Fin de la fiesta argentina de consumo

Lun 19 07:19 hs.-Todo proceso económico tiene como fin último el consumo. Aun cuando una economía produce bienes de capital e insumos, estos bienes están destinados a producir bienes de consumo final. La economía produce para consumir.

Ahora bien, para que el consumo sea sostenible y creciente en el tiempo, se requiere de reglas de juego eficientes y estables que atraigan inversiones. Esas inversiones incrementan la productividad de la economía y generan más puestos de trabajo. Con más puestos de trabajo y alto stock de capital por trabajador, el salario real crece y el consumo crece. Este es el proceso económico normal y que no tiene atajos.

El kirchnerismo ha salteado todo ese proceso y con su política populista impulsó el consumo sin crear las condiciones para que la economía pudiera sostenerlo en el tiempo y, como veremos ahora, ese grueso error lo ha llevado a cometer cada vez más barbaridades económicas al punto que hoy podemos animarnos a afirmar que existen altas probabilidades de entrar en recesión durante el año 2012. Ya no hablamos de una disminución en el nivel de actividad sino que no debe descartarse recesión con inflación.

Para simplificar la exposición supongamos que el Producto Interno Bruto (PIB) es la cantidad de bienes y servicios que produce una economía en un año. Imaginemos que produce 100 unidades. Si el gobierno quiere incentivar artificialmente el consumo llevándolo a 120 unidades, es inevitable que las 20 unidades adicionales haya que importarlas. Es decir, si la economía produce 100 unidades y el gobierno fuerza el consumo a 120, las 20 restantes hay que importarlas.

Pero el problema es más complicado cuando, además del consumo, se consideran la exportación y la inversión. Supongamos que la economía produce 100, 10 se invierten y otros 20 se exportan, esto quiere decir que quedan solo 70 unidades de bienes para destinar al consumo, con lo cual si se consumen 120, habrá que importar 50.

Esto es lo que vino pasando con la economía argentina en la era kirchnerista. Mediante diferentes mecanismos, el gobierno impulsó artificialmente el consumo por encima de las posibilidades del PIB, con lo cual tuvo que compensar la diferencia con importaciones.

El cierre de la economía que el gobierno acaba de establecer, afectando a nuestros socios y países amigos del Mercosur, como Uruguay, Paraguay y Brasil, se explica por la necesidad de restringir las importaciones porque la santa soja ya no alcanza para financiar importaciones que crecían mucho más que las exportaciones y hacer frente a la fuga de capitales sin que el Banco Central se desangrara vendiendo reservas para frenar las presiones cambiarias.

¿Por qué las importaciones crecieron más rápido que las exportaciones reduciendo el saldo de balance comercial? En primer lugar, por lo comentado anteriormente. Se exacerbó tanto el consumo interno que la capacidad de producción doméstica no alcanzó para abastecer el consumo. En segundo lugar, la caída del tipo de cambio real hizo que el dólar hoy sea barato en Argentina. Con un tipo de cambio real en niveles cercanos a los del 1 a 1 de la convertibilidad era obvio que las importaciones tenían que aumentar. En tercer lugar, la espantosa política energética que aplicó el gobierno desestimuló la producción de gas y petróleo. Como, al mismo tiempo, congeló las tarifas de energía y gas, entre otros precios de los servicios públicos, hizo artificialmente baratas esas tarifas. La política energética del gobierno consistió en desestimular la oferta y estimular la demanda «regalando» la energía y el gas. El resultado no podía ser otro que contraer la oferta e incrementar la demanda. La diferencia hubo que importarla y por eso crecieron el 110% las importaciones de combustibles, llegando a casi U$S 10.000 millones durante el año pasado, dato que Cristina Fernández se encargó de destacar como una barbaridad culpando al sector privado por no haber invertido para producir más gas y petróleo.

El dilema del gobierno es que durante varios años el saldo del balance comercial fue positivo gracias al precio de la soja, a Brasil con un dólar barato y al mundo que crecía a una tasa del 4% anual. Esas condiciones internacionales le permitieron financiar más importaciones y enfrentar una fuga de capitales que llegó a los U$S 80.000 millones entre 2003 y 2011.

Pero el mundo cambió. Brasil ya no empuja como antes y la soja, aún acercándose a los U$S 500 por tonelada no alcanzan para financiar más importaciones, pagar el principal y los intereses de la deuda en moneda extranjera y enfrentar la fuga de capitales.

La «solución» que encontró el gobierno para este problema que él mismo generó, consistió en limitar la compra de divisas, prohibir el giro de utilidades y dividendos y cerrar la economía, sin importarle los perjuicios que dicha medida puede causarle a nuestros hermanos y socios del Mercosur. El comercio une a los países y las restricciones al comercio los desunen. Lo concreto es que dudo que, en el corto plazo, el gobierno vaya a cambiar de actitud en materia de comercio exterior porque le están faltando dólares.

Si uno observa la evolución de las reservas del BCRA versus sus pasivos, se encuentra con un estancamiento de las primeras, a pesar de las restricciones impuestas por Moreno, y un aumento de su pasivo tanto en emisión de moneda como de bonos de corto plazo. La relación entre la base monetaria amplia (pesos en circulación + encajes + bonos de corto plazo) y las reservas del BCRA da como resultado un tipo de cambio de $ 7,29 con un constante deterioro mes tras mes.

Con una inflación rondando el 25% anual y déficit fiscal, el gobierno utilizó dos anclas para tratar de evitar un desborde mayor. Una fue dejar casi quieto el tipo de cambio nominal y la otra el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos.

La caída del tipo de cambio real lo condujo a los problemas de sector externo tratados anteriormente. El congelamiento de las tarifas de los servicios públicos, entre otros motivos, llevó el gasto público hasta niveles récord, con un déficit fiscal desbordado.

Una de las estrategias para contener el gasto público consistía en eliminar los subsidios en los servicios públicos. Algo de eso podrá ocurrir, pero luego de la tragedia ferroviaria de la estación Once, en que murieron 50 personas y hubo 700 heridos, al gobierno le va a resultar muy complicado subir las tarifas. De manera que el problema fiscal lo va a seguir teniendo y, a mi entender, esa es una de las razones por las cuales está tan apurado por modificar la Carta Orgánica del Banco Central. Necesita poder recibir más pesos del Central y utilizar sus reservas para los pagos de la deuda e intereses. Es decir, el financiamiento del tesoro tendrá como contrapartida un mayor deterioro patrimonial del Central y cada vez menor poder de fuego para enfrentar una fuga de capitales como la del año pasado. Por lo tanto, es de prever que sigan las restricciones al comercio exterior y al giro de dividendos.

Finalmente, ya no podrá convalidar aumentos salariales que superen en 10 o 15 puntos porcentuales la tasa de inflación real. En el mejor de los casos el consumo se estancará, si es que no cae. Si a esto le agregamos los problemas que están teniendo las empresas para acceder a insumos importados para la producción, la actividad económica tenderá a trabarse. Menos actividad es menos recaudación, con lo cual el gasto público ya no podrá seguir subiendo al 35% anual, salvo que se zambullan en una orgía de emisión monetaria que acelere la inflación.

El kirchnerismo siempre se sostuvo políticamente gracias a la caja y al sobrante de dólares y, justamente, eso es lo que empieza a faltarle. Sin poder sostener la fiesta de consumo, veremos cuánto apoyo recibe de la gente.

Fuente:elpais (Uruguay).

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