Nos contaban del clima muy frío, de los vientos huracanados del sur y de algo que se llamaba turba que casi cubría toda la extensión de tierra que ocupaba el archipiélago.
En realidad no teníamos idea, hasta que una noche de 1° de Abril de 1988 decidimos ir a donde hoy se ubican todos los monumentos que recuerdan aquella gesta y donde entonces solo había un pequeño grupo de vecinos alrededor de un tambor encendido dentro del cual ardían maderas que ayudaban a paliar el intenso frío.
Casi todos estábamos tan abrigados que costaba reconocerse, camperas con capuchas, pasamontañas, bufandas, guantes, borceguíes, todo servia para estar ahí esperando que dieran las doce de la noche y cantar el himno nacional.
Mientras entre los “patriotas”, iba y venia un termo con café con ron, el frío arreciaba y el viento también pero nadie se movía, las charlas pasaban del conflicto a los hechos cotidianos y de vuelta a lo que habrían sentido aquellos chicos durante el tiempo que duraron los enfrentamientos. Algunos recordaban que la primera vigilia fue en 1983 frente a donde hoy hay una importante concesionaria de automóviles y que la decisión de ir a cantar el himno a la playa se les ocurrió a un grupo de personas que se encontraban en un hotel céntrico, fueron a la playa, arrojaron algunas flores al agua, cantaron y se emocionaron hasta las lagrimas, desde ese momento la vigilia no dejo de hacerse nunca mas y creció y creció hasta reunir a mas de 25.000 personas en 3l 2007, que creo fue la vez que mas gente hubo.
Aquella noche de 1988, quedara en mi memoria por el resto de mi vida, mientras caminaba hacia la playa desde el pequeñísimo departamento que habitábamos sobre la calle Fagnano, sentí el viento helado pegándome en la cara, me aferre fuerte a la mano de mi compañera, subí mas el cierre de la campera y comenzamos a descender por la bajada de Yaganes hacia Elcano, el Motel Sur había apagado sus luces, eran mas de las 22:30 hs y ese primero de abril hacia mucho frío, debajo de la campera ella y yo llevamos unos sweters muy gruesos de lana cruda que nos había tejido mi madre antes de salir para Tierra del Fuego, desde la esquina de Elcano y Belgrano se podía ver a lo lejos la llama del tambor encendido unas sombras a su alrededor, todo estaba a oscuras, en ese entonces esa avenida ni siquiera estaba pavimentada.
Caminamos hasta llegar al lugar de la reunión, todos saludaron como si nos conociéramos de siempre, todos estaban ansiosos, excitados por formar parte de eso que yo no terminaba de entender, nos pasaron el termo con ron y cuando lo tragué sentí que un inmenso calor me llenaba el alma, encendí un cigarrillo creo por los nervios que no sabia a que se debían y camine hasta la costa del mar, justo ahí donde rompen las olas, me agache y toque el agua helada, tan helada que no recordaba algo igual nunca, no se cuanto tiempo estuve ahí, ni cuantas sensaciones indescriptibles me atravesaron de lado a lado, me llevaron y me trajeron hasta las islas, pude sentir ese mismo viento, ese mismo frió y hasta el mismo temor que ellos sentirían allá en medio de los ataques en la oscuridad.
Apareció una bandera en un pequeño mástil y alguien grito “ya son casi las 12”, en ese momento todos se quitaron, gorros, pasamontañas y todo aquello que los cubría del frío y entonces reconocí a algunos de ellos. Alguien comenzó a cantar el himno casi a los gritos, algunos mientras cantábamos mirábamos la bandera, otros el mar agitado por el viento, todos cantaron la canción patria como nunca antes, no era un rumor era un grito que salía de las tripas, todos casi gritábamos y ni nos mirábamos, teníamos la vista fija en algún punto perdido del océano o en la bandera que estaba casi tiesa por el viento.
Al término todos aplaudimos hasta que nos dolieron las manos, pero antes de volver a abrigarnos, pude ver que todos, todos, tenían lágrimas en los ojos, esa noche supe nunca mas volvería a faltar a la vigilia de los veteranos de guerra de Malvinas, y así después fueron mis hijos y nunca importo el frío, ni el viento o la lluvia que en muchas oportunidades nos devolvió a nuestros hogares empapados pero con el corazón lleno de una paz y una emoción que solo se siente en ese lugar, en ese momento, ahí rodeado de toda esa gente que irradia energía, que late a tu mismo ritmo.
La vigilia hay que vivirla, la vigilia de Rio Grande es única, hasta aquí llegan veteranos de todo el país, ciudadanos comunes, amigos de los que quedaron en las islas, parientes, todos a ver ese acto de inmenso respeto a nuestros héroes, ese minuto de silencio en que hasta el mar pareciera detenerse, la salva de 21 disparos, el discurso emocionado del presidente del centro de veteranos, y después el reencuentro de todos, con todos, los saludos, los abrazos, el chocolate caliente o los mates lo que sea para compartir ese momento y quedarse allí al lado de la carpa viendo ese inmenso mar, hasta que poco a poco comienza el regreso a casa de miles de familias, padres e hijos, todos alegres, con banderas, gorros, escudos, todos con la imagen de Malvinas.
Por una noche Rio Grande deja de ser ella para convertirse en La capital Nacional de la Vigilia, un reconocimiento que no se adjudica, sino que le transfiere a los argentinos que dieron su vida por defender nuestro territorio austral.
Las Malvinas, fueron, son y serán Argentinas, es un sentimiento que nace en lo más profundo del alma de cada habitantes de esta ciudad y que no se discute.
Armando Cabral.