El principal es el no poder preparar la tierra para sembrar el trigo y los otros granos finos. A medida que pasan los días y no llueve, las áreas aptas para la siembra comienzan a dejar de serlas, teniendo los productores que decidir si cambian de cultivo –no siempre se puede- o directamente no sembrar nada. Al tomar la decisión de no sembrar, los chacareros tienen que intentar devolver las semillas compradas o comprometidas, los fertilizantes y agroquímicos y en muchos de los casos, los proveedores no quieren recibir las devoluciones, generándose discusiones interminables, con costos para ambos lados. También al no poder sembrar el trigo, no existen posibilidades de que se genere dinero para fin de año, momento crucial para pagar todo tipo de deudas, especialmente las contraídas para pagar lo realizado para la próxima cosecha gruesa. No hace falta detallar lo que ocurre en los pueblos y ciudades del interior, que históricamente necesitan de los ingresos de dinero que genera una cosecha. Habitualmente los comerciantes suelen “financiar” las operaciones a ese momento. “Quién no dijo alguna vez: TE LO PAGO A LA COSECHA…” decía memorioso un productor triguero de la localidad bonaerense de Tres Arroyos.
Si miramos lo que ocurrió con la soja, también nos encontramos que la sequía le pego fuerte en los momentos evolutivos que más necesidad de agua tenía. Así es que a medida que fue avanzando la zafra, los rindes fueron empeorando –habitualmente es la revés- y ya llegando al final de las tareas de recolección, las cifras de producción están muy cerca de los 30 millones de toneladas, contra los 46,5 millones de toneladas obtenidas el año pasado.
Y la sequía esta vez no solo pega fuerte al sector productivo, sino también al comercial. Los exportadores tienen serios inconvenientes para cargar los vapores en los puertos afluentes al río Paraná, que está sufriendo una de las peores bajantes de los últimos años. Regularmente, la mayor cantidad de granos se carga en los puertos mesopotámicos, y luego se completa dicha carga en los puertos del sur bonaerense, con posibilidad de que entren los barcos sin problema de calado, e irse cargados a la máxima capacidad de su bodega. Ahora esto no ocurre, teniendo que salir los vapores desde los puertos del Paraná con media carga, buscando cargar el resto en Bahía Blanca o Necochea. Fuera de que esta operatoria genera costos extras, al ver que en esta época del año lo que más se carga es poroto de soja, aceites y harinas, vemos que el aumento de gastos es mayor al considerado si fuera maíz y trigo. Porque debemos tener en cuenta que la producción de soja es naturalmente afluente a los puertos del río Paraná y no a los puertos del sur bonaerense. Así para poder comprar volumen de soja con ese destino, se debe pagar un diferencial de precio en relación a lo que se paga por ejemplo en Rosario.
Y si consideramos que esta sequía va a producir un efecto similar de seca en las arcas del gobierno nacional, a través del bajo ingreso de divisas y de las mediáticas retenciones, todo se va a complicar aún más.
Siempre se dijo que “el Tata Dios” es argentino. ¿No habrá sacado la doble ciudadanía?
Alejandro Ramírez
Analista Agropecuario
