Las reservas de hidrocarburos, víctimas de políticas equivocadas

La Argentina sólo tiene petróleo y gas para 9 años; después de 15 años, deberá volver a importar crudo Dicen algunos historiadores que el petróleo es tan antiguo que hasta la madre de Moisés empleó, a orillas del Nilo, betún o alquitrán para impermeabilizar la canasta de papiro en la que metió a su hijo y, así, salvar al libertador del pueblo de Israel del acecho egipcio. Y que asirios y caldeos ya usaban brea como aglutinante para construcciones y caminos.

Pero en la Argentina se encontró por primera vez hace 100 años. Y, según las proyecciones de la industria, corre riesgos de durar poco: el país tiene reservas de hidrocarburos apenas para 9 años. A fines de los años 80, ese indicador llegaba, por ejemplo, a los 35 años en el gas. ¿Qué pasó?

Los analistas hablan de dos bisagras negativas. Una empezó en la segunda mitad de los 90: aunque durante esa década se alcanzaron niveles récord de producción de dos insumos que poco sirven si no se los saca a la superficie, todas las fuerzas se centraron en la extracción y nadie pensó en que quizá la exploración de riesgo, decisiva para recuperarlos, necesitaría de incentivos. «Se creyó que esto era algo automático», se lamenta Luis María Capelli, vicepresidente de la Comisión de Energía del Centro Argentino de Ingenieros.

El segundo error empezó en 2002. La ruptura de los contratos, la pesificación que perdura aún para algunos eslabones de la cadena y un endeble clima de negocios confluyeron a un deterioro que se explica mejor en números: en 1995 se perforaron 164 pozos de exploración de hidrocarburos (petróleo o gas); en 2004, sólo 29.

La Argentina volverá a ser, dicen los empresarios, importador neto de crudo en dos o tres años, una situación que no vive desde hace quince años y que consiste en comprar en el exterior más de lo que se vende. Sólo dos veces en la historia había alcanzado el autoabastecimiento: durante parte del gobierno de Arturo Frondizi y en 1988. Desde 1992 es, en cambio, exportador neto.

Volver a importar en esa magnitud significa, en los hechos, que el país deberá pagar combustibles más caros y que también se encarecerán aquí derivados como plásticos, agroquímicos, fertilizantes, lubricantes y pinturas, entre muchos otros.

Para el gas, el escenario es más apremiante. Este fluido difiere del petróleo en que transportarlo desde cualquier parte del mundo no es sencillo. No es, por así decirlo, un commodity propiamente dicho. De ahí, las actuales discusiones con Bolivia por la importación y las especulaciones oficiales para adherir a la idea del presidente Hugo Chávez, que propone construir el gasoducto más grande del mundo, una obra que uniría la Argentina con Venezuela. La escasez de gas obligó ya, en los últimos dos años, a efectuar cortes en el suministro a la industria nacional y en las exportaciones a Chile.

El Gobierno dice que las cosas no son tan dramáticas como algunos la pintan. «No estamos en un nivel preocupante -negaron en un despacho oficial-. No vemos nada distinto de lo que ocurre en el resto de mundo con las reservas del sector privado.»

El razonamiento oficial es que si el país tiene gas y petróleo para 9 años, el horizonte de cualquier compañía que cotiza en Bolsa está entre 8 y 12 años. En efecto, las petroleras privadas calculan que tener hidrocarburos para más de 10 años lleva el valor presente de la empresa a 0. Matemática financiera pura: cuanto más extenso sea el plazo de reservas, la tasa de descuento -el valor que se paga por un ingreso futuro, como podría ser cobrar un cheque antes de tiempo- es más baja, porque el riesgo de perder esos yacimientos es mayor. Por eso consideran razonables los 10 años.

Los analistas ven, con todo, una gran diferencia. Aquellas compañías, dicen, se preocupan por reponer esos activos, algo que la Argentina no está haciendo. «Lo que importa es la tendencia que están mostrando las reservas -dice Daniel Montamat, ex presidente de YPF y ex secretario de Energía-. Y acá están en caída libre.»

Quizá sirva una comparación con los Estados Unidos, un país que dejó de autoabastecerse en el 70, que tiene reservas para unos 10 años, algo más que la Argentina, y que les compra el crudo a naciones de Oriente Medio. Estados Unidos es, hoy, el mayor importador de petróleo del mundo.

Pero Jorge Lapeña, ex secretario de Energía, juzga absurda semejante comparación. «Estados Unidos tiene una política energética, algo de lo que carece la Argentina, que sufre de un Estado ausente -dice-. Si, por algún motivo, por ejemplo, un dictador que lo decidiera, se interrumpiera el suministro de Medio Oriente, ahí están los portaaviones norteamericanos: son capaces de sacar al dictador para volver a tener petróleo. Ahí, hasta la cuestión bélica responde a una política energética,»

El último gran hallazgo

La producción de petróleo se desplomó en la Argentina un 30% desde 1999 hasta hoy. La de gas cayó un 1,4% el año pasado, pero había disminuido sólo una vez durante los últimos 15 años: en 2002.

Mario Guaragna, director asociado de Strat Consulting y ex subsecretario de Planificación de Privatizaciones durante los 90, no coincide con la tranquilidad imperante en la Casa Rosada. «Sí, claro que es grave. Es una situación muy preocupante», contesta, y agrega que ya en la segunda mitad de la década menemista se advertía la necesidad de descubrir cuencas nuevas. Loma La Lata, el yacimiento neuquino que hizo de la Argentina un país respetable como productor de gas, fue hallado en 1977. Lo descubierto después fue menor.

En términos petroleros, no hacer exploración de riesgo equivale a no invertir en serio. Lo que se hizo en el país después de 2002 fue extraer todo lo posible de cuencas ya descubiertas. Y las ganancias -obtenidas gracias a los precios internacionales más altos de las últimas dos décadas- no se de- sembolsaron aquí, sino en naciones más atractivas desde el punto de vista geológico y económico. Capelli concluye: «Si no se lo incentiva, en un país que no es ni petrolero ni gasífero, sino sólo con petróleo y con gas, el capital privado va para otro lado».

El panorama se agravó aquí hace dos semanas cuando, como consecuencia de una controversia con el gobierno boliviano, Repsol YPF, la compañía que tiene la mitad de los yacimientos de la Argentina, decidió revisar sus reservas en todo el mundo, y el nuevo análisis desembocó en que tenía en el país un 20,4% menos de activos de los que realmente creía tener.

Ahora, la pregunta que se hacen los analistas es la siguiente: ¿el resto de las petroleras, que no decidió ninguna modificación en sus mediciones, estará haciendo bien los deberes? No sería la primera vez que la Argentina se imagina en un mejor contexto del que verdaderamente vive.

Por Francisco Olivera
De la Redacción de LA NACION

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