Plan Fénix: La dolarización. Un camino de ida…

Lun 24/09/18.- Recientemente se ha vuelto a escuchar, en el marco de la inestabilidad financiera y cambiaria del país, la propuesta de dolarización o, como medida compensatoria, la creación de una caja de conversión. Estas ideas no son absolutamente nuevas, ya que fueron puestas en debate en anteriores campañas presidenciales.

A su vez, han surgido experiencias de este tipo en países como Ecuador, El Salvador y Panamá.
La Cátedra Abierta Plan Fénix se siente obligada a alertar a la ciudadanía
sobre el riesgo de aplicar en el país uno u otro proyecto, dado que ello nos
conduciría en forma irreversible a la pérdida de nuestra soberanía y a
consolidar un modelo dependiente con altos niveles de pobreza y una
distribución inequitativa de los ingresos.
La experiencia de la Convertibilidad, el antecedente más próximo, es más
que aleccionadora. Más allá de su catastrófico desenlace, este régimen
fue desastroso aun durante su vigencia: estabilizó los precios, pero no
logró un crecimiento sostenible y estable, no indujo entrada de capitales,
pese a la elevada tasa de interés que rigió, y los niveles de inversión
fueron bajos; además, conllevó una sobrevaluación cambiaria, con el
consiguiente déficit en cuenta corriente, que en definitiva fue lo que
detonó su liquidación. Argumentos similares valen para la dolarización.
Estamos en un punto de crisis que consideramos provocado por este
Gobierno y lo que nos tenemos que preguntar es cuál será el último
escalón para descender dentro de los círculos del infierno. Alguna vez ya
paramos en la Convertibilidad, que hoy sería como el limbo desde el cual
solo quedaría descender, como en el del Dante, al círculo del Infierno de
la dolarización.
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Argumentos conceptuales a favor y en contra de la dolarización
Según diversas contribuciones, la dolarización conlleva ventajas y
desventajas. Entre las primeras se mencionan las siguientes:
 Evita las crisis monetarias y de balanza de pagos. Sin moneda nacional
no hay posibilidad de una depreciación fuerte ni de salidas súbitas de
capital motivadas por el temor a una devaluación.
Permite una integración más estrecha con las economías mundial y
estadounidense gracias a que los costos de transacción son más bajos y
a que se asegura la estabilidad de los precios en dólares de EE. UU.
Al rechazar la posibilidad de un financiamiento inflacionario, los países
tienen la oportunidad también de reforzar sus instituciones financieras
y de crear condiciones favorables a la inversión, nacional y extranjera.
Estos argumentos son de fundamento dudoso, y apelan esencialmente a
una suerte de magia monetarista.
Las desventajas que se señalan son las siguientes:
El país que dolarice su economía cederá toda posibilidad de tener una
política monetaria y cambiaria autónoma, comprendido el recurso al
crédito del banco central para facilitar liquidez al sistema bancario en
situaciones de dificultad.
Ante la eventualidad de shocks externos, la economía queda en
posición muy vulnerable, y expuesta a los avatares de los mercados de
capitales.
Desde el punto de vista económico, el derecho a emitir la moneda del
país otorga al gobierno ingresos de señoreaje, que aparecen como
utilidades del banco central y que se transfieren al gobierno. Ese
ingreso lo pierden los países que dolaricen y lo recibirá Estados Unidos,
a menos que consintiera en compartirlo.
Los agravantes de todo este esquema no son solamente los efectos
nocivos de su implementación, sino que la renuncia a la moneda
nacional es prácticamente irreversible.
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Por último, la implementación de una dolarización requiere fijar un
tipo de cambio de referencia para convertir la moneda nacional en
dólares. Normalmente esto implica una sustancial devaluación de la
moneda nacional, con su consecuente transferencia de ingresos como
resultado del salto inflacionario y el congelamiento salarial. En síntesis,
pierden los trabajadores, gana el sector financiero y quedan en
situación más frágil los sectores productores de bienes.
Experiencias de dolarización
Desde hace algunos años, se han implementado varios regímenes de tipo
de cambio fijo de facto, muchos de los cuales implicaron la dolarización de
sus economías. Los casos más cercanos para el análisis latinoamericano
son Ecuador, Panamá y El Salvador.
La experiencia de Panamá resulta muy particular, porque ese país
depende centralmente del Canal Interoceánico, lo que ha derivado en el
desarrollo de zonas de libre comercio y servicios financieros diversos. Por
lo tanto, su dolarización opera como apéndice de la economía de EE. UU. y
el funcionamiento de su economía desde 1904.
El caso de El Salvador también muestra algunos de los problemas de la
dolarización. Su economía, desde que se implementó este sistema, pagó
con bajas tasas de crecimiento y, al contrario de lo esperado, la reducción
del costo de financiamiento (tasas de interés), no generó aumentos en la
inversión. De este modo, con una baja demanda agregada (insuficiencia de
consumo e inversión), los ingresos públicos también se vieron resentidos y
por ende, la dolarización no permitió que mejoraran las cuentas fiscales.
En este país aumentó el endeudamiento de los hogares (por la baja
salarial) y empeoró la balanza comercial (por encarecimiento de
exportaciones y abaratamiento de importaciones). El Salvador creció
menos en el siglo XXI que sus vecinos de América Central (2,5% versus
4/5% en promedio anual) y no revirtió su desigualdad distributiva.
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El modelo de Ecuador también ofrece lecciones importantes sobre su
funcionamiento. En primer lugar, para implementar la dolarización se hizo
un devaluación de un 200%, lo que redujo a menos del 50% tanto los
salarios como los depósitos del público denominados en divisas. Se trató
de una redistribución sumamente regresiva del ingreso que afectó a los
sectores populares y ahorristas. A su vez, su “éxito” en materia de política
monetaria fue muy relativo: la tasa real de interés no disminuyó
significativamente y la inflación fue de 91,7% en su primer año de
implementación y de 33% en el segundo, con los consecuentes efectos
perversos sobre los asalariados.
Ecuador creció menos que países como Argentina en el período 2002-
2015 y, aun bajo la administración heterodoxa de R. Correa, no pudo
abandonar la dolarización, demostrando que el camino es prácticamente
de no retorno.
Qué significaría la implementación de la dolarización
El mecanismo de reducción de la volatilidad para emprender la
dolarización trae aparejado: 1) la reducción de salarios nominales y 2) la
reducción de impuestos al trabajo; esto representa un tema sensible
porque, en los hechos, implica una devaluación de la moneda con su
evidente impacto inflacionario y la caída del salario real. Para completar el
ajuste estructural, se requeriría un mecanismo de supervisión financiera
(al no haber prestamista de última instancia, se “compraría” la confianza
de los bancos internacionales más importantes para que regulen los
encajes), una fuerte caída del gasto público para obtener superávit fiscal y
una reforma laboral precarizadora, que destruya la  tradición sindical
argentina.
Esto supone que la inflación solo caerá después de destruir el poder de
compra del salario. Las supuestas ventajas, como se vieron, resultan como
mínimo dudosas (en Ecuador y El Salvador no cayeron las tasas de interés
ni aumentó la inversión), pero se estaría reordenando el cuadro social del
país con salarios de la India y ganancias en dólares. El sistema solo sería
viable con bajos salarios y un Estado de dimensiones menores.
La solución técnica para llevar adelante la dolarización requiere, entonces,
convertir la base monetaria al tipo de cambio que determinan las reservas
del BCRA.
Esto supone tomar por un lado todas las variables monetarias, es decir, la
moneda circulante, las LEBAC, los cheques, las cuentas corrientes y cajas
de ahorro en pesos, los CEDIN y demás instrumentos emitidos por el
Banco Central lo que arrojaría un tasa de cambio que sería superior a la
tasa del momento de la predolarización.
Una vez hecho ello, los salarios, congelados, perderían sistemáticamente
poder de compra mientras los bienes importados crecerían por efectos de
la devaluación. Allí, es improbable una inflación como la que tuvo Ecuador
el año que dolarizó (casi 100%), pero podría moverse significativamente
más rápido de lo que lo ha hecho hasta ahora. Después restaría convertir
los depósitos a la denominación que tengan en dólares, asestando un
golpe a los ahorristas. La ortodoxia supone que con esto regresarían
fondos dolarizados no declarados o fugados, pero lo cierto es que la
conducta de la burguesía argentina tiende a exteriorizar sus ganancias, no
a reinvertirlas, especialmente en un cuadro de recesión como el vigente.
Conclusión
Desde determinados enfoques teóricos se sostiene que la Globalización
conduce a la concentración económica y a la especialización en
exportaciones primarias, con la progresiva desaparición del poder de
policía del estado nación. La dolarización sería el broche de oro de este
proceso, ya que consolidaría la integración simbólica final como apéndice
periférico del capitalismo transnacional. Y además, ingresar a la
dolarización, como al cementerio, sería fácil; lo imposible sería salir.
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De por sí, la dolarización no resuelve nuestros problemas estructurales,
como el déficit fiscal consolidado ni el déficit del sector externo (tanto de
bienes como de servicios reales o financieros) ni el problema fundamental
de la inversión productiva, con lo cual, tampoco aporta al crecimiento y al
empleo.
La dolarización, en suma, comportaría la renuncia a cualquier proyecto de
desarrollo autónomo e inclusivo, quedando la economía argentina
expuesta a los vaivenes de los mercados internacionales, tanto de bienes
como financieros, sin virtualmente protección alguna. Nuestra experiencia
del régimen de la Convertibilidad debería ser suficiente para aleccionarnos
a no adoptar esta vía.
Cátedra Abierta Plan Fénix
Buenos Aires, septiembre de 2018

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