Terrorismo institucional

Mart 05/03/13 08:58 hs.-Son violentos en el discurso y en la acción, porque utilizan dictatorialmente el poder de la mayoría como un arma letal, comprometiendo el presente y el futuro del país.

Es la misma filosofía de los que en la década de 1970 arrastraron al nihilismo y a la violencia a miles de jóvenes. Hoy, en otro contexto, sin ametralladoras, pero utilizando de forma facciosa el poder del Estado, se persigue y se pretende matar políticamente a quienes limitan los avances de un poder absoluto y en descomposición.
Los militantes reformistas y de la izquierda democrática universitaria de aquella época fuimos testigos de esas metodologías. Todo se justificaba, porque ellos eran la “vanguardia esclarecida”.
Se comportan como dueños absolutos, como “ocupas” del Estado. Sin consensos, sin diálogo, pusieron al país en un peligroso posicionamiento en el centro del conflicto mundial con el acuerdo con Irán, y ahora pretenden dinamitar la independencia del Poder Judicial a través de las reformas anunciadas por la presidenta Cristina Fernández.
Son fundamentalistas, como sus nuevos socios iraníes; practican el terrorismo institucional y son violentos en el discurso y en la acción política, porque utilizan dictatorialmente el poder de la mayoría como un arma letal, comprometiendo el presente y el futuro del país.
No hay compromiso con la palabra ni coherencia política; hay cinismo y doble discurso. Parece que el móvil es el odio, la venganza, como lo manifiesta crudamente Hebe de Bonafini, que se paseó por todos los palcos oficiales.
Enamorados de George Bush en 2003 –basta recordar la entrevista de Néstor Kirchner en el Salón Oval con el entonces presidente de los EE.UU.– y ahora socios de Irán y de Hugo Chávez. Se instituyeron como los “padres” de los derechos humanos y se asocian con países que violan sistemáticamente esos mismos derechos.
Promovieron en 2002 la designación de cinco nuevos miembros de la Corte Suprema, lo que fue elogiado por todos los sectores, con el objetivo de darle independencia y prestigio al tribunal; y hoy quieren ver rodar sus cabezas. Es tanta la perversidad que confunde, paraliza, y ese también es el objetivo: anular la capacidad de reacción.
Más batallas. No había transcurrido ni una semana desde que se aprobara el conflictivo acuerdo con Irán, que la Presidenta anuncia una nueva y “sangrienta batalla”. Batallas todas que tensionan, desgarran, dividen el tejido social y político del país, no sólo por el contenido sino por las formas.
Lo lamentable es que no se trata de un resultado no querido, todo lo contrario: es el objetivo para dinamitar el campo de los que no están de acuerdo o dudan, es decir, el campo enemigo.
La elección popular del Consejo de la Magistratura es una propuesta tan demagógica como seductora, sobre todo entre quienes no tienen demasiada solvencia intelectual en estos temas o poseen una debilidad congénita de carácter político.
Los corren con cualquier ensayo de una supuesta ampliación de la voluntad popular; así fue con el voto de los adolescentes, por ejemplo.
La democracia no es sólo el derecho a elegir; es respeto a la minoría, división de poderes. Si no, estaríamos frente a regímenes con legalidad de origen pero con ilegitimidad de ejercicio por arbitrariedad y abuso de poder.
No siempre la elección directa a través de los partidos políticos es la forma más democrática o que mejor expresa la voluntad popular. Basta con imaginarse una campaña para elegir a miembros del Consejo de la Magistratura sin requisitos específicos, con millones y millones para publicidad de oscuro origen, con el único objetivo de alcanzar la mayoría en dicho órgano y así poder poner en caja a los jueces “rebeldes”.
Es realmente un contrasentido, un absurdo que va en contra de la propia naturaleza y razón de ser del Consejo de la Magistratura.
Sería más sano, más lógico, definirse en contra de su existencia y sostener el sistema anterior donde todo pasaba por el Congreso, cuyos miembros son elegidos directamente por el pueblo.
Sin dudas, estamos en América latina frente a nuevas formas, en un nuevo contexto, con nuevas herramientas de gobiernos democráticos por su origen, pero corporativos y fascistas en su ejercicio.
Cuando Adolf Hitler irrumpe en Europa, muchos se confundieron y por eso le fueron funcionales, sólo Winston Churchill y Charles de Gaulle tuvieron la claridad y valentía de advertir sobre el nazismo.
Quedan casi tres años de un gobierno que, emborrachado de poder y paradójicamente cada vez más débil, juega a la ruleta rusa con el destino de todos. Esto requeriría, por parte de los sectores que no integran el gobierno, preguntarse como mínimo, sin dogmatismos ideológicos, qué nuevas estrategias deberíamos darnos en el marco de la Constitución, para que junto a la ciudadanía podamos frenar tanta temeridad, tanto atropello, tanto ultraje a las mejores tradiciones políticas y sociales de Argentina.

Fuente:lavoz.com

loading...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *