-económicos es necesario atender dos cuestiones: la dinámica de los precios y las condiciones del mercado laboral.
La implementación de una política antiinflacionaria sería el puntapié inicial de un proceso genuino de mejora social. La decisión es fundamentalmente política, pero claramente requiere de un consenso amplio para garantizarla.
La oportunidad para la Argentina en la nueva década está abierta. El punto de partida y el contexto internacional es favorable. Resta asumir el compromiso en trabajar para alcanzar un nivel de bienestar superior en la década que se inicia.
Una década con más luces que sobras
El año que finaliza cierra una década en la cual se experimentaron marcados contrastes en el rumbo económico. Lógicamente, el balance es claramente positivo si se evalúa el contexto actual a la luz de la crisis interna de 2001 y la crisis internacional de 2009. Sin embargo, aún quedan temas pendientes que constituyen prioridades para el desarrollo del conjunto de la sociedad.
Los 90’s dejaron una pesada herencia para la sustentabilidad macroeconómica que puso en riesgo el equilibrio social. Para peor, el contexto externo no fue favorable (diversas crisis financieras), restando margen de acción a una política económica ya comprometida por el corsé de la convertibilidad.
En la actualidad la situación es prácticamente la opuesta. Si bien es necesario corregir nuevos desequilibrios, la herencia para los próximos años no luce explosiva y el plano internacional favorece la posición externa del país.
En el transcurso de la década se pueden identificar tres momentos acorde a la performance de la economía: crisis (2001-2002); recuperación y auge (2003-2006); y, moderación (2007-2010).
En la primera fase, el estallido de la convertibilidad no sólo generó una crisis económica de magnitud sino también una profunda convulsión política y social. Pese a que 2002 fue uno de los años más difíciles de la historia, se sentaron las bases del modelo con tipo de cambio competitivo que apuntaló la producción local y generó superávit gemelos (fiscal y comercial).
Diversas medidas extremas se tuvieron que aplicar, entre ellas el default de la deuda pública, la devaluación y posterior flotación del tipo de cambio, la pesificación asimétrica y la implementación de la emergencia económica y de los planes Jefas y Jefes, con el objetivo de paliar el desempleo y la pobreza.
Sin embargo, a mediados de 2002 y de la mano del agro, la recuperación se extendió desde el interior del país hacia los centros urbanos. Un año después la actividad ya se recuperaba a tasas chinas y comenzaba a percibirse un descenso del desempleo y de la pobreza, que habían trepado a niveles nunca antes vistos.
La siguiente fase puede describirse como de auge pues se alcanzaba el mejor momento económico de la década. Todos los indicadores mejoraron sensiblemente: el nivel de actividad superó el récord de la convertibilidad, el desempleo rozó el dígito, la inflación era acotada, la pobreza descendió abruptamente y en 2005 la restructuración de la deuda pública despejó un pesado lastre.
A pesar de que la capacidad productiva ociosa se redujo y surgían algunos cuellos de botella, la política económica siguió estimulando la demanda incluso en detrimento de la inversión. En 2007 el fuerte incremento nominal de la demanda impulsó la inflación pese a que las mediciones oficiales no la reflejaron.
Si bien la suba de precios afectaba los indicadores sociales, la actividad siguió pujante gracias a un viento de cola externo muy favorable. Lamentablemente, el boom de las commodities de 2008 no se aprovechó por el conflicto entre el gobierno y el campo. Tras su resolución, estalló la crisis financiera internacional.
El shock aceleró la salida de capitales y produjo una abrupta caída del comercio mundial que, junto a la peor sequía en 40 años, generó una fuerte recesión. No obstante, gracias al dinamismo de China y Brasil, los estímulos internos y un clima más benigno, la economía volvió a crecer rápidamente desde mediados de 2009. Pero también lo hizo la inflación que cerrará 2010 en 27%.
Cabe señalar que la buena performance de la Argentina no es un caso aislado, sino que se ubica en línea con el avance de las economías en desarrollo. El país no estuvo exento del proceso de convergencia que experimentaron todos los emergentes y que implicó un ciclo de elevado crecimiento, aumento del comercio internacional, acumulación de reservas, apreciación del tipo de cambio y reducción de la deuda pública.
Si bien la foto que cierra los últimos diez años es mucho más alentadora que con la que se inició, las bases para un crecimiento duradero no están totalmente asentadas. La inflación desalienta el crédito y la inversión, acota el crecimiento futuro y deteriora los indicadores sociales. No obstante, todavía existe margen de maniobra y el mundo sigue jugando a favor.
El foco en la deuda social
El punto de partida para la próxima década en materia económica luce alentador, más aún si se lo compara con el complejo comienzo del ciclo anterior. Además se espera que a lo largo de los próximos diez años sigan operando muchos de los factores –internos y externos– que se dispusieron a favor en los últimos tiempos.
En particular, elementos tales como los elevados términos del intercambio, el sostenido crecimiento de los mercados de referencia para la Argentina o la reducida gravitación de la deuda en relación al PBI, permitirán mantener una posición externa favorable así como impulsar la producción local e incrementar el margen de acción para la implementación de políticas públicas.
Sin embargo, es importante detenerse en los desafíos que se plantean para el siguiente período ya que los mismos coinciden en gran medida con las cuentas pendientes que deja la década que está finalizando.
El principal es la deuda social. Con una economía que casi se duplicó en los últimos veinte años, la pobreza alcanza todavía a tres de cada diez argentinos. Cabe notar que esta situación no es la que signa a la historia del país ya que hasta inicios de los ‘70 este flagelo alcanzaba a sólo uno de cada veinte.
Si bien las transferencias de ingresos a sectores vulnerables permiten paliar tal adversidad, se debe profundizar la ofensiva para revertir su crecimiento y evitar los estragos que genera una tasa tan elevada y sostenida en el tiempo (pobreza estructural). Necesariamente deberían atenderse dos cuestiones: la dinámica de los precios y las condiciones del mercado laboral.
Como se explicó en reiteradas ocasiones, las familias de menores recursos son las más expuestas al alza de precios, especialmente cuando la suba se concentra en los alimentos. En un contexto donde los incrementos superan a la recomposición de los ingresos, se pierde poder adquisitivo y la puja precios-salarios registrados se dispara, empeorando la situación.
Por su parte, fomentar una elevada creación de empleo implica combatir directamente a la pobreza. Además, aumentar la formalidad laboral es otro punto fundamental, pues los salarios no registrados reciben siempre menores ingresos y cobertura social.
A diferencia de la década del ’90, donde el desempleo era una cuestión central, actualmente el problema urgente es la inflación. Por ello, la implementación de una política antiinflacionaria sería el puntapié inicial de un proceso genuino de mejora social. De hecho, en las condiciones que comienza la década una mayor certidumbre en materia económica impulsaría, por ejemplo, proyectos de inversión impactando positivamente en el mercado laboral.
La decisión es fundamentalmente política, pero claramente requiere de un consenso amplio para garantizarla. En países similares (Brasil, Uruguay, Chile) la actividad crece a un ritmo elevado, con un nivel de inflación controlado y baja desocupación. En ese contexto mejoran genuinamente la mayoría de los indicadores sociales.
Pueden ser enumeradas otras cuestiones no menos importantes que atañen a la deuda social, como revertir el déficit educativo y habitacional o fortalecer seriamente las instituciones. Pero los desafíos vuelven a unificarse sobre el requerimiento de consenso para definir las prioridades y perseguir mancomunadamente los objetivos dispuestos.
La oportunidad para la Argentina en la nueva década está abierta. El punto de partida y el contexto internacional es favorable. Resta que el conjunto de la sociedad se decida a asumir el compromiso de trabajar para alcanzar un nivel de bienestar superior en la década que se inicia.
Fuente:Ecolatina.
Director Economista:Roberto Lavagna.