Dos de las más grandes religiones monoteístas tienen, por estos días, las celebraciones centrales de su liturgia. En el caso de los católicos, la recordación de la crucifixión y muerte de Jesucristo, coronada con el Domingo de Pascua. Para los judíos, la celebración incluye memorar el Pésaj, que fue la salida del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, hace más de 3.300 años.
Ambas religiones celebran el “paso” o “pasaje” de la esclavitud hacia la libertad, que es en definitiva el primero y más grande derecho de la condición humana. Junto con él, está la posibilidad del desarrollo personal, que debe darse en un contexto de respeto a las normas y leyes sociales, al tiempo que se alienta la formación de cada individuo.
Pero quienes transitan estos caminos de libertad y desarrollo tienen una responsabilidad mayor, que es la de trabajar para que los “nuevos crucificados” de este tiempo, como sucedió con Jesucristo hace más de dos mil años, puedan ser incluidos en la sociedad. Rafael Velasco, rector de la Universidad Católica de Córdoba, señala que esta figura debe aplicarse a los que sufren hambre, a los pobres, a los enfermos, a los desempleados, entre otros, en lo que constituye una actualización de los padecimientos que sufrió el cristianismo en los primeros años de esta era.
Esta óptica se refuerza por los últimos mensajes que pronunció el papa Francisco, quien pidió “una Iglesia más pobre y para los pobres”, con especial atención hacia quienes “están en la periferia”, es decir, los excluidos de las grandes ciudades.
La clásica tentación de los argentinos de apropiarse de todo aquello que irradia poder lleva a que dirigentes políticos del oficialismo y de la oposición procuren mostrarse como los más fieles intérpretes de las palabras y los gestos del jefe de la Iglesia Católica.
Este intento de “sacarse la foto” o de aparecer como el más fiel intérprete de los postulados papales no se condice, en muchas ocasiones, con la vida real. Por caso, la ambición y la pelea por los cargos del poder colocan en un segundo plano lo que debería ser el trabajo por articular los programas sociales, sanitarios y en materia educativa, para rescatar a los más pobres de su angustiante situación.
Se proclaman, pero no se respetan las opiniones ni costumbres de los demás; la raza sigue siendo una barrera social y se levanta el estandarte de la educación como prioridad, pero los alumnos pueden pasar un mes sin clases sin que las autoridades reaccionen.
Las celebraciones religiosas, en el marco del largo tiempo de descanso del que gozamos los argentinos por estos días, deben obligarnos a pensar y actuar sobre los excluidos, ya que no hay sociedad posible si ellos quedan en la periferia y no participan en el crecimiento.
Fuente:lavoz.com.ar
