Desde un punto de vista estrictamente técnico, la industria electrónica puede definirse desde siempre como una actividad de “localización indistinta”. Esta categoría agrupa a aquellas cuya radicación no está claramente definida por su cercanía con la fuente de materia prima o la disponibilidad de algún factor de producción sustantivo. O más estrictamente, tales condiciones no definen “per se” la localización ideal. El factor sustantivo en un modelo de economía abierta (cada vez más restringidos al ámbito académico o de laboratorio), es la cercanía a los mercados consumidores.
A partir de allí, la mayor sumatoria de elementos a favor terminará por decidir dónde se implanta el complejo principal. Por este motivo, esta industria está muy ligada a las Zonas Francas Industriales, que compensan vía exenciones impositivas las desventajas objetivas en otros rubros. Así por ejemplo, las ZFI más exitosas de China continental, están emplazadas en las cercanías a puertos de ultramar, en medio de la corriente de mayor tráfico del comercio internacional, desde donde inundan con sus exportaciones al mundo, sin descuidar su creciente mercado interno. Complementan su exitosa ecuación con mano de obra relativamente barata, y una escala de producción que permite ahora solventar investigación y desarrollo, tras una larga etapa de “copie y pegue”.
Allí, el proceso de fabricación es el mismo adoptado en todo el mundo, y no tiene diferencias con el utilizado en la industria automotriz, donde las partes son provistas por empresas especializadas en cada componente, y las terminales fabrican con ellas el producto final, ya sean autos, o televisores LCD.
En esto tampoco hay diferencias con Tierra del Fuego, donde por el contrario, prácticamente no existen bienes en los que no deban insertarse totalmente las plaquetas desnudas, soldarlas, y verificarlas, tarea ésta generalmente tercerizada en Oriente, y aún en Manaos.
Sin embargo, a nivel de insumos, el tema de la escala de producción pasa a ser decisivo. En la actualidad, un puñado de fábricas chinas de dimensiones alucinantes, proveen a la totalidad de los productores de electrónica en todo el planeta, en rubros tales como pantallas de cristal líquido, y componentes de montaje superficial. De hecho, la concreción de muchos de los sueños anticipatorios del admirado Steve Jobs, se materializan en China.
Precisamente, la electrónica puede caracterizarse también como el sector industrial donde el avance tecnológico se desplaza a mayor velocidad, tornando obsoletos moldes y matrices que no consiguen amortizarse porque deben ser desechados mucho antes de que lleguen al final de su vida útil.
Repasando entonces lo apuntado hasta aquí, veremos que el polo electrónico nacional de Tierra del Fuego se ha desarrollado como única alternativa que permite proveer al mercado interno a precios comparables a los internacionales, bajo los auspicios de un régimen especial fiscal y aduanero único en su tipo.
La ley 19640 otorga en este caso los estímulos promocionales que compensan los sobrecostos de una localización periférica, expresados en fletes, inmovilizaciones, logística, etc., más una mano de obra hasta tres veces más onerosa que en el resto del país, y un clima que hace la vida diaria menos confortable que en latitudes más septentrionales.
Afirmar, como puede leerse en la nota de La Nación que “las empresas (fueguinas)… debieran comprar insumos locales y no alegar diferencias en el costo de los productos», pareciera denotar un profundo desconocimiento de la ciencia económica, o al menos una total desaprensión al comportamiento de los precios y la reacción de la demanda.
Por otra parte, no es verdad que el complejo electrónico fueguino en el que laboran más de diez mil operarios directos, no haya hecho esfuerzos por incorporar insumos nacionales; nótese que en los escasos campos en los que la producción en el Continente ha avanzado (v.g. memorias RAM) éstas se han incorporado al proceso productivo con el que deben cumplir las notebooks y netbooks fabricadas en Tierra del Fuego.
Una larga historia de desencuentros entre proveedores locales y las fábricas del Sur tiene una oportunidad única de finalizar. Las terminales radicadas en el Área Aduanera Especial tienen hoy como nunca facilitado su acceso al mercado interno, merced a medidas de protección tales como los impuestos internos y las licencias no automáticas de importación. Obviamente, esto no obsta a que su oferta deba continuar presentando condiciones de calidad y precio ajustadas a testigos internacionales.
En tales circunstancias, sus potenciales proveedores deberán cumplir con las mismas premisas, incorporando además disponibilidad “just in time” y capacidad de producción acorde.
Resultaría a todas luces deseable que el polo electrónico austral pueda ir sumando proveedores que se vayan integrando a los procesos exigibles, radicándose incluso en la región para bajar costos, sumándose así al esfuerzo de una veintena de empresas que han resistido en una zona cara al sentimiento de todos los argentinos, las vicisitudes de un pasado mucho menos promisorio.
(*)Apoderado General de la Cámara Fueguina de la Industria Nacional (CAFIN).
