Por Lorena Bassani. De la redacción de Clarín.com
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En la mesa no faltan las galletitas, las medialunas y los cañoncitos de dulce de leche. Tampoco faltan los vibradores de todas las tallas, los condones de varios colores, las bombachas en miniatura y las cremas estimulantes con olores ricos. Sentadas en redondo, comiendo y tomando tecitos de hierbas, ocho mujeres de más de 40 años hablan con confianza, como si se conocieran desde el jardín de infantes. La particularidad: se cuentan con lujo de detalles sus últimas frustradas, exitosas o graciosas experiencias sexuales. Mientras, compran -como si fueran perfumes, ollas o envases plásticos- distintos juguetes eróticos para sorprender a sus maridos o a sus amantes.
Recién llegadas a la Argentina, estas singulares reuniones son un gran éxito en los Estados Unidos y en varios países de Europa (especialmente las realizadas por el famoso sex shop madrileño Maleta Roja). Su forma de comercialización remite directamente a las clásicas reuniones de cosméticos: venta directa y personalizada de productos de sex shop en casas particulares, organizada por alguna voluntaria. “Me animé a tener un consolador sólo porque estaba entre amigas y porque no había que entrar a un local de esos para comprarlo”, explica Rosario, profesora de historia de 45 años, separada hace dos y con tres hijos. Mujer que, como muchas otras, se subió a esta moda inspirada en un fenómeno mundial: el de llamado Tuppersex, que nació hace cinco años en el sur de Estados Unidos.
En California, por ejemplo, Passion Parties es la empresa pionera del Tuppersex yanqui: con ventas que superan los 20 millones de dólares y cerca de 4 mil vendedoras cautivas, su perfil de consumidora/promotora va desde amas de casa y ex maestras hasta señoras jubiladas. Se entiende: las “chicas Tuppersex” no son mujeres en minifalda sino todo lo contrario: son personas comunes y corrientes que llegan a las reuniones con una sana sonrisa, muy dispuestas a enseñar los secretos de semejante parafernalia sexual. Las sesiones son una combinación de educación sexual, terapia de grupo y presentación comercial, donde las clientas son invitadas a “saborear, tocar y sentir” los juguetitos.
Desde el sex shop Extasy Collection, Gustavo Vidal sostiene: “En nuestra compañía, la mayor parte de las ventas se centralizan a través de la web, que ha mostrado ser una poderosa herramienta de comercialización. Usualmente, para un cierto tipo de público que busca adquirir los productos a través de gente de su confianza, la combinación de nuestros catálogos y la web logran una buena performance. Tenemos una red de representantes en el interior, que venden otros productos, como Tupperware o Essen y que, en su círculo de compradores, también hacen el pedido de juguetes eróticos”.
María Laura da cuenta de este fenómeno en Catamarca. Ella tiene 43 años y desde hace unos meses, no sólo vende lencería en el centro de la provincia, sino que también comercializa “chichitos” en sus reuniones. “Cada tanto, alguna clienta me consultaba sobre ropa interior más jugada o algo para sorprender a sus maridos. Lógicamente, cuando nos reunimos con mis amigas a tomar mate, o con madres de los compañeritos de mi hijo, surgen las preguntas. En ese ambiente, más relajado, muchas veces me preguntan por asesoramiento en sus temas puntuales, como el de la masturbación femenina, algo de lo que todavía, vaya a saber uno por qué motivo, no se habla”, dice.
Con sólo cuatro meses en el mercado, Sophie Jones es la única empresa que se dedica exclusivamente a esta clase de servicios en la Argentina. El último viernes, la marca organizó una feria de chiches XXX: “Pensé que esto podía funcionar teniendo en cuenta la idiosincrasia de la mujer latina. Alguien que, evidentemente, no suele entrar a un sex shop porque no se anima, porque le da vergüenza”, dice Ana, creadora del microemprendimiento. Y sigue: “Pasa algo muy curioso con algunas señoras: se convierten en compradoras casi compulsivas, organizan reuniones todos los meses y quieren tener, sí o sí, su propio ajuar erótico. Mi target es el de mujeres maduras, de 42 años a 65 años, que quieren sentirse unas diosas totales”, aclara Ana, pícara. Todas dicen que resulta.