La esperanza tras la Semana Santa

Lun 01/04/13 09:28 hs.-Existe un sentimiento ético que conmueve el alma con su sencillez. El ciudadano lo experimenta luego de haber hecho el bien al semejante

Es un lugar común en la cultura actual suponer que la religión constituye un cimiento invisible que une a los pueblos de una nación o de un continente. Algunas de esas creencias se hallan separadas de otras por una diferencia profunda, por un ideal intocable. Pero siempre se insinúa una unidad subyacente de espíritus que desean la paz interior y, por sobre los desconocimientos parciales, evocan a Dios como el poder fundamental para la humanidad.
La referida unidad se deduce de los escritos de dos grandes luminarias del siglo XIX: Vivekananda, en la India, y Walt Whitman, en los Estados Unidos. Ambos idealistas de fina espiritualidad, que se conocieron en ese país del Norte, bregan por una fraternidad entre adeptos de distintas religiones, por el bienestar de las masas y, en sus respectivos panteísmos, por una religión universal.
Hoy, el más realista, o el positivista, puede objetar que esta algarabía por un poder irreal se traduce en una desviación infructuosa que raya en la psicosis.
Tampoco faltan quienes miran con sorna esta festividad cristiana o quienes la califican con un aire burlón, al contemplar a gente visitando iglesias, procesiones, repartos de ramitos de olivo, regalos de huevos de Pascua, etcétera.
Precisamente una pariente nuestra, cuando comenzaban las Pascuas, solía exclamar: “¡Ah, ya empiezan las ‘kermesses’!” Así se escribía entonces el término que procede del francés “ kermesse” ; que parece que en el siglo XIV lo tomó del flamenco y que en el XIX le dio el sentido de fiesta religiosa. Se trataba de una costumbre de Holanda, Bélgica y Norte de Francia, de celebrar fiestas anuales con grandes regocijos, alegría que variaba de una a otra región.
De todas maneras, si nos atenemos a datos históricos, en el norte de la ciudad de Jerusalén, donde fue crucificado Jesús, había una prominencia, en un pequeño monte rocoso. La gente lo llamaba “calavera”, en latín “ calvaria ” y en arameo (lengua que hablaba Jesús) “ golgotá ”, en hebraico “ gulgoleth ”.
Desde entonces, Cristo fue crucificado muchas veces: en la explotación inhumana de grupos de individuos, en castigos injustos, en la trata de blancas, en la violación de menores.
Existe un sentimiento ético que conmueve y embellece el alma con su sencillez. El ciudadano lo experimenta luego de haber hecho el bien al semejante, ya sea ayudar a un ciego a cruzar la calle o acercarse con un postre a un comedor infantil regenteado por humildes vecinos.
Pero de uno a otro confín del universo asoman eternas desigualdades entre los hombres. Todas las diversas manifestaciones del mal que nublan el horizonte en forma de estupefacientes, la amenaza del crimen organizado, en suma, todo ese sufrimiento, parece irrazonable para el hombre de fe.
No obstante, aquellos a quienes las circunstancias o el desorden los llevan a sufrir la opresión de los reyes de la corrupción, si sus espíritus no abandonan la fe y son motivados por la oración y la meditación, se sienten protegidos en estos días por otro príncipe distinto y más poderoso. Aquel que padeció en el Calvario por los desventurados, que se indignó frente a los mercaderes del templo…
Todos los que en la Pascua acudieron al templo o caminaron tras la cruz aún escuchan los cánticos en sus corazones. La buena nueva evoca la esperanza de que la tranquilidad que los invadió en la procesión se detenga en sus hogares, para que no haga falta cerrar las puertas con siete llaves y para que las bendiciones lleguen al seno del hogar.

Fuente:lavoz.com.ar

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