Comenzó la temporada de cruceros en la Antártida

El barco avanza sobre el mar, ultrajando ese paisaje de inconmovible blanco que nos mira desde la costa, que se abre hacia los confines de la vista y concede a hielos y nieves el dominio absoluto de la geografía. De tanto en tanto, una foca jugueteando en el agua gélida, un petrel levantando vuelo hacia vaya uno a saber dónde, un pingüino caminando torpe hacia unas rocas, los unos y los otros tozudamente ajenos a nuestro paso. De cara al espectáculo, en la cubierta superior de la nave, se me insinúa la brisa, aún débil, aún engañosa, preámbulo del atardecer.

Viajar a la Antártida es una aventura inolvidable. Inmersos en un sueño, a bordo del MN Nordnorge, es hoy posible atravesar los mares indómitos del sur y llegar hasta el continente blanco.

Construido en 1997 y diseñado especialmente para navegar en estos rumbos, el buque nos lleva en una travesía de 19 días hacia la Antártica, con mágicas aproximaciones a las islas Malvinas y Georgias del Sur.

El viaje, sereno, nos transporta a un mundo distinto, en el que las sensaciones se hacen presentes a cada momento.

Tras partir del puerto de Buenos Aires, el barco navega cuatro días hasta llegar a las Malvinas, en donde se disfruta de conferencias sobre la vida silvestre y de historias sobre este archipiélago al que la guerra cubrió hace ya 25 años atrás. El recuerdo es inevitable y duele, hiere, como es de suponer. Pero también están allí otras imágenes. Hay campos vastos, vientos, un ecosistema que alberga a una asombrosa variedad de especies subantárticas, entre ellas albatros, petreles, pingüinos, elefantes marinos, lobos marinos y leones marinos.

Islas y recuerdos

En el sexto día del viaje llega a la isla Sounders, que alberga a miles de colonias de albatros de ceja negra y los llamados pingüinos rock hopper. El espectáculo es maravilloso y es la antesala para el arribo a la isla West Point, conocida por su vida silvestre y el paisaje de altos acantilados que evoca la lejana tranquilidad de South Devon.

Luego, en los días siguientes, es nuevamente el turno del mar gélido, de las olas golpeando las paredes del buque y de las leyendas del mar que se amontonan en las horas que pasan oníricas sobre el barco. A ritmo firme, el MN Nodnorge sigue su ruta hacia la Antártica, el barco se zarandea al compás de las olas cortas y golpea el casco y los pasajeros toman conciencia del lugar en el que se encuentran y hacia donde se dirigen. Y, entonces, se preguntan cómo se bajarán los botes zodiac para los desembarcos en las islas y lugares que quedan por visitar. El mar es indomable.

En el noveno día el viaje llega hasta Grytviken, una estación ballenera abandonada que es capital de las Georgias del Sur. El nombre del lugar significa puerto de ollas en noruego, y ello tiene que ver con las ollas de hierro fundido abandonadas allí. El pueblo es una antigua villa que puede conocerse con un corto paseo.

El Continente Blanco

Tras dejar atrás las Georgias, el barco enfila hacia el sur, sorteando el estrecho pasaje entre la isla Booth y la península Antártica, conocido popularmente como el Canal Lemaire, que fuera así bautizado insólitamente en recuerdo de un explorador belga del Congo.

El equipo de científicos que ha venido realizando charlas alegóricas durante todo el viaje intensifica sus datos al llegar a estos sitios tan maravillosos. Es el tiempo de conocer, de escuchar y, especialmente, de ver y asombrarse. Los vientos son ahora de 60 nudos y agitan el casco. El médico rescata a algunos curiosos que a pesar del movimiento del buque insisten en sacar fotos desde la planta abierta. Hay mareos, y muchos empiezan a verse envueltos en los efectos del Dramamine.

En este mundo distinto, y pese a los mareos, es el tiempo de los desembarcos en los botes tipo PolarCirkel. Así, descienden a la Isla de la Media Lunahasta llegar a pararse en el cráter de un volcán inactivo. En las costas del antiguo puesto de balleneros Whalers Bay se cava un gran hoyo donde los noruegos e ingleses, luego de meterse en las gélidas aguas del océano antártico, se calientan con agua volcánica tibia, algunos de ellos totalmente desnudos. De premio reciben un licor fuerte para volver a recuperar el calor del cuerpo.

Son cuatro días inolvidables, recorriendo también las estaciones inglesas con su museo (Lockroy Island), las bases argentinas, las polacas. Rodeados de icebergs gigantes o de raras formaciones, los turistas se mueven a la par de los pingüinos y los lobos marinos. Y en el mar, de tanto en tanto, se divisan ballenas francas en grupos nunca menores a tres o seis, junto a petreles, albatros y gaviotas que acompañan la navegación. El barco cruje contra los hielos y debe cambiar su rumbo más de una vez.

Inmersos en este mundo, uno se da cuenta que la Antártida está tan lejos de nuestras vidas cotidianas que apenas registramos su existencia. Sin embargo, es un continente de hielo más grande que China e India, que no está habitado por más de 3000 personas de las cuales menos del 15% son mujeres y en el que hay sitios en donde no llueve desde hace 20 millones de años. Es, realmente, una excursión hacia el fin del mundo y los viajeros, entonces, se preguntan cómo habrán sido esos viajes de los viejos y legendarios expedicionarios, sin navegadores satelitales ni radios, sin botes a motor o barcos con propulsores computarizados, ni rompevientos de poliamida o ropa térmica.

El mar es peligroso y frío. Los vientos son fortísimos incluso en esta primavera donde se disfruta de un poquito de sol, porque el cielo casi siempre esta encapotado y gris. Sin embargo, por la magia de estas latitudes, la luz permanece y nunca llega la oscuridad que el cuerpo espera.

Transportados a otro sitio, a otra dimensión, cuesta entonces emprender el viaje hacia el norte, otra vez. Ahora el buque pone rumbo a Ushuaia, donde al fin recalará para poner fin al viaje. Y entonces sí, el sueño de diecinueve días termina y abre el tiempo para las memorias. Llegarán, inevitables, los recuerdos de este viaje, de esos hielos, de esos vientos. La Antártica, el fin del mundo, el confín deseado, ya es a esa altura maravillosa memoria.

05/11/07
TURISMO 530

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