La crisis política jaquea la incipiente recuperación de la economia brasileña ¿Crisis não tem fim?

• Al igual que en nuestro país, el 2016 no fue un año positivo en materia económica para Brasil: la actividad del país vecino se contrajo significativamente (-3,6%), por segundo año consecutivo. Sin embargo, el arranque de 2017 mostró que Brasil podría estar dejando atrás la recesión. • Tras el cambio de gobierno de mediados de 2016, la confianza de los agentes económicos mejoró y ello permitió cierta mejora en la actividad. Sin embargo, los recientes acontecimientos que involucran al Presidente Temer muestran que la crisis política continúa.

  • El reciente escándalo político volvió a poner en evidencia los problemas económicos de fondo que arrastra hace años nuestro principal socio comercial; si a esto se suma que la principal propuesta del oficialismo era ajustar el gasto de las instituciones de protección social, difícilmente se alcance una rápida solución a las dificultades que hoy aquejan a nuestro principal socio comercial.

Las primeras señales de recuperación quedan rápidamente opacadas

Al igual que en nuestro país, el 2016 no fue un año positivo en materia económica para Brasil: la actividad del país vecino se contrajo significativamente (-3,6%) por segundo año consecutivo, producto del derrumbe de la inversión (-10,2% anual) y la profundización de la retracción del consumo privado (-4,3% anual). A su vez, sobre el cierre del año pasado el real brasileño se depreció marcadamente apenas se conoció la noticia del triunfo de Trump: el tipo de cambio subió 8,5% en tan sólo una semana; la moneda que más valor perdió dentro de la región en ese período después del Peso mexicano, lo que expuso su dependencia del influjo de capitales externos.

Sin embargo, el arranque de 2017 mostró que Brasil podría estar dejando atrás la peor recesión económica de su historia.

Por un lado, los mercados renovaron su confianza en Brasil. El mayor influjo de capitales del exterior se tradujo en una significativa apreciación del real (aproximadamente 10% desde el pico de fines de 2016 y comienzos de mayo) que ubicó el tipo de cambio oficial por debajo de los niveles previos al triunfo de Trump; y en un fuerte incremento de las acciones (el Bovespa trepó casi 20% desde el mínimo de diciembre del año pasado).

Más importante aún, la economía real arrojó señales de recuperación en el primer trimestre de 2017. Según datos del Banco Central de Brasil, en los primeros tres meses del año la actividad económica trepó 1,1% en términos desestacionalizados y 0,3% en la comparación interanual, cortando una racha de caídas consecutivas de dos años. La actividad industrial también creció en el primer trimestre del año, y el sector automotriz, uno de los más golpeados dentro del complejo, lleva seis meses consecutivos de expansión. El gasto de las familias sigue contrayéndose, pero la confianza de los consumidores venía recuperando, volviendo al nivel de fines de 2014.

Asimismo, el alza de precios se moderó significativamente en 2017: tras finalizar con una inflación de 6,3% en 2016 (cerca del límite superior de 6,5% de la meta del Banco Central de Brasil), en abril la inflación interanual se redujo a 4,1%, ubicándose por primera vez por debajo del objetivo del año. Esto le permitió a la autoridad monetaria reducir la tasa de referencia de política monetaria (la SELIC bajó 3 p.p. desde octubre del año pasado), cuando en los últimos tres año sólo se había movido al alza.

Parte de estas mejoras en el país vecino se sustentaron en la recuperación de la confianza de los agentes económicos tras el cambio de gobierno de mediados de 2016. Sin embargo, los recientes acontecimientos que involucran al Presidente Temer muestran que la crisis política de Brasil continúa.

Una economía que arrastra problemas del pasado

Algunos meses atrás el conceso de mercado pensaba que, luego de dos años de caída, en el 2017 la economía brasileña conseguiría salir lentamente de la recesión. De acuerdo al relevamiento de expectativas del Banco Central de Brasil realizado a los pocos meses de asumir Temer, la economía crecería más de 1% este año. Sin embargo, el “optimismo” se diluyó con el correr del tiempo, y la última encuesta de mayo marca un incremento mínimo de sólo 0,5% del PBI para 2017.

Parte del desencanto tiene que ver con la crisis de representación de la dirigencia política que se agudizó esta semana con la difusión de un audio que involucra al actual presidente en actos ilícitos (escándalo de corrupción que generó la renuncia de varios miembros del gabinete y la investigación judicial de Temer). La crisis de legitimidad y gobernabilidad que enfrenta el gobierno no hacen más que dificultar la resolución de los problemas que aquejan a la economía brasileña.

Si bien hace dos años que Brasil entró abiertamente en recesión, desde 2011 se observa un lento deterioro de su economía, fundamentalmente a partir de la desaceleración del ritmo de expansión del PBI: pasó de crecer a una tasa de 4% promedio por año en 2003-2010, a 2,5% anual desde 2011 a 2014. La pérdida de dinamismo de la actividad respondió principalmente al magro desempeño del complejo manufacturero: entre 2011 y 2014, la producción de la industria de transformación se estancó (vs. el crecimiento de +2,7% anual del período previo).

Este débil crecimiento fue el resultado de la pérdida de competitividad externa, a raíz del conocido fenómeno del “Súper Real”: el ingreso masivo de capitales del exterior a la economía brasileña hizo que el tipo de cambio se apreciara significativamente entre 2003 y 2010, pasando de poco menos de 4 R$/US$ a 1,5 R$/US$ en el período (con una inflación superior a la del resto del mundo).

Mientras que la política monetaria/cambiaria estuvo supeditada al cumplimiento de las metas de inflación (las tasas de interés fijada por el Banco Central de Brasil ofrecían rendimientos reales altamente positivos, alentado el mencionado influjo de capitales), la anterior gestión buscó reactivar la economía principalmente a través de incentivos fiscales a los sectores productivos. Así, con gastos creciendo en el orden del 10% anual promedio en los últimos seis años y los ingresos a una tasa del 5,5% por año, el resultado primario del sector público en 2014 se volvió negativo, a lo que se sumó la elevada carga de intereses que debieron afrontarse ante la necesidad creciente de endeudamiento. Así, en 2016 el déficit financiero del gobierno central llegó a representar 9% del PBI.

La imposibilidad de resolver el desequilibrio fiscal socavó la confianza de los inversores extranjeros profundizando la recesión. Así, desde 2014 que la inversión viene cayendo en el país, acumulando una contracción cercana al 26% en los últimos tres años. Ello derivó en un importante deterioro del mercado de trabajo: desde comienzo de 2015 la tasa de desempleo comenzó a elevarse sostenidamente, pasando de 6,8% de la PEA en 2014 a 13,2% en el primer trimestre de 2017. Los problemas del mercado laboral afectaron negativamente el consumo: en los últimos dos años el gasto de las familias se contrajo 7%.

En definitiva, previo al cambio de gobierno, la economía de Brasil estaba caracterizada por un fuerte retroceso de la actividad, una inflación ascendente, un marcado deterioro del mercado laboral y una moneda apreciada, que derivó a su vez en sostenidos déficits gemelos (por la pérdida de competitividad externa en el caso de la cuenta corriente, y los crecientes esfuerzos del sector público para reactivar la actividad, en el frente fiscal). Tras el impeachment que produjo la salida de Dilma Rousseff, su vicepresidente asumió las riendas de Brasil con el foco en sacar la economía a flote.

Frente a este coctail de problemas, las políticas económicas del actual presidente apuntaron al sanear el frente fiscal: el gobierno de Temer impulsó una serie de medidas orientadas a reducir el déficit público con la intención de restituir la confianza de los mercados. Por caso, se aprobó el congelamiento del gasto en términos reales durante los próximos 20 años, presentó dos proyectos para reformar el sistema previsional (para endurecer las condiciones de acceso a las jubilaciones) y la ley laboral (brinda mayor flexibilidad al mercado de trabajo, reduciendo los costos laborales).

Como mencionamos, el gobierno de Temer recibió inicialmente el apoyo de los mercados, y ello ayudó a que la economía comenzara a mostrar algunas señales de recuperación. Lamentablemente, el reciente shock/escándalo político volvió a mostrar la fragilidad de apostar al ingreso de capitales golondrinas: los problemas económicos de fondo que arrastra hace años nuestro principal socio comercial volvieron al centro de la escena. Si a esto se suma que la principal propuesta del oficialismo era ajustar el gasto de las instituciones de protección social, el deterioro del capital político que produjo el reciente escándalo hace casi imposible conseguir el apoyo a leyes impopulares.

 

¿Una nueva brisa de frente?

Es de conocimiento público que la performance de la economía brasileña tiene un impacto elevado sobre nuestro país. Por las acotadas perspectivas de crecimiento para 2017, se descontaba que Brasil no traccionaría nuestra economía, pero al menos no volvería a jugar en contra como lo hizo en los últimos dos años. Sin embargo, los recientes acontecimientos suman incertidumbre a la hora de consolidar la recuperación del nivel de actividad local.

Como señal de la mejora económica del país vecino, las exportaciones de Argentina a Brasil habían comenzado recuperarse desde fines de 2016 (en los últimos cinco años cayeron), pero en marzo y abril mostraron resultados nuevamente negativos. Un nuevo golpe sobre la demanda interna y una suba del real brasileño amenaza las posibilidades del intercambio bilateral.

En síntesis, si la situación política no se soluciona rápidamente, la incipiente recuperación de la economía brasileña puede marchitarse acotando las perspectivas de recuperación de la actividad local.

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