ENTRE LA FARSA, EL CIRCO Y LA NÁUSEA

Rio Grande 13/10/2025.- Por Daniel Posse. Decir que los hombres son personas, y como personas son libres, y no hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una farsa. Paulo Freire.

Iniciar este texto me hace sentir que intento no sucumbir ante los eventos públicos. Para mí, hacerlo fue un proceso ambiguo, quizá porque en el fondo no considero que esté preparado. Pero la pregunta —¿cuándo lo estaré?— es una constante que me atraviesa y que debo afrontar de forma inevitable. Claro está que creo que es necesario hacerlo, y como siempre, al hacerlo debo definir en primer lugar qué es una farsa, como punto de partida.

Una farsa es una acción que se realiza para fingir o aparentar algo que no es verdad: un engaño o una mentira. También puede ser una pieza teatral cómica y burlesca, basada en situaciones exageradas, malentendidos y personajes estereotipados. Su objetivo es hacer reír, a menudo mediante el humor físico o el absurdo.

A partir de allí, como una suerte de anclaje, siento que eso es lo que estamos viviendo. Solo hace falta mirar el espectro social y político para sentir que estamos inmersos en una farsa. No es que nunca haya sentido que el poder político o la clase política nos hacen partícipes de una farsa, pero pareciera que la decadencia y la precariedad de este escenario se han vuelto más burdas, más precarias. Uso estas palabras porque me parecen las únicas posibles para entender que lo que percibo es real.

Hace mucho tiempo que la clase gobernante parece disociada de la realidad social y cotidiana que la gente vive día a día. Pero creo que esta disociación se ha vuelto extrema. La evidencia es visible: basta observar el espectáculo cirquero que hizo el presidente en el Arena para presentar un libro que solo muestra un espejismo en el que él cree. La sensación que tengo es que la mayoría de la sociedad, y del espectro político —tanto oficialistas como opositores—, no lo creen, pero se permiten permanecer inmersos o expectantes. Ni hablar de la sociedad en general.

Uso la palabra cirquero porque circense me parece demasiado y equívoca. En la primera, lo extravagante y payasesco abunda; en la segunda, la calidad puede ser una virtud. Lo burdo y grotesco nos han acompañado durante parte de nuestra historia, pero este último evento lo ha resignificado a un extremo alarmante. Un acto donde las prácticas terminan siendo peores que las que su discurso criticaba, como el pago o la dádiva para asistir, el traslado de gente en transportes alquilados, como si fueran un rebaño más, cooptado por medios económicos o empujado por el odio y el resentimiento hacia el otro. Porque al final, reconocer y aceptar la otredad como parte de la sociedad parece no entrar en la resignificación de la palabra “libertad” que ellos hacen.

Escuchar intentar cantar al primer mandatario, rodeado de una corte de diputadas coristas, entre músicos, luces, humo y efectos especiales, me recordó a los actos circenses donde la decadencia parece ser el lenguaje común y masivo. En mi caso particular, hacía mucho tiempo que no sentía tanta vergüenza ajena al verlo. Mientras tanto, la economía parece no tener un rumbo claro y las elecciones legislativas se aproximan con la sensación de que quizás no puedan cambiar de verdad el panorama general.

Si bien lo burdo, repito, nos ha acompañado a lo largo de la historia —como también lo ha hecho lo grotesco—, sentir que la náusea se ha vuelto una constante, que fluye fértil, no como un instante sino como un estado, ante una realidad que abruma, me deja exhausto. Pero navegar y transitar entre la farsa, el circo y la náusea se ha vuelto un sendero casi obligado, donde convergemos —o por lo menos converjo—, y donde parece que lo único válido para mitigar esos efectos y ese andar, por ahora, es la fuga. Porque, al fin y al cabo, la fuga posee un efecto revelador.

Por Daniel Posse

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