Por Diego Schurman
Néstor Kirchner leyó atentamente el sondeo. Y reparó en una respuesta: aquella donde los encuestados dicen ver como apropiada su equidistancia en el juicio político a Aníbal Ibarra. El Presidente entendió entonces que no debía romper ese prudente y estratégico silencio, más allá de los vaivenes del proceso al que es sometido el jefe de Gobierno porteño. Se convenció de que una observación pública, por mínima que sea, terminaría perjudicando a Ibarra, a quien le sigue prestando su apoyo, precisamente sin emitir una sola palabra.
El sondeo en cuestión, realizado por el consultor Enrique Zuleta Puceiro, es orientativo de lo que piensa la Casa Rosada. Se hizo en la ciudad de Buenos Aires, sobre la base de 500 entrevistas directas, y llegó recientemente al despacho de Kir-chner. El cuadro 9 del trabajo de la consultora OPSM está encabezado por la siguiente pregunta. “El presidente Kirchner no ha emitido opinión ni tomado todavía posición definitiva sobre el tema. ¿Qué debería hacer Kirchner?”. Las respuestas son: apoyar a Ibarra, 21 por ciento; apoyar a los que lo cuestionan, 14 por ciento; mantenerse equidistante, 61,9 por ciento; no sabe o no contesta, 2,6 por ciento. Los números alentaron al Presidente a mantener intacto su esquema comunicacional. Por eso, antes de partir a Santa Cruz, donde hoy celebrará los 53 abriles de su esposa, bajó una orden que ya es una muletilla cuando de temas sensibles se trata:
–Nos llamamos al silencio –sentenció. Lo que no quiere decir que, muy a pesar de los deseos de los encuestados, esté realmente ajeno a lo que ocurre en la ciudad.
República Cromañón, se sabe, siempre fue un karma para el Gobierno. Tanto que aquella foto con Eduardo “Lorenzo” Borocotó, con la que se pensaba mostrar el salto de algunos macristas a las filas K, produjo un efecto boomerang. Y el mediático pediatra terminó votando a favor del enjuiciamiento. Por eso, ahora que el zamorista Gerardo Rogmanoli dio un paso al costado, dejando la Sala Juzgadora con sólo 14 integrantes, Kirchner no quiere decir ni mu. Sabe que la llave que definirá la suerte de Ibarra está en manos de los tres legisladores kirchneristas que integran esa sala. Y hablar podría ser lo más parecido a un sacrilegio.
“Con la renuncia de Rogmanoli se nos está poniendo en el foco, en el centro del escenario. Si hablamos van a decir que estamos presionando. Ahora, lo mejor que podemos hacer es callarnos”, dijo a Página/12 una alta fuente oficial. La ausencia de palabras no eclipsa los gestos y aunque para muchos el hecho de no intervenir públicamente puede traducirse como “soltarle la mano” al jefe de Gobierno, un breve repaso de los principales episodios echan por tierra esa teoría.
Desde el vamos, los legisladores kirchneristas buscaron proteger a Ibarra evitando votar a favor de la suspensión. “Es un formidable disparate”, aseguró en privado el Presidente cuando supo, allá por noviembre, que la oposición había conseguido los números para iniciar el juicio político. Kirchner fue especialmente indulgente con el Chango Farías Gómez. Tenía razones: ante las presiones cruzadas del oficialismo –a quien originalmente respondía– y de los familiares, el folklorista, a la sazón el definitorio “voto número 30”, terminó inclinándose por el enjuiciamiento.
El kirchnerismo estaba tan comprometido con Ibarra que en esos días hubo sucesivos llamados desde Los Sauces, su residencia en El Calafate, a los celulares de funcionarios del gobierno de la ciudad. En uno de esos contactos no hubo intermediarios: el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien acompañaba a la pareja presidencial, cotejó directamente con Ibarra los futuros escenarios posibles. Otro gesto que no dejaron de recordar los “K” se produjo durante el anuncio de la cancelación de la deuda con el FMI. Ibarra, ya suspendido en su cargo, fue invitado al acto. Y Kirchner le dispensó un caluroso abrazo. Contrariamente, el Presidente nunca recibió a Jorge Telerman. Una manera, dicen en el círculo áulico del poder, de relativizar institucionalmente su condición de jefe de la ciudad. Muchos ven la sombra de Fernández, quien nunca hizo buenas migas con Telerman, en esa falta de sintonía. Probablemente por eso el reemplazante provisorio de Ibarra busca tender lazos con Kir- chner sorteando al jefe de Gabinete. Fernández no emite opinión: difícilmente se lo pueda retirar en estas horas del cono de silencio. Razones le sobran: como titular del PJ porteño no será ajeno a lo que hagan los tres referentes del kirchnerismo, del que ahora pende el futuro político de Ibarra. Helio Rebot, el de mayor exposición, responde directamente al diputado Jorge Argüello. Y Fernández mucho tuvo que ver en el portazo de Argüello al macrismo, su “repatriación” al PJ y su ascenso a presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja. Durante el proceso a Ibarra son habituales las visitas de Rebot al despacho de Argüello y de éste al de Fernández. Elvio Vitali y Sebastián Gramajo llegaron a sus bancas en la lista que confeccionó Fernández. Se estima que votarán en contra de la destitución. Gramajo, ligado al secretario de Culto de la Nación, Guillermo Oliveri, tiene doble compromiso: además de tener que cumplir los deseos de la Rosada, hasta ser legislador ejerció como director del Centro de Gestión y Participación 1.
Fernández, defensor a ultranza de Ibarra, nunca dirá si tomará contacto con los legisladores K para ordenarles la manera de votar. Al contrario, a lo sumo apelará a la frase con la que su homónimo en el gobierno, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, reveló la prudencia oficial. “¿Qué opina el Gobierno del juicio? El Gobierno sólo puede mirarlo.”