Durante años, la Obra Social del Estado Fueguino (OSEF) me enviaba la medicación a la farmacia de San Bernardo. Era simple, humano, correcto. Gracias a eso pude sostener mi tratamiento. Hasta que un día, sin previo aviso, todo se desarmó.
Las entregas empezaron a demorarse. Después dejaron de llegar. Y desde entonces mi vida se volvió una peregrinación de llamadas, correos y promesas vacías.
Cada vez que llamo me dicen algo distinto: que “ya se solucionó”, que “el pedido está en camino”, que “falta una firma”, que “cambió el laboratorio”.
Cada respuesta es una forma distinta de decir espere. Pero ¿cómo se espera la vida?
La burocracia tiene un modo cruel de volverse desalmada.
Transforma personas en trámites, tratamientos en formularios, y la urgencia en un número más en una lista.
Y así uno termina sintiéndose manoseado, empujado de ventanilla en ventanilla, como si la enfermedad no alcanzara, como si todavía hiciera falta desgastarnos un poco más.
No se trata solo de medicación. Se trata de dignidad.
De no tener que rogar por lo que corresponde. De no sentir que la empatía se perdió en algún escritorio.
Porque lo que enferma no es solo el cáncer: también lo hace el abandono, la indiferencia, la sensación de que nadie escucha.
No se puede hacer esperar la vida.
Pero tampoco se puede tratar así a quien ya carga con tanto.
Detrás de cada expediente hay un rostro cansado de repetir su historia, una persona que no busca compasión, sino respeto.
Porque no hay nada más cruel que convertir la necesidad en un trámite, ni nada más doloroso que sentirse invisible mientras se sigue cumpliendo con todo.
El cuerpo resiste, pero el alma se cansa.
Y lo que duele no es la espera… es el modo en que te hacen esperar.
Fernando Gallo