La verdad es que en los 80 la militancia se tomaba en primer lugar por convicción, en segundo lugar por el acercamiento a una determinada bandera política y en tercer lugar porque si bien no teníamos claro lo que queríamos, si sabíamos que queríamos un país mejor.
Habíamos vivido el golpe de estado, estábamos saliendo de él y parecía que nada nos podía parar al momento de pensar en recuperar las libertades civiles, los derechos, la institucionalidad y por sobre toda la independencia política, la soberanía económica y la justicia social.
Nos habíamos leído los planes quinquenales, Conducción Política y habíamos salido a las calles a eso, a hacer cumplir lo que nuestro máximo líder había planteado como el ABC de la política.
Estábamos todos en la misma vereda, no había grietas, no había dudas sobre el objetivo final, estábamos en la calle, sin pecheras ridículas, ayudando, haciendo política social, en contacto con la gente, en los lugares más pobres y en las universidades, con el campo y con las industrias, éramos parte de un proyecto en el que habíamos decidido estar, sin nada a cambio más que la satisfacción de trabajar todos los días para cumplir los objetivos que nos habíamos trazado y al volver a las Unidades básicas, seguir leyendo y adoctrinándonos en todo, para mejorar la política, esa herramienta inmensa para mejorar la situación de millones de argentinos. Militar era un orgullo, nuestras banderas no se arriaban bajo ningún concepto, éramos militantes de una causa que nos emocionaba y nuestra marcha era un himno que queríamos hacer cumplir en cada una de sus estrofas.
“El militante político es un activista del ámbito político que se caracteriza por la defensa de una ideología y su supuesta coherencia con ella, lo que le dota de una determinada interpretación de la vida y sociedad, concepto total que va más allá de unas propuestas concretas y aisladas en temas económicos o morales”.
Hubo un tiempo en el que militar era discutir, consensuar, tener a los dirigentes en la misma mesa y plantearles nuestros desacuerdos con lo que hacían o no, un tiempo en que las juventudes políticas podíamos compartir espacios de debate, un tiempo en que la camiseta de la JP era tan valiosa como la vida misma, un tiempo en el que así se aprendía a formar parte de un partido político, un tiempo donde la pasión y no el fanatismo hacia que se cumplieran objetivos, un tiempo donde los corruptos eran expulsados por los militantes y los fanáticos enviados a la secretaria de adoctrinamiento para que entendieran el valor de defender ideas pero con fundamento.
Hubo un tiempo en el que la militancia era respetada como tal, donde lo más importante era el país, después el partido y después los hombres, hubo un tiempo donde los que se creían más que lo que eran, no participaban de las decisiones.
Hubo un tiempo en el que leíamos Conducción política en las unidades básicas, hubo un tiempo en el que los dirigentes sabían leer, escribir y eran capaces de explicarnos los vericuetos de las políticas sociales, la defensa de la soberanía y la independencia, hubo un tiempo donde las unidades básicas llevaban el nombre de nuestros héroes nacionales y no el de los chorros, hubo un tiempo donde los dirigentes salían de las de las bases y no de los arreglos de cúpulas y esos dirigentes se sentaban a la mesa con nosotros y debatíamos durante horas cara a cara, palmo a palmo, sin que nos calificaran, sino para que nos enseñaran.
Hubo un tiempo en que esos dirigentes ponían la cara, el cuerpo y el alma ante los problemas y se plantaban delante de la gente a explicar lo que se podía y lo que no, hubo un tiempo donde las cosas no se imponían, se consensuaban, donde la frase «con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes», tenia un valor que conocíamos de los dos lados y se cumplía a rajatabla.
Hubo un tiempo donde nos convencían, no nos compraban, porque conducir es convencer.
Hubo un tiempo donde lo más importante era la gente, estar con la gente, acompañar sus reclamos, caminar al lado de ellos, escucharlos, comprenderlos y hacer realidad sus sueños.
Hubo un tiempo que ya no va a volver, donde teníamos claro que dar la vida por la patria no era una mera frase demagógica de tipos que nunca trabajaron, nunca lucharon y siempre claudicaron.
Hubo un tiempo en el que todos podíamos pensar y trabajar por un país mejor. Lamentablemente ha terminado.
Armando Cabral