«Cuando fui a reconocer el cuerpo me advirtieron: ‘Mire que no va a encontrar la cara de su hija como antes’. Pensé que iba a tener su rostro lastimado, pero lo que vi me aterró. La cal que le habían puesto encima los asesinos hizo un desastre. Lo único que tenía eran los dientitos y los ojos. Miré sus bracitos y todavía estaban los tatuajes de nosotros, los papás, Mónica y Ricardo. Estaba debajo de una chapa y al levantarle la cabeza, cayó su pelo, sus rulitos impregnados de cemento?». Así de duro, entre lágrimas y sollozos, donde aparecerán recuerdos tan tristes como alegres, transcurrirá el diálogo con Mónica Ferreyra, la madre de Araceli Fulles, que en 2017, a los 22 años, fue asesinada y masacrada en San Martín.
La noche del 1º de abril de 2017 la chica fue a un cumpleaños en José León Suárez, donde vivía junto a su familia. Mónica cuenta que pasadas las seis de la mañana del otro día recibió un mensaje de ella en su celular: «Vieja, prepará unos mates que voy para casa», le decía. Pero las horas pasaron y no regresó. Y empezó tratar de ubicarla.
Quienes habían estado con ella en la fiesta le precisaron que se había ido a las 2. Desesperada, se presentó en la comisaría, pero le dijeron que debía esperar al menos 24 horas para que se pudiera iniciar una búsqueda. La investigación comenzó por su círculo íntimo. Y apareció un nombre clave: el de Darío Badaracco, un joven de Villa Ballester que Araceli había conocido, con el que se dijo que mantenía algún tipo de relación, y que llegó a declarar varias veces como testigo.
La pesquisa recién tuvo resultados el 28 de abril de ese año, gracias al olfato de Halcón, uno de los perros que participaron de la tarea de rastrillaje. En la casa de Badaracco, el can comenzó a inquietarse.
Recuerda Mónica: «Uno de mis hijos los acompañaba y advirtió que el ovejero se detuvo. Tuvo que insistir porque los policías se querían ir. Entraron y uno dijo ‘¿qué hicieron acá? Este cemento está fresco’. El cuerpo de mi hija había hecho una reacción post mortem y sobresalía del piso la punta de un pie».
El resultado de la excavación fue escalofriante: entre cal, escombros y cemento fresco apareció el cuerpo de Araceli. «En posición decúbito dorsal -boca arriba-, con las extremidades inferiores flexionadas hacia atrás, no pudiendo advertirse a simple vista la causa del fallecimiento», establecieron los peritos. La autopsia reveló que la muerte se produjo a causa de «sofocación por lazo»: se cree que la asfixiaron con un precinto plástico, a juzgar por las marcas que había en su cuello.
«Ese Darío había declarado el día anterior y enseguida se fugó. Pero no fue el único que participó de su muerte», explica la mamá de Araceli entre lágrimas. La investigación estableció que su hija había recibido un llamado de Badaracco para fuera a un asado que se hacía en el corralón de Carlos Cassalz, donde Darío trabajaba, y en el que se sospecha, habrían estado presentes otros sujetos que luego fueron detenidos junto al propio Cassalz, y más tarde, liberados.
«Están todos libres gracias a un fallo que hizo lugar a la apelación de las prisiones preventivas. Se cometieron fallas en la instrucción de la causa, que confío en que se corregirán durante el debate oral, que se iniciará cuando termine la feria judicial, al presentar la prueba», explica el abogado de la familia, Diego Szpiegel.
El resto de los imputados son: Hernán Badaracco -hermano de Darío-, Marcelo Escobedo, los hermanos Jonathan y Emanuel Ávalos (familiares de uno de los policías que formó parte de la investigación y luego fue apartado), Hugo Cabañas, Daniel Alanis y Marcos Ibarra.
Darío Badaracco era el único preso por esta causa caratulada «homicidio doblemente agravado por haber sido cometido por una o más personas y femicidio». Una de las pruebas principales que pesaba sobre él era el cabello de Araceli que se encontró en el camión que usaba para los repartos del corralón. Estaba en el penal de Sierra Chica, pero el 8 de abril de 2019 fue quemado por otros dos internos con agua hirviendo y murió seis días después en el hospital de Olavarría.
«Para mí lo mandaron a matar para que no hablara, ‘lo callaron'», amplía Mónica Ferreyra, y agrega: «Estábamos esperando las últimas pruebas, pero con el tema del coronavirus se retrasó todo. El juicio debía empezar el 26 de mayo y el veredicto se iba a dar el 19 de junio. Badaracco estaba a punto de quebrarse y hablar, todos se culpaban entre ellos, entraban en contradicciones permanentes. Varios tienen antecedentes. Cassalz ya estuvo preso por varios delitos. Yo tengo custodia las 24 horas en mi casa porque nos tienen amenazados», relata, asustada.
«Lloro mucho a mi Negra»
La gran cantidad de retratos de Araceli mantienen vivo su recuerdo en la casa. «Era una nena muy divertida, positiva, querida, especial, bella persona. Estaba orgullosa de sus seis hermanos, quería terminar la secundaria. Eduardo fue el que encontró el cuerpo y no se puede recuperar. Estamos mal. Todos los días hablamos de ella. El más chico, Carlos, de 23 años, tuvo tres intentos de suicidio. Me dijeron que si seguía así lo iban a tener que internar en un neuropsiquiátrico. Ricardo, mi marido, no quiere vivir, está deprimido, quiere que Araceli se lo lleve con ella. Yo voy al psicólogo, trabajo en la Municipalidad de San Martín, me distraigo con lo que puedo, pero lloro mucho a mi Negra».
Entre tanto dolor, Mónica celebra que en la provincia de Buenos Aires se haya declarado la emergencia por la violencia de género. Pero enseguida vuelve a ella: «Está presente en todos lados. Tengo una foto en la mesita de luz, en la heladera, en el comedor, dos cuadros grandes encima del sillón. Cuando me meto en la cama, rezo, miro fijo su imagen y le digo, ‘Bebé, cómo quisiera tenerte conmigo’. Abrazo fuerte la almohada y me duermo llorando. Cuando me levanto paso por la cocina y le tiro un beso. Me tiene mal no poder ir al cementerio. Yo limpiaba su tumba, le ponía sus claveles blancos y rojos», por su pasión por River.
«Ya que la mataron, ¿no podrían haberla dejado tirada en la esquina de mi casa sin torturarla, así podía despedirla con un beso? No me lo permitieron. Mi marido espera verla llegar. El 8 de agosto cumpliría años. Agradezco a Dios que me dé fuerzas. A él también le imploro justicia. No puedo creer que los que descuartizaron a mis hija todavía sigan libres».
El querellante, confiado a la hora del juicio
Diego Szpiegel, abogado de la familia Fulles, espera que en el juicio se reviertan los efectos de una instrucción deficiente. «Solo Darío Badaracco estaba preso porque la defensa de los imputados, que ahora son ocho, cuestionó la cadena de custodia y preservación de la prueba de ADN de Araceli obtenida en la investigación. Eso hizo que desaparezca el elemento que podía vincular a los otros imputados. Según nuestra hipótesis, Carlos Cassalz sería el autor material e ideológico. Todos llegan en libertad porque la tarea de la fiscalía de instrucción tuvo fallas, fue deficitaria». Confía en que la prueba que se presentará en el debate logre «revertir la circunstancia de nulidad que se dio en la instrucción» y permita acusar a todos los imputados y lograr una sentencia condenatoria».