Incluso si la Argentina puede sostener una tasa de crecimiento genuino de 10% anual, no disminuirá la inflación si la demanda interna sigue creciendo en términos nominales a un ritmo de 25-30%.
De hecho, en la práctica el exceso nominal cierra con mayor inflación e importaciones. Incluso la válvula de escape de las importaciones tiene un límite ya que puede deteriorar el saldo de la balanza comercial.
El proceso inflacionario posee una inercia propia difícil de desarticular. Esto implica que habrá que coordinar hacia abajo las principales variables nominales de la economía. Anclar el tipo de cambio sirve para acsirve para acotar las expectativas cambiarias pero no desarticula la carrera entre precios y salarios.
Una misma política económica en dos contextos distintos genera diferentes resultados. Impulsar la demanda nominal durante una recesión tiene efectos positivos para la economía: repunta la actividad sin mayores presiones inflacionarias, pues se incorporan recursos ociosos.
Sin embargo, implementar dicha política en una situación de plena utilización de la capacidad productiva y con inflación ascendente no garantiza un mayor crecimiento y exacerba la suba de los precios.
Administrar la demanda no significa enfriar la economía sino encontrar el ritmo de expansión que garantice mayores beneficios en el tiempo. De hecho, sin demanda no hay incentivos a elevar la capacidad productiva, pero sin aumento de la capacidad productiva tampoco es posible crecer.
La performance del crecimiento argentino desde la aceleración inflacionaria de 2007 no ha sido tan sobresaliente. Para peor, por la fuerte suba de los precios de los alimentos los indicadores de pobreza e indigencia no mejoraron en nuestro país.
No es fácil crecer a tasas elevadas con baja inflación pero tampoco es imposible lograr ese equilibrio. En los últimos años diversos países emergentes han logrado expandirse acotando la suba de precios.
El exceso nominal de demanda impulsa los precios y las importaciones
Según nuestros relevamientos en sólo siete meses la inflación acumula 15,6%, superando la suba registrada en todo 2009. Más aún, el incremento del IPC Ecolatina registrado a julio es similar al observado en el mismo período de 2008 cuando el conflicto con el campo exacerbó la suba de precios de los alimentos.
La aceleración de la inflación preocupa, lleva a reflexionar sobre sus causas y, más importante aún, sobre cómo desarticularla.
En diversas ocasiones se mencionó la necesidad de estimular la inversión para que la oferta local pueda abastecer la creciente demanda. Si bien este punto es clave, ya no garantiza por sí mismo un freno en la suba de los precios. Como se observa en el gráfico, la demanda interna está creciendo a un ritmo nominal incompatible con una inflación de un dígito.
Incluso si la Argentina puede sostener una tasa de crecimiento genuino de 10% anual, no disminuirá la inflación si la demanda interna sigue creciendo en términos nominales a un ritmo de 25-30%.
De hecho, en la práctica el exceso nominal cierra con mayor inflación e importaciones. Vale mencionar que las compras externas pueden acotar la suba de precios sólo en aquellos bienes y servicios transables que cuestan menos en el exterior. Además, incluso en esos casos las importaciones tienen un límite ya que pueden deteriorar el saldo de la balanza comercial.
El problema es que este año el incremento nominal de la demanda interna rozará 30%, superando incluso la suba registrada en 2008 (+27,1%). En este contexto no sorprende que la inflación termine el año con la mayor tasa anual registrada desde la devaluación de 2002.
Lo más preocupante es que esto sucede tras un año recesivo donde el incremento de los precios y la demanda nominal se desaceleraron fuertemente. En este sentido, se desaprovechó la oportunidad de romper la inercia ascendente.
El salto del precio de la carne y las expectativas jugaron un papel clave en los primeros meses del año coordinando al alza las principales variables nominales de la economía. Vale recordar que a comienzos de 2010 los reclamos salariales se ubicaban algunos puntos por encima de la inflación del año pasado. Sin embargo, el shock inflacionario generado por la carne exacerbó los aumentos solicitados.
En síntesis, el proceso inflacionario posee una inercia propia difícil de desarticular. Esto implica que habrá que coordinar hacia abajo las principales variables nominales de la economía. Anclar el tipo de cambio sirve para acotar las expectativas cambiarias pero no desarticula la carrera entre precios y salarios.
Administrar la demanda para no enfriar la economía
Es una buena noticia que la demanda crezca y tener algo de inflación es preferible a enfrentar una deflación. Sin embargo, a partir de cierto punto las desventajas pueden superar los beneficios. Ese límite dependerá en última instancia del contexto, por ello es aconsejable el gradualismo en las decisiones económicas.
Por caso, en las décadas del setenta y ochenta el mundo padecía serios problemas de inflación y las subas de precios anuales de dos dígitos significaban tener una elevada estabilidad nominal respecto de otros países en peor situación.
En cambio, en la actualidad la mayoría de las economías presentan una inflación de un dígito. De hecho, el año pasado la suba de precios superó este umbral sólo en veinte de ciento ochenta y tres países analizados.
Asimismo, implementar una misma política económica en dos contextos distintos genera diferentes resultados.
Por ejemplo, impulsar la demanda nominal durante una recesión (política anti cíclica) tiene efectos positivos para la economía: repunta la actividad sin mayores presiones inflacionarias, pues se incorporan recursos ociosos.
Pero implementar dicha política en una situación de plena utilización de la capacidad productiva y con inflación ascendente no garantiza un mayor crecimiento y exacerba la suba de los precios. En el corto plazo la inyección de recursos puede estimular la actividad pero los efectos son nocivos en el mediano plazo y termina generando adicción por nuevas dosis de fondos.
Es importante entender que la clave está en administrar la demanda en el tiempo. Esto no significa enfriar la economía sino encontrar el ritmo de expansión que garantice mayores beneficios. De hecho, sin demanda no hay incentivos a elevar la capacidad productiva, pero sin aumento de la capacidad productiva tampoco es posible crecer.
En la década del noventa el crecimiento estaba centrado en la oferta ya que se confiaba en que el incremento de ésta generase una mayor demanda (conocida como Ley de Say). En cambio, en la actualidad la política económica se centra exclusivamente en elevar la demanda como único incentivo a la producción.
Está claro que sin pisar un poco el acelerador no se puede ganar una carrera, pero si acelera todo el tiempo se corre el riesgo de salirse del camino o averiar. La analogía con la situación actual no es menor y lo que más preocupa es que la inflación golpea especialmente a los sectores de bajos recursos.
No es fácil crecer a tasas elevadas con baja inflación pero tampoco es imposible lograr ese equilibrio. En los últimos años diversos países emergentes han logrado expandirse acotando la suba de precios.
Más allá del conocido caso de China y el sudeste asiático, esto también ocurre en la mayoría de los países de América del Sur.
La performance del crecimiento argentino desde la aceleración inflacionaria de 2007 no ha sido tan sobresaliente. Para peor, por la fuerte suba de los precios de los alimentos los indicadores de pobreza e indigencia no mejoraron en nuestro país.
