Cuando la palabra no vale nada.

Juev 20/02/2020.- Me crié en una época donde dos personas se daban la mano, y decían “le doy mi palabra” y no hacía falta firmar ningún documento, ni garantía, eso era suficiente. Tener que decir que eso pertenece al pasado me da vergüenza.

Son principios, normas de convivencia, acciones que quedan grabadas en la retina, mi padre era así, mi hermano lo es  y yo intento mantener esa práctica, pero cada vez es más difícil, porque esos ejemplos se han ido perdiendo, la palabra empeñada ya no significa nada o se convirtió en un simple intercambio de promesas incumplidas o palabras sin sentido.

Entre los ciudadanos comunes quizá aun haya algunos adultos mayores que lo mantengan, pero las nuevas generaciones realmente han destrozado eso y otras muchas cosas que nos hacen mejores personas. Traicionar es común, desdecirse también, negar lo dicho, excusarse o argumentar banalidades, es común, es tan común que, obviamente alguna clase política, algunos dirigentes, no importa de qué rama o sector, ni dudan en decir algo hoy y mañana absolutamente lo contrario y aquí es donde se complica, quienes tienen algún poder de decisión deberían hacer un culto de la palabra empeñada, deberían sentir vergüenza por emitir palabras que van en contra de sus pensamientos, deberían poder, al menos intentar, cumplir con lo que han dicho a aquellos que confiaron en ellos, pero no, no lo hacen, y como si no fuera demasiado escandaloso hasta tienen el tupé de ofenderse cuando les recordas que ayer decían exactamente lo contrario.

De esas palabras, de esas promesas, de esas declamaciones depende el destino de cientos de miles de personas, niños/niñas/adolescentes, adultos, adultos mayores, familias, trabajadores, profesionales, técnicos, amas de casa, jubilados, todos aquellos que creyeron en la palabra empeñada hoy sienten lo mismo que yo, que “SU” palabra no vale nada, que como dijo alguien alguna vez, “las palabras se las lleva el viento”, y es aquí donde volvemos a tener que firmar y quizá eso debamos exigir para la próxima oportunidad, que nos firmen ese compromiso que asumen con palabras alentadoras llenas de promesas y bienestar, cuando en realidad ese bienestar es solo para ellos, viajes, cenas, reuniones, sueldos escandalosos, viáticos y demás privilegios mientras mueren niños/as desnutridos en Salta, Santiago del Estero, Formosa, Chaco  y son ignorados olímpicamente por quien te habló de la inclusión, los derechos, los que menos tienen, los más vulnerables, para no decir las palabras correctas, pobres, indigentes, famélicos, en este país, en este país la gente se muere de hambre, duerme en la calles, no tiene acceso a los servicios básicos, pero esas palabras no deben decirse, porque hace unos meses te decía que ibas a estar mucho mejor, que todo iba a cambiar, palabras y más palabras, toneladas de palabras esparcidas como un pesticida sobre las cabezas de un pueblo sumiso, ignorante y hambriento que terminan por matar de la manera más inhumana y cruel posible, no haciendo nada.

Palabras dichas con liviandad desde los despachos cubiertos de lujos y placeres que algunos ni siquiera pueden imaginar, palabras dichas con el más absoluto cinismo, palabras que dicen lo que ni se les ocurre hacer, no saben o no quieren.

Se perdió el poder de la palabra y se perdió el ejemplo de nuestros padres, quizá esto suene anticuado, fuera de tiempo y espacio, pero para muchos es cada vez más difícil soportar que nos  mientan y nos vuelvan a mentir y sigamos creyendo que “ESTÁ” vez no nos van a fallar, pero nos fallan, y aparece esa sensación de decepción, amargura e indignación que en mi caso solo me lleva a pensar una y otra vez, “que bueno haber vivido esa época donde la palabra empeñada era un documento”.

Alguien me dijo una vez, “cuando no hay nada que decir, es mejor no decir nada”, tenía razón, es mejor el silencio que las palabras sin sentido, sin valor, sin compromiso, sin principios.

Armando Cabral.

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